sábado, 1 de noviembre de 2014

AQUELLOS HALLOWEEN JUNTO AL PANTANO...



Leyendo cosicas sobre el Halloween de las narices -Jalobín para el menor de mis monstruos-, me recuerdan que aquí en Asturias se celebraba años ha un remedo del mismo coincidiendo con la de Todos los Santos pero con una vertiente lúdica que la cosa esa de ir al campo santo a rendir homenaje a tus muertos no tiene, y que, según copio de su muro a la amiga Leticia Sánchez Ruiz, consistía en "vaciar calabazas para iluminarlas con velas para alumbrar los caminos, huertos y demás parajes durante la noche; se dejaba agua y comida en los alrededores de las casas para que las ánimas se acercaran a beber y descansar, estas ánimas que venían en procesión acompañadas de la güestia. Esa noche era frecuente narrar cuentos e historias típicas de la mitología celta, con personajes como las bruxas, curuxas o la guaxa, y se contaban cuentos de aparecidos.." Luego también he recordado que hace apenas tres semanas en una pastelería de Betanzos donde habíamos entrado a comprar moldes de personajes de Halloween y otras pijadas para hacer en casa, la señora también nos equiparó la fiesta holliwoodiense de marras, qué otra cosa, con la fiesta del Magosto (Amagüestu en Asturias), consistente en una reunión vecinal para comer castañas en el campo, cerca de una hoguera, echando mano al vino o sidra que se tuviera a mano y, a saber si como consecuencia de la ingesta alcohólica correspondiente, acabar contando historia de almas en pena, bestias del bosque, suegras montadas en su escoba y demás fauna terrorífica.


Pues bien, qué bonito, y no sólo en este rincón galaico-astur, la wiki también advierte de que el magosto de marras se celebra o celebraba -aquí hay que tener la labor de acoso y derribo de la Santa Madre Iglesia durante siglos de toda celebración con inequívoco aire pagano- en como Cantabria, Cataluña, Aragón, amplias zonas de la provincia de León de clara influencia galaica o astur como Babia, El Bierzo, La Cabrera, Laciana, Maragatería y Montaña de Riaño, otro tanto en las de Zamora como Sanabria y Benavente e incluso en la Sierra de Francia (Salamanca) hasta donde bajaron a poblar gallegos y asturianos allá por la época de la llamada Reconquista. Es entonces cuando me pregunto si en mi terruño hay o hubo alguna vez una celebración de este tipo, ya sea castañera (y dejando a un lado la Guerra de Castañas anual entre los colegios de Vitoria). Sería cosa de echar mano de la bibliografía al uso o esperar a que algún pariente o paisano informe al respectivo, yo si eso ya miro luego siquiera sobre las cosas de mi provincia para no ampliar en demasía el terreno a inspeccionar -o dicho de otro modo, y con todo el cariño, que lo que hagan en Bilbao y...-. Pero. como por desgracia, o no, servidor es un urbanita desnaturalizado y tal, pues que no me consta o no me han contado nada porque mis mayores más inmediatos tampoco son mucho de contar, y eso mi viejo, que a decir verdad mi madre es tan urbanita o más que un servidor.


