lunes, 24 de noviembre de 2014

DE LA CARIDAD



Cuando repasas, tanto los hechos como lo que se ha escrito sobre el desahucio de la anciana de 85 años de Vallecas, no puedes dejar de pensar en la tremenda carga simbólica que encierra todo lo relacionado, no sólo con este caso, sino también con todos los que lo han precedido. Por una lado la increíble desproporción del despliegue policial en Vallecas para mantener a raya a los concentrados para protestar y/o evitar el desahucio, lo cual hace pensar de inmediato en el esmero con el que se aplican las llamadas fuerzas del orden en aplicar la ley por muy injusta que sea ésta, y la de los desahucios ha quedado más que patente que lo es en todos los aspectos, que lo es además porque en su momento, y a diferencia de lo que ocurre en otros países de nuestro entorno, los políticos del PPSOE aprobaron lo que aprobaron en beneficio de quienes ya sabemos y en detrimento siempre de la parte más débil (sí, los socialistas también), la contundencia con la que actúa la policía siempre contra esta parte a diferencia de la escrupulosidad con la que tratan a los poderosos, y ese otro despliegue ya mediático para llevar a todos los hogares españoles la noticia de la muerte de la Duquesa de la Subvención Europea, funeral rosa mediante, como si se tratara de un personaje cuya contribución al desarrollo o mejora de la sociedad española hubiera sido decisivo y de ahí el fervor popular a la ahora de rendirle su último adiós. Todo ello en un ejemplo diáfano de cómo las prioridades de los medios son las que son y por algo son así. Pero claro, dicho esto en seguida aparecen los morros torcidos de los que tienen la palabra demagogia permanentemente preparada en la punta de la lengua para descalificar a los que ellos llaman "indignados de salón", biempensantes de cuarto de hora y así, gente que sobre todo aburrimos con nuestro buenismo de guardia y que no somos otros que los que "también" aprovechamos medios como este en el que escribo para denunciar lo que nos viene en gana y porque probablemente es el único a nuestro alcance. Gente a la que hay ridiculizar a toda costa y sobre todo resaltar sus supuestas contradicciones o imposturas porque sólo así, echando mano de un puritanismo para meter en vereda única y exclusivamente a los que no te son afines, parece que otros pueden justificar su indiferencia e incluso complacencia. Y ya no sólo se trata de escribir por enésima vez contra la injusticia de la ley española de desahucios, no, ahora también toca señalar aquellas voces o comentarios que justifican esta ley porque así son las cosas y no se puede hacer nada para evitarlo, que hubiera espabilado en su momento, la abuela o el hijo, la culpa nunca es del sistema que las propicia. Eso y que si se hace algo para remediar este estado de las cosas se pone en peligro la estabilidad de los que todavía pueden presumir de estables, de tener una casa, trabajo, comida a diario. Es el mensaje del miedo, de modo que cuidado con levantar la voz en demasía, a ver si vamos a acabar todos en la puta calle detrás de la octogenaria, al fin y al cabo una persona desechable como tantas otras antes, gente que no vale, no produce, sólo parasita al resto, está de más. De modo que mejor preocuparse por los que hacen más ricos a los amos del cotarro y sobre todo por estos, que hacen que las cosas funcionen, aunque sólo sean cómo funcionan ahora. ¿Desigualdad? Qué más les da a algunos que cada vez sea mayor la brecha entre los que más tienen y los que menos mientras no les afecte, hasta que no se vean en la misma tesitura que la octogenaria o por el estilo. A los que pensando así todavía se les puede presumir buena fe, y no una simple devoción por el más puro darwinismo social, esto es, un desprecio supino por el devenir de tus semejantes, todavía les queda la opción de creer que hay una especie de justicia divina en el hecho de que una minoría concentre la mayor de la riqueza en una sociedad, que si lo hacen es porque se lo han ganado a pulso y por méritos propios en el concurso de esa lucha por la vida, por la vida a secas, que llaman mercado, como si todas las leyes que rigen este juego sempiterno fueran las mismas para todos en la casilla de partida o acaso ya sólo escrupulosamente respetadas por todos los que toman parte en el mismo. Al intento por parte de la sociedad para darse una organización que vigile el cumplimiento de esas leyes, las que en teoría nos ponen a todos en condiciones de igualdad en la casilla antes referida, a la vez que asista a aquellos que por lo que sea ni pueden ni llegan a triunfar, siquiera a sobrevivir, en esa lucha por la vida, lo tachan de "injusticia", de atentado a su libertad, esto es, a su pretensión de desentenderse del sino del resto de sus semejantes. Y en eso está una buena mayoría, unos convenciendo al resto desde sus diferentes púlpitos para que se resignen al estado de las cosas, y otros por verdadera convicción o miedo. Luego ya, si de repente acude la mala conciencia por haber dejado al desamparo a una anciana octogenaria, siempre cabe la posibilidad de que un alma caritativa como el Rayo Vallecano o quien sea tenga el gesto, del todo elogiable, de asistir a la señora por su cuenta y riesgo. Pero esa y no otra parece ser la alternativa cuando la sociedad renuncia como tal al cuidado de todos sus miembros porque dicen que no se puede, no es rentable, y eso mientras se gasta en lo que se gasta única y exclusivamente porque las prioridades son otras: la caridad.

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