jueves, 27 de noviembre de 2014

MÁS MIERDA DE LA QUE SE VE



La actualidad no da tregua con su catarata de mierda; ahora la ministra de sanidad... En fin, esto es un sindios. Y aún así todavía hay tiempo, no sólo para el asombro, sino también para la enmienda. Porque si ayer o anteayer, yo qué sé, escribí que lo del Pequeño Nicolas no daba para algo más que una comedia bufa, la historia de un imberbe -esa pelusa que le cuelga...- pícaro aquejado de megalomanía como consecuencia de una exposición continua al fulgor humano e intelectual que emanan los próceres del Partido Popular sin excepción, vamos, que de tanto arrimarse a ellos se le ha acabado pegando el envanecimiento cazurro y estamental que parece serles innato, hoy toca retractarse. Sí, porque tras las declaraciones del empresario madrileño en las que contaba cómo el tal Nicolás lo citó en el Ministerio de Economía con García-Legaz, secretario del Estado de Comercio, vamos, segundo del ministro de economía Guindos, para pedirle que intercediera a su favor ante el Ayuntamiento de Madrid, cita en la que el secretario aseguró al empresario que ya le haría saber de sus gestiones, pero siempre a través del tal Nicolás, el cual poco después exigió 200.000€ como pago por dichas gestiones, todo hace sospechar que el mequetrefe en cuestión no es o era un pícaro al uso, esto es, un estafador por su cuenta y riesgo. No, todo hace sospechar, y esto porque de creer a alguien, y a pesar de la escasa credibilidad de buena parte de lo que nos llega de los medios, me inclino por el empresario, cuestión de simple y puro instinto, de simpatía incluso por la parte más débil de todo este asunto tan turbio, la víctima al fin y al cabo, que el chiquilicuatro megalómano apenas era otra cosa que un correveidile de altos cargos del PP como el García-Legaz y probablemente también otros del mismo pelaje, para llevar a cabo sus particulares mordidas con las que, oye, redondear unos honorarios ya de por s`i abultados, que hablamos de un secretario del Estado y seguro que los otros también por el estilo. Sólo así se entienden muchas cosas de esta historia de coches oficiales y asientos en primera fila del pequeño Nicolas, una lista de amistades y encuentros demasiado extensa y continuada.

Por supuesto que estaría por confirmar. Pero ahí está la sospecha y con ella la percepción de que la magnitud de la corrupción de la que hablamos a diario alcanza niveles no ya sólo insospechados, sino incluso insólitos, pues cuesta creer que un secretario del estado o cualquier otro alto cargo sea capaz de rebajarse a semejante nivel de rapacería. Pero claro, por qué no cuando ya tenemos en la trena a alcaldes, exministros y presidentes de comunidades autónomas. Dicho lo cual resulta imposible no desear el vuelco que anuncian casi todas las encuestas. Poco importa ya que el que lo vaya a liderar sea una formación sin definir ideológicamente del todo, una promesa antes que una alternativa con todas las de la ley, apenas una lista electoral encabezadas por líderes que mediáticamente pueden resultar muy eficaces pero que políticamente no parecen del todo de fiar. No sé, ya tendrán tiempo para aclarar sus posturas, matizar sus propuestas, afinar su discurso, renunciar a lo que haya que renunciar en pro de la cruda realidad, puede que incluso aparezca más de una alternativa que ofrezca más confianza a los que duden de la conveniencia de comulgar con ideas o eslóganes que huelen a ideologías que la Historia condenó en su momento al olvido. Puede, en todo caso, que surja algo nuevo que en fondo sea lo mismo que hubo en su momento pero que otros se encargaron de aparcar a un lado, llámalo socialdemocracia o como quieras. Pero, de lo que no hay duda es de que se impone una limpieza a fondo de la mugre que ha sustentando hasta ahora el sistema, un gobierno de los justos y acaso también de los puros, lo que duren. Y eso si duran, si aguantan la tempestad, o lo que es lo mismo, esta operación de acoso y derribo en la que están empeñados los partidos de la II Restauración Borbónica con la ayuda de sus lacayos mediáticos y con la que pretenden hacernos creer que ciertas nimiedades administrativas tienen la misma categoría que el saqueo indiscriminado del que hemos sido objeto

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