De ese modo, haciendo memoria y mucho, descubro que hubo un tiempo, allá por los diez, once o doce años, que los del cole o de donde fuera, yo esto reconozco no tenerlo del todo claro porque fue hace la tira y mi cabeza cada vez se resiente más de los locos y beodos años ochenta, y noventa, y..., nos invitaban a los tiernos infantes a pasar el último fin de semana de octubre en una casa comunal situada en el pueblo de Landa junto al pantano de Uribarri-Ganboa. Un fin de semana en el que los monitores nos sometían a todo tipo de actividades de esas en plan "¡vamos a machacar a los críos que para eso nos pagan!", eso es, marchas militares por las estribaciones del Elgeamendi, recogida no sé si de castañas, setas o cagarrutas a lo largo de la orilla del pantano, y a saber qué otra ocurrencia para dar rienda suelta al sadismo innato de los susodichos monitores a lo largo del día. El caso es que lo bueno, lo que todo el mundo estaba esperando de años anteriores y para lo que muchos o la mayoría se habían apuntado de verdad dado que para algo se había hecho famoso aquel fin de semana de "campamento", que se decía, entre los alumnos de diferentes edades de tal o cual colegio de la ciudad, era aquella especie de akelarre que se solía celebrar en la casa de Landa, dentro si hacía malo y fuera alrededor de una hoguera junto a la orilla del pantano si el tiempo lo permitía. De ese modo, recuerdo que se solía formar un corro, bien alrededor de la hoguera a la intemperie o bien dentro de la casa alrededor de las viandas para la cena y una nutrida representación de bebidas de alta graduación. Era entonces cuando los monitores, tras ponernos a los críos en situación recordándonos la efeméride de aquellas fechas de finales de octubre y principios de noviembre, y creando el ambiente al uso para una noche de terror recordándonos lo apartado del lugar donde nos encontrábamos, rodeados por un pantano tenebroso de necesidad a esas horas de la noche y por los bosques de los alrededores -no olvidemos que estábamos al lado de la muga con Gipuzkoa y que por eso mismo nunca se podía saber qué tipo de alimaña podía llegar del otro lado de la montaña...- comenzaban a desgranar los relatos siempre recurrentes de la mitología vasca con sus lamias, basajaunes, galtzagorris y demás fauna. Relatos que en seguida invitaban al bostezo porque por mor de hacer de todo lo vernáculo algo agradable, jatorra que te cagas, aquellos seres mitológicos, lejos de provocar miedo alguno, lo que hacían es que sintiéramos lástima por una mozas con ancas de rana condenadas a hacer "el río" toda la vida a ver si pescaban a algún aldeano incauto pero con perras, o por unos basajaunes a los que en el fondo nos los imaginábamos como unos pobres mutilzarras (solterones) condenados a vivir solos en el bosque con cierto desaliño y casi siempre con un problema agudo de disopmanía, y la verdad que tampoco muy diferentes de esos otros viejos solitarios que solían sacar a pasear su rijosidad por los bares de lo viejo.


Así pues, en seguida se apresuraba alguno de los mayores a cambiar de tercio contado escenas de películas como La Matanza de Texas y por el estilo. Era entonces cuando aquellos pedazos de cabrones que eran los mayores, entre los catorce y los dieciséis, gustaban de dar rienda suelta a su vena más macabra, retorcida, bien que entre un trago y otro del licor de turno, y ello siempre con el beneplácito de los monitores al grito, sí, al grito, de "una noche es una noche, y que rule esa botella de patxaran..." Una perfomance que ahora vista dese la distancia no tenía otro objetivo que acojonar a los pequeños y acaso también de paso a las mozas del grupo por eso de empezar a joder al sexo opuesto de cualquier manera, que ellos al menos estaban en la edad. Y doy fe de que lo conseguían, vaya que sí, claro que no tanto por el relato de cadáveres cercenados a golpe de sierra mecánica o las historias de muertos vivientes que se comían los cerebros de rubias que así a primera vista parecían no tenerlo, como que tanto los mayores, como más de uno de los monitores, por no decir todos o al menos los que no se estuvieran liando en ese momento, se acababan convirtiendo ellos mismos en almas en pena, mayormente por culpa de aquel brebaje maldito elaborado a saber por qué sorgina o bruja con aranes (endrinas) del bosque. De hecho, la cosa adquiría tales dimensiones de desenfreno y libertinaje que lo que menos te habría importado en aquel momento era que se te hubiera aparecido el macho cabrío de todo akelarre que se precie, y eso aunque hubiera sido para darte directamente por culo, en serio. No, porque con tal de que los mayores del grupo no te arrastraran fuera de la casa al grito de "¡venga, vamos a darnos un chapuzón en el pantano todos en bolas!" o cualquier otra ocurrencia del tipo "¡a tirarse del tejado, que hoy volamos todos!", ya podías darte por satisfecho, por salvado. Así que luego el domingo de vuelta en casa, cuando, con las imágenes de aquella noche terrorífica todavía en la retina, tus padres te preguntaban a ver qué tal te lo habías pasado en Landa, tú no vacilabas ni un segundo antes de contestar: "de miedo, lo hemos pasado de miedo".

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