Creo haber visto a B. B. King en directo en tres ocasiones. Una de ellas fue en Donosti, no sé cuándo, la segunda, aunque no precisamente por orden cronológico, no me acuerdo dónde, ahora no acierto a recordar si fue de nuevo en Donosti, Bilbao, Madrid, Asturias, en cualquier otra ciudad española o en alguna del extranjero. No postureo ni una pizca, sinceramente no me acuerdo, que va a ser verdad eso de que el alcohol mata las neuronas y a saber qué más, a saber. Pero de la tercera vez me acuerdo como si fuera hoy, o mejor dicho, hoy, precisamente porque toca honrar su muerte, me acuerdo mejor que nunca. Fue un mes de julio en Dublin. Creo que celebraban una semana del jazz, blues, soul y por el estilo. El concierto estrella no era otro que el de B. B. King, un concierto al aire libre, en pleno centro de la ciudad y por supuesto que gratuito. Para ello habían colocado el escenario justo enfrente de uno de los edificios más emblemáticos del centro, no recuerdo si el Trinity College o el Dublin's General Post Office, fíjate cómo debía andar yo ya a esas horas de la tarde, con cuántas pintas encima para resistir de pie hasta el último bis. El caso es que el centro de la capital de Irlanda estuvo parado durante todo el tiempo que duró el concierto de B. B King con su famosa Lucille entre las manos. Y duró desde la tarde a bien entrada la noche para lo que suele ser allí la norma. Un concierto que abarrotó el centro de gente y del que recuerdo como detalle curioso a los oficinistas de las oficinas de los alrededores apostados en las ventanas, con las corbatas alrededor del cuello o en la mano y la camisas medio desabrochadas, y todos meneando el esqueleto a ritmo de blues, y también más de una dedicando su trasero al público concentrado en la calle; se ve que ese día sí, ese día había corrido la cerveza o lo que fuera por la oficina . En realidad todo el mundo acabó meneando el esqueleto a pesar de que dudo que todos los presentes fueran amantes del blues y de que la acústica, precisamente por lo improvisado del escenario y su entorno, no fuera precisamente la adecuada (se podría decir que las notas antes de llegar a oídos del público parecía que se fueran a tomar unas pintas en alguno de los pubes de Temple Bar o Grafton Street); pero, hay que reconocerlo, para entonces B.B King ya era a su género lo mismo que Camarón había sido al flamenco. B.B. King popularizó para el gran público un género que en la guitarra y voz de un Robert Johnson o un Jonh Lee Hooker resulta tan auténtico y mágico para los entendidos como repetitivo y pesado a la larga para el resto. Ese saber abrirse a otros públicos haciendo un blues más asequible y sobre todo ligero de las brumas estéticas al uso en las que suelen venir envueltos los músicos más clásicos o fieles a la raíz esencialmente "blue" del género, estética que huele a humo y bourbon, así como su estrategia de colaborar con músicos famosos de todos los estilos a sabiendas de que así salía de los reducidos círculos de fieles o enterados entre los que se suelen mover los bluesmen más genuinos, fue sin lugar a duda el gran mérito de B. B. King. Sólo hubo que ver el éxito que tuvo aquel día en las calles de Dublin, nadie podía haber adivinado tanto amante del blues en la ciudad del Liffey porque probablemente no lo eran, simplemente gente que acudió a un concierto gratuito al aire libre o que pasaba por allí y se dejó atrapar por la tal Lucille y la banda que acompañaba a su dueño. Pues eso, memorable, que se dice.
miércoles, 20 de mayo de 2015
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