La información sobre libros, no digo ya sobre literatura, casi que ha desaparecido de los medios que dicen generalistas. No obstante, de vez en cuando resurge como el Guadiana en el que se ha convertido y lo hace casi que repitiendo los mismos temas o con los mismos autores que podemos calificar sin tapujos de mediáticos. Es el caso de Michel Houellebecq, cada libro un escándalo más o menos fingido porque dicen que trata de tal o cual tema tabú, como si fuera el único en hacerlo, acaso el único que al hacerlo alcanza cifras millonarias de ventas y mejor para él, faltaría. Luego yo ya no me meto en sus méritos literarios, que los tiene, eso no lo niego aunque a mí no me parezcan para tanto y sospeche más artificio del imprescindible para lo de "épater le bourgeois" en el que nos hemos convertido todos y de ahí que Houellebecq pueda disparar a discreción. Ahora le toca al Islam en una futura Francia gobernada por un partido islamista. Hay que reconocer que el planteamiento es jugoso, que tiene miga y mucha para hacer un buen pan, luego ya si también literatura, pues oye, yo diría que a ratos, como en casi todo lo del gabacho. Cómo no va a interesar, enganchar incluso, una trama que parte de una idea que aparece en el propio libro, Soumission:
« L’arrivée massive de populations immigrées empreintes d’une culture traditionnelle encore marquée par les hiérarchies naturelles, la soumission de la femme et le respect dû aux anciens constituait une chance historique pour le réarmement moral et familial de l’Europe, ouvrait la perspective d’un nouvel âge d’or pour le vieux continent. »
Con este presupuesto Houellebecq ya parte con ventaja a la hora de presentar, vender, su novela, siquiera con la baza de la osadía por tratar el tema frente a tanta corrección política, tanto tabú equidistante, tanto autoflagelo buenista. El resultado, no podía ser de otra manera, lejos de crear una ficción cuya sola probabilidad ya sería motivo de debate, una ficción con la que contemporizar o a la que poner todos los reparos del mundo, lo que tenemos es ni más ni menos que una novela de Houellebecq, más dosis de provocación para biempensantes, el ya demasiado leído postureo reaccionario para epatar a los papanatas en los que según él nos hemos convertido los europeos, mucho nihilismo masculino, macho más bien, de fin de ciclo mitigado con dosis ingentes de sexo, alcohol y nietzscheanismo de autoayuda más o menos argamasado con mucha coña marinera para lo de arrancar sonrisas, o lo que es lo mismo, provocar la simpatía del lector hacía el texto y poco más; tramposete, tramposete. Aquí, una vez más, todo parece cubierto por el pringue a semen, alcohol y pis de viejo prematuro con el que Houellebecq pinta su pesadilla; vamos, que si buscas belleza entre sus líneas, maestría en el lenguaje, atmósfera y demás, vuelve Au Chateau D´Argol de Gracq y similares. Lo que nos ocupa en esta ocasión y en las anteriores de la mano del mismo autor, y yo diría que casi que también del mismo personaje, es siempre otra cosa, eso es el espectáculo por el espectáculo, el gatuperio posmoderno, mucha artillería que luego da en fuegos artificiales y te deja como después de una sesión de los mismos: sordo. Eso sí, de vez en cuando unas risas, como con los colegas en el bar y tal, qué cabrón le Michell...
« En vieillissant, je me rapprochais moi-même de Nietzsche, comme c’est sans doute inévitable quand on a des problèmes de plomberie… »
« Je ne connaissais à vrai dire à peu près rien du Sud-ouest, sinon que c’est une région où l’on mange du confit de canard ; et le confit de canard me paraissait peu compatible avec la guerre civile. Enfin, je pouvais me tromper. »
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