miércoles, 15 de mayo de 2013

ELOGIO DEL 15 M




Segundo aniversario del 15 M y servidor se impone verter algunas de sus perplejidades sobre el asunto.  La primera de ellas y la más grande de todas desde que surgió este mal llamado movimiento (porque yo, sinceramente, no creo que naciera para ir a ninguna parte, sino más bien para todo lo contrario, para plantarse, esto es, dar aviso y adiós muy buenas, ahí os queda eso, tomad nota) es la automática y hasta virulenta animadversión que suscitó, y no tanto en aquellas personas que uno daba por hecho que reaccionarían así, no en vano era a ellas a quienes se señalaba como culpables o beneficiarios directos del estado de cosas por el que la gente se concentró espontáneamente en Sol  –sí, espontáneamente, así lo creo yo-, me refiero así a groso modo a la gente de orden y mando para los que toda protesta es por principio sospechosa y por lo tanto condenable, como en esas otras que aún auto tildándose de críticas con el sistema, muchas de ellas con su correspondiente pedigrí en eso de la lucha contra la dictadura y un más que acreditado compromiso por los valores democráticos y bla, bla, bla, en seguida recelaron del 15 M como algo que se escapaba a su compresión, puede que sobre todo a su control, algo que sospechaban, temían más bien, que ponía en tela de juicio sus propias biografías. De ahí la virulencia instintiva, el desprecio sin matices, las dosis ingentes de infumable paternalismo con el que muchos de estos “veteranos” de la lucha por las libertades se aproximaron al fenómeno. El mayor exponente de todos ellos no ha sido otro que el siempre insoportablemente envarado Savater, el cual se descolgó afirmando que los llamados “indignados” no eran otra cosa que un "hatajo de mastuerzos", eso y que el 15-M le ha servido de "tontómetro" para medir "el nivel de estupidez y el cinismo". Anda que se le notaba poco al filósofo oficial de la progresía patria el inmenso fastidio de saberse superado en eso de poner los puntos sobre las íes al prójimo. Digo yo que algo de nostalgia sentiría el “inveterado luchador por las libertades” de sus tiempos mozos asamblearios en la facultad de Zorroaga, jugando a Marcuse o por el estilo. En cambio, supongo que no tanto de sus homilías a rebosar de la demagogia del momento y que publicaba en el EGIN. Luego ya vino lo que vino, la meritoria y necesaria lucha contra ETA y sus consecuencias; lástima que todo ello haya derivado también en un más que interesado rigorismo democrático consistente en aprovechar ese bagaje para repartir carnés de demócratas al prójimo, para censurar de antidemocráticas las actitudes o ideas de los que no comulgan con las suyas a poco que se salgan de un guión hecho a medida de la opción para la que trabaja y que no es otra que una revisión del jacobinismo en su estado más primario. Sólo así se entiende su pujo por descalificar a los indignados del 15 M y aquellos que podríamos considerar como sus legatarios, la Plataforma Antidesahucios, la Marea Blanca, Verde…,  con el argumento, tan, tan de abuelo cebolleta, de a ver dónde estaban ellas cuando él se batía el cobre contra ETA.

Pues a saber, unos estarían a sus cosas, a eso tan vulgar de la lucha por la vida, y otros puede que a su lado en las manifestaciones contra ETA, muchos puede que ni siquiera habrían alcanzado la mayoría de edad todavía e incluso en un continuo afterhour existencial propiciado por los años de bonanza o así. En todo caso, ¿quién eres tú para juzgar a los indignados por lo que hicieron o dejaron de hacer entonces? Ya sabemos, ya, como poco el auto designado faro espiritual de la inteligentsia hispana. Por ese le jode, y como a él a tantos otros que durante años ejercieron de listos oficiales, que la gente del común saliera a la calle espontáneamente a clamar contra un sistema que juzgaban injusto desde en casi todos los aspectos, un sistema que la constitución que lo refrendaba no era sino una mera convección para que en esencia perdurara el estado de cosas anterior bajo una patina de estado de derecho democrático. Así pues, cómo no iban a mirar con desprecio y enojo Savater y compañía a una gente que osaba cuestionar una constitución en cuya defensa habían arriesgado la vida como si fuera el texto legal más completo y definitivo que pudiera haberse concebido.  Debían escuchar a la gente despotricar contra una monarquía que esa misma constitución consagra como inviolable, contra unas instituciones al servicio exclusivo del poder económico y para las que los bonitos principios de universalidad de esto y aquello que refrenda el texto en cuestión apenas pasan de ser otra cosa que eso mismo, palabras, contra una casta política en la que el que no es corrupto parece que calla o que no se quiere enterar de que el que tiene al lado lo es, contra este nuevo bipartidismo de esta segunda restauración monárquica a lo Cánovas y Sagasta, contra una justicia que sólo lo es hasta determinado escalafón político o económico,  y a veces ni siquiera eso, a veces simple y llanamente es implacable con los más débiles y completamente indulgente con los poderosos; en fin, debían estar escuchando tantas cosas contra ese mundo idílico que decían habernos proporcionado gracias a su compromiso y bla, bla, bla, y claro, no podían concebir tamaña ingratitud por parte del populacho, tanto resentimiento contra ellos y lo que representan. De ahí que la primera reacción fuera el desprecio, el insulto, la descalificación con brocha gorda del 15 M como un asunto de perroflautas y nostálgicos de utopías periclitadas por el propio devenir histórico.

