Pues sí, no por muy oído o conocido, el testimonio de Iñaki Rekarte en el Salvados de anoche fue menos estremecedor de lo que ya es. No merece la pena añadir nada al horror contado por él y que tan cercano se nos hace a tantos a poco que echemos la mirada atrás. Con todo, hay mucho que contar y, al contrario de lo que dicen algunos, que no es el momento, que todavía el tema está muy candente, que aburre incluso, creo que hay que hacerlo siempre, todo testimonio o mirada sobre la pesadilla que hemos vivido es un peldaño más en la reconstrucción de un pasado demasiado cercano, sí, pero imprescindible como lección para las futuras generacionales. Porque de eso va el testimonio de Rekarte, más allá de la consideración moral, ética o humana que le merezca a cada cual el personaje, yo creo que es un valiente haciendo lo que hace, probablemente justo lo contrario de lo que, no me cabe la más mínima duda, le reprocharán muchos, y no sólo sus antiguos compañeros de armas e incluso de rondas en la herriko de turno, que le dirán un figurón, un batallitas, un traidor, ya se lo dicen, vaya que si se lo dicen o más bien se lo hacen saber. Al fin de cuentas, ya conocemos el percal, y la miseria humana que anida en muchas almas de las que entonces fueron palmeros del horror todavía está ahí tal cual. Por desgracia hay y habrá siempre seres humanos que aferrados a sus convicciones de piedra, cuando no ya parte indisoluble de ellas, resultan impermeables a la más mínima infiltración de un rasgo, gesto o pensamiento de humanidad. Pero, lo mires por donde lo mires, por muy duro o repulsivo que resulte, el testimonio de Rekarte es toda una lección de historia para las generaciones venideras que todavía pueden caer en la tentación de sacrificar su juventud, la vida entera y sobre todo la de los demás, en el altar de las patrias asesinas, que no son todas las patrias, ni siquiera esa misma que los tipos como Rekarte querían construir a su medida, sino aquellas que se levantan a sangre y fuego sobre los cadáveres de los que no la comparten o fueron tildados por conveniencia o simple fanatismo de enemigos de ésta. Una lección para que las generaciones venideras aprendan tanto de lo perverso de querer imponer las ideas propias al prójimo por las bravas, de querer vencer en lugar de convencer, como de la inutilidad intrínseca de la violencia para resolver conflictos de cualquier tipo. Una lección imprescindible porque, si echas la vista atrás, Rekarte y sus antiguos conmilitones no son la primera ni la única generación que creyó lícito sacrificar la vida del prójimo en pos de una patria irredenta o, acaso, en su defensa frente a un enemigo exterior. Anoche escuchabas al ex-etarra Rekarte hablar de la bisoñez de un veinteañero convencido de ser un soldado en guerra contra ese eterno enemigo del pueblo vasco en la forma del Estado Español, y estabas convencido de que esas mismas podían haber sido las palabras de su abuelo, bisabuelo o tatarabuelo tras haberse echado al monte con menos años incluso de los que tenía él cuando entró en ETA, con el fin, primero de unirse a una partida carlista, y luego más tarde al ejército regular de aquellos borbones esperpénticos en el que los vasco-navarros de entonces depositaron todas sus esperanzas de conservar un orden de las cosas que sí, sin duda, nos fue arrebatado por las bravas en pos de otra concepción tan patriótica o nacionalista como la que más tarde daría lugar al propio patriotismo nacionalista vasco, pero en cuya defensa se sacrificaron varias generaciones durante varias guerras generando su correspondiente ciclo de entusiasmos juveniles, heroicidades de barbecho, victorias otro tanto y siempre, y por pura lógica del equilibrio de fuerzas, hasta la derrota final y definitiva, pactos o abrazos entre gerifaltes, cárcel y exilio de los irreductibles, vidas truncadas para siempre... No aprendieron nada, no sacaron ninguna lección, ni siquiera de que lo mucho o poco que consiguieron conservar de aquel viejo orden otros mediante la palabra y el pacto, aquellos liberales fueristas que odiaban tanto o más que a sus enemigos en el campo de batalla, también se ha repetido en este aciago presente con muchos de aquellos a los que les pusieron una nueve milímetros en la nuca o la goma dos en los bajos del coche. En fin, historia triste, historia histórica, historia final, que cantaban aquellos chicos acelerados de la Margen Izquierda.
miércoles, 13 de mayo de 2015
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