sábado, 16 de julio de 2011

HISTORIA DE DESAMOR



La conocí hace ya tiempo de mi primera visita al museo. Allí estaba ella detrás de su mostrador de la recepción, agazapada tras el ordenador y sus gafas de azafata talludita del 1,2,3. Ya entonces su recibimiento era áspero y distante como el que he sufrido durante toda esta semana.

El lunes acompañé a mi primogénito hasta el museo de Bellas Artes de Oviedo para un cursillo de pintura. Nada más entrar, todo despistado, y viendo a otros padres con niños que esperaban al otro lado de la puerta que separa el recibidor del patio del antiguo palacio señorial donde se encuentra el museo, no me lo pensé dos veces, abrí la puerta y... de repente, una voz que me compelía a no hacerlo: ¡dónde va, tiene que sacar tickets! En ese instante me petrifiqué con el pasador en la mano y la puerta a medio abrir. En seguida reconozco la voz. ¡Es ella! La estirada, sobria y permanentemente malencarada pava de edad entre un arroz pasado y la menopausia que oficia de recepcionista. Allí estaba ella con su melena recogida, su cara de pastor alemán, sus gafas ya descritas y un uniforme que bien podía haber sido de recepcionista como de Oberaufseherin, esto es, de jefa de las vigilantes de las SS en los campos de concentración femeninos. Me dirijo hacia ella para explicarle que vengo con el crío por lo del cursillo y que… No me deja terminar la frase:

-¿Nombre y apellidos del niño? ¿Martín Arenas?
-No, Arinas, Arinas sin h –la corrijo.

Nos mira de arriba y abajo con sus gafas de culo de plato a medio quitar. Yo ya no sé si he venido a traer al crío a un museo para un cursillo de pintura o para alistarlo en la Legión.

-Vale, pueden pasar, pero tienen que coger dos tickets –nos informa, ordena o lo que sea.
-Muchas gracias –digo con la educación de la que a veces hasta puedo hacer gala.

Y es cuando nos hemos dado media vuelta en dirección al patio donde todavía espera el resto de padres con sus retoños, que vuelvo a oír la voz de la cancerbera en cuestión-

-¡NO PUEDEN ENTRAR CON LOS PARAGUAS!

En efecto, tiene razón la señora, hemos vivido en un aguacero continuo esta semana en Oviedo y de ahí que vayamos con los paraguas correteando agua a todas partes. Otra cosa es el tono empleado por la pava, cualquiera diría que íbamos a cometer un atentado con los paraguas en plan liarnos a hostias con los vigilantes del museo o arremetiendo contra el Tapies que hay colgado en el patio y que bien se merece unos cuantos viajes, de paraguas, navaja, metralleta o de lo que sea.

Al día siguiente procuró no cometer tantos errores. Pero qué quieres, uno es humano, y aunque el martes ya me acerqué directamente hasta su mostrador para pasar lista y no meter la pata como el día anterior, fue dar el nombre y apellido de mi hijo, esperar a que nos repasara una vez más a ambos de arriba abajo mientras servidor ponía la única sonrisa que había en aquel instante en la recepción, poner ella toda displicente la x en su casilla y volverme una vez más con los paraguas hacia la puerta.

-¡NO PUEDEN ENTRAR CON LOS PARAGUAS!

Con lo que ya el tercer día fue vernos entrar y torcer el gesto.

-¿Número?
-¿Qué número?
-El del niño, todos los padres me lo dicen, así voy más rápido.
-A mí no me diste ayer ningún número –la tuteo a conciencia, es decir, como se tutea en mi tierra, para marcar distancias y bajar del burro al que tienes delante cuando lo que espera es todo lo contrario, que lo trates de usted.
-Todo los niños tienen un número.
-Pues dime cuál es el del mío.

Ya no disfruta tanto dedicándome su sonrisita de infinita condescendencia, esa con la que es verme entrar y pensar “ya está ahí el garrulo ese con su crío, a ver cuántas veces le tengo que llamar la atención hoy, si es que dejan venir a cualquiera…” No, ahora su gesto torcido expresa a las claras el tremendo fastidio que la provoco y acaso también la desazón de tener que recordar que por tipos como yo que odia su trabajo de recepcionista, ella que tendrá su licenciatura en Historia de Arte y puede que hasta un master en museistica o lo que sea, ella que iba para directora de aquel en el que estábamos y, mira tú por dónde, se ha quedado en la entrada.

-¡LOS PARAGUAS!

Tercer día, ya voy todo lanzado hasta el mostrador. Hay cola, son los padres que dan el número de su retoño para que Frau Rezepzionisten pase lista. Llega mi turno, claro que me acuerdo del número de Mr. Pero no sabes tú bien bonita, es un decir, con qué pedazo de tocahuevos has topado.

-Martín Arinas.
-¿Número?
-Martín Arinas, lo tienes ahí apuntado en la lista, busca tú el número.

Entonces levanta la vista que tenía clavada en la lista hasta el momento. Me reconoce, no da crédito a sus ojos. Sí, soy yo otra vez, el garrulo anumérico del paraguas. Y encima no da la puta gana esperar a las monitoras del cursillo en el patio, prefiero quedarme en la recepción revolviendo los folletos y hojeando los libros de arte para venta. Así me paso un rato largo con el chaval haciendo otro tanto con los folletos y los libros. Sé que ella ya no sólo me desprecia, ahora también me odia.

-¡LOS PARAGUAS!

Cuarto y último día, ya no llueve en Oviedo, ha salido el sol. Llego al museo. Verme y fruncir el ceño es todo uno. Encima mira tú qué pintas, pantalón corto y sandalias, sólo le falta la riñonera para parecer uno de esos turistas a los que tiene que padecer cuando entran en el museo preguntado si dentro hay un asador o algo parecido, que a ver si les da mesa.

-Martín Arinas.

Ni se inmuta, pone la cruz directamente y me lanza los tickets que ha estado dando cada día para poder pasar al interior; mira qué bien, así luego contabilizarán cada uno de ellos, y lo de cada padre y niño del cursillo, como visitas al museo; hay que estar al loro, que luego viene Cascos con las rebajas y es bien sabido que esto de la cultura es lo primero en lo que meten la tijera.

-Hoy no hemos traído paraguas porque no está lloviendo.

La tipa no la coge a la primera, qué va a coger ésta si en una cabeza cuadrada digana de... de eso, de campo de concentración nazi. "¿De qué me está hablando este tío?" Yo levanto las palmas de la mano como muestra de que no miento. No hay paraguas, así que no nos jodas con tu grito por la espalda, señorita Rottenmeyer.

En fin, se ve que la descoloco, ya lo que le faltaba para confirmar sus peores sospechas, las de que servidor no solo es tonto del culo sino que además se entrena para serlo todavía más. Qué duro es trabajar en un museo en una ciudad de provincia como Oviedo, ella que como poco aspiraba a hacerlo en el Louvre o el Pergamomuseum de Berlín. Pero ya ves, para qué negarlo, si al final lo que pasa es que entre nosotros ha surgido algo muy bonito, muy, ya no de novela rosa, sino de novela negra, esto es, con asesinato de por medio. Ni más ni menos que no ha habido feeling alguno, que hemos encontrado a nuestro medio limón, eso o cualquier otro cítrico a los que le pegas un bocado y te dan ganas de pegarle una patada a lo primero que tienes delante. Es lo que tiene el desamor, que surge en cualquier parte cuando menos te lo esperas.

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