Es entonces cuando los progres de antaño se alinearon con los conservadores de siempre, con la reacción en su estado más puro, aquellos que temían perder el privilegio que consagra el sistema que los del 15 M denunciaban, en su animadversión contra un fenómeno que en seguida corrieron a calificar de antidemocrático, cuando no de golpista o casi, que querían suplantar la voluntad de las urnas, que lo que proclamaban era la vuelta a no se sabe bien qué tipo de comunismo originario, incluso la reivindicación del terror revolucionario con su propia guillotina y en ese plan. Los más escorados a la defensa del status quo, los privilegiados de antaño y otros recién llegados, incluso se despachaban con las dosis sectarias al uso diciendo que apenas se trataba de otra cosa que del clásico movimiento insurgente de la izquierda extrema que pretendía subvertir el orden por la fuerza tal y como era su costumbre. Poco les importaba a éstos que la mayoría de los indignados lo estuvieran precisamente porque lo que no se respetaba era el orden que supuestamente consagra esa constitución de marras, la igualdad de oportunidades, la de la justicia, el derecho a esto o aquello, la honestidad en el ejercicio de la función pública; el cinismo de esta peña de paniaguados es tal que cosas tan básicas como las consagradas por su propia constitución llegan a concebirlas como meras reivindicaciones de la izquierda más extrema, vamos, no se les puede ver más el plumero; "¿empleo, vivienda, asistencia médica gratuita, educación? ¡estaís tontos, nosotros sí, vosotros, con la actual coyuntura económica global como excusa, no os lo podeís permitir." Y también, también, aparecieron las Talegón de turno con sus teorías conspirativas y su convicción de que la alternativa al poder de turno sólo pueden venir de ellos, para seguir en lo mismo, claro está,  Lampedusa a la vista, Lampedusa como todo proyecto regeneracionista del político profesional.

No obstante, y como era obvio que exageraban, que mentían a conciencia incluso, tuvieron que bajar el pistón. Ahora tocaba una de condescendencia y/o paternalismo a raudales, que si no había propuestas concretas, estaban desorganizados, no había una voz reconocible, el nihilismo era su única bandera, vamos, que no iban a ninguna parte. Llegó entonces el turno de atacar la legitimidad del fenómeno, cuestionarlo desde la raíz. Y ahí, precisamente ahí, está, a mi entender, su gran error a la par que también su gran ventaja. El error porque la condescendencia con la que tratan el 15M les impide ver lo obvio, que sí, que tienen razón cuando les acusan de no ir a ninguna parte, no presentar alternativa alguna, porque no era su intención, de hecho no había más guillotina que la que los de arriba imaginaban alrededor de su cuello, y sí dosis ingentes de utopía y vaguedades, yo diría que tal y como correspondía a un acto popular como aquel. Porque no pasó de ser una gran pataleta de una buena parte de la sociedad, una pataleta tan espontánea como representativa del hartazgo de la gente del común por un estado de cosas del que les hacían responsables a ellos, y de ahí que su obligación hubiera sido tomar buena nota, asumir siquiera las más razonables de sus reivindicaciones, plantearse incluso una reforma radical de todo, prácticamente de todo. La ventaja que tienen respecto al 15 M los que lo denigran es que, en efecto, y a falta de una alternativa concreta, o de varias, en apariencia no representan un peligro inmediato para el bipartidismo borbónico ni para la vigencia del sistema en su conjunto.  Sin embargo, sus consecuencias sí que amenazan, o pueden hacerlo, con un camino de no retorno, siquiera porque ahora gracias al 15 M los de arriba ya saben que no podrán seguir actuando con la impunidad con la que venían haciéndolo. La gente ya no traga, no se resigna a aceptar las cosas como viene, por eso ya ha salido a la calle, incluso se ha organizado, ya sea para parar desahucios, presentar iniciativas populares, oponerse en mareas a la destrucción de lo público, o cargarse a diario en todos sus muertos. Al menos la mayorúa ya no jalea como lacayos a los de arriba a su paso, se han demorado los mitos como el de la inmaculada Transición, se ha estirado demasiado la cuerda de la paciencia de la mayoría, si bien ellos parecen seguir convencidos de que, aún y todo, esa mayoría todavía está compuesta por eso que decía Rajoy de la gente decente que se queda en casa a verlas venir. Están en ello, en dejar correr las cosas, que amaine el temporal de la crisis en la esperanza de que cuando la gente vuelva a manejar parné en los bolsillos ya no estará tan indignada, agradecida más bien. Pero, la mierda que ha salido a flote es descomunal, no se puede tragar con tanta, así que ya veremos hasta cuándo permanece huérfana de alternativa tanta indignación.

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