Segundo aniversario del 15 M y
servidor se impone verter algunas de sus perplejidades sobre el asunto. La primera de ellas y la más grande de todas
desde que surgió este mal llamado movimiento (porque yo, sinceramente, no creo
que naciera para ir a ninguna parte, sino más bien para todo lo contrario, para
plantarse, esto es, dar aviso y adiós muy buenas, ahí os queda eso, tomad nota)
es la automática y hasta virulenta animadversión que suscitó, y no tanto en
aquellas personas que uno daba por hecho que reaccionarían así, no en vano era
a ellas a quienes se señalaba como culpables o beneficiarios directos del
estado de cosas por el que la gente se concentró espontáneamente en Sol –sí, espontáneamente, así lo creo yo-, me
refiero así a groso modo a la gente de orden y mando para los que toda protesta
es por principio sospechosa y por lo tanto condenable, como en esas otras que
aún auto tildándose de críticas con el sistema, muchas de ellas con su
correspondiente pedigrí en eso de la lucha contra la dictadura y un más que acreditado
compromiso por los valores democráticos y bla, bla, bla, en seguida recelaron
del 15 M como algo que se escapaba a su compresión, puede que sobre todo a su
control, algo que sospechaban, temían más bien, que ponía en tela de juicio sus
propias biografías. De ahí la virulencia instintiva, el desprecio sin matices,
las dosis ingentes de infumable paternalismo con el que muchos de estos “veteranos”
de la lucha por las libertades se aproximaron al fenómeno. El mayor exponente
de todos ellos no ha sido otro que el siempre insoportablemente envarado
Savater, el cual se descolgó afirmando que los llamados “indignados” no eran
otra cosa que un "hatajo
de mastuerzos", eso y que el 15-M le
ha servido de "tontómetro" para medir "el nivel de estupidez y
el cinismo". Anda que se le notaba poco al filósofo oficial de la
progresía patria el inmenso fastidio de saberse superado en eso de poner los
puntos sobre las íes al prójimo. Digo yo que algo de nostalgia sentiría el “inveterado
luchador por las libertades” de sus tiempos mozos asamblearios en la facultad
de Zorroaga, jugando a Marcuse o por el estilo. En cambio, supongo que no tanto
de sus homilías a rebosar de la demagogia del momento y que publicaba en el
EGIN. Luego ya vino lo que vino, la meritoria y necesaria lucha contra ETA y
sus consecuencias; lástima que todo ello haya derivado también en un más que interesado
rigorismo democrático consistente en aprovechar ese bagaje para repartir carnés
de demócratas al prójimo, para censurar de antidemocráticas las actitudes o
ideas de los que no comulgan con las suyas a poco que se salgan de un guión
hecho a medida de la opción para la que trabaja y que no es otra que una
revisión del jacobinismo en su estado más primario. Sólo así se entiende su
pujo por descalificar a los indignados del 15 M y aquellos que podríamos
considerar como sus legatarios, la Plataforma Antidesahucios, la Marea Blanca,
Verde…, con el argumento, tan, tan de
abuelo cebolleta, de a ver dónde estaban ellas cuando él se batía el cobre
contra ETA.
Pues a saber, unos estarían a sus
cosas, a eso tan vulgar de la lucha por la vida, y otros puede que a su lado en
las manifestaciones contra ETA, muchos puede que ni siquiera habrían alcanzado
la mayoría de edad todavía e incluso en un continuo afterhour existencial propiciado por los años de bonanza o así. En
todo caso, ¿quién eres tú para juzgar a los indignados por lo que hicieron o
dejaron de hacer entonces? Ya sabemos, ya, como poco el auto designado faro
espiritual de la inteligentsia
hispana. Por ese le jode, y como a él a tantos otros que durante años
ejercieron de listos oficiales, que la gente del común saliera a la calle
espontáneamente a clamar contra un sistema que juzgaban injusto desde en casi
todos los aspectos, un sistema que la constitución que lo refrendaba no era
sino una mera convección para que en esencia perdurara el estado de cosas anterior
bajo una patina de estado de derecho democrático. Así pues, cómo no iban a
mirar con desprecio y enojo Savater y compañía a una gente que osaba cuestionar
una constitución en cuya defensa habían arriesgado la vida como si fuera el
texto legal más completo y definitivo que pudiera haberse concebido. Debían escuchar a la gente despotricar contra
una monarquía que esa misma constitución consagra como inviolable, contra unas
instituciones al servicio exclusivo del poder económico y para las que los
bonitos principios de universalidad de esto y aquello que refrenda el texto en
cuestión apenas pasan de ser otra cosa que eso mismo, palabras, contra una
casta política en la que el que no es corrupto parece que calla o que no se
quiere enterar de que el que tiene al lado lo es, contra este nuevo
bipartidismo de esta segunda restauración monárquica a lo Cánovas y Sagasta,
contra una justicia que sólo lo es hasta determinado escalafón político o
económico, y a veces ni siquiera eso, a
veces simple y llanamente es implacable con los más débiles y completamente
indulgente con los poderosos; en fin, debían estar escuchando tantas cosas
contra ese mundo idílico que decían habernos proporcionado gracias a su compromiso
y bla, bla, bla, y claro, no podían concebir tamaña ingratitud por parte del
populacho, tanto resentimiento contra ellos y lo que representan. De ahí que la
primera reacción fuera el desprecio, el insulto, la descalificación con brocha
gorda del 15 M como un asunto de perroflautas y nostálgicos de utopías
periclitadas por el propio devenir histórico.
Es entonces cuando los progres de
antaño se alinearon con los conservadores de siempre, con la reacción en su
estado más puro, aquellos que temían perder el privilegio que consagra el
sistema que los del 15 M denunciaban, en su animadversión contra un fenómeno que
en seguida corrieron a calificar de antidemocrático, cuando no de golpista o
casi, que querían suplantar la voluntad de las urnas, que lo que proclamaban
era la vuelta a no se sabe bien qué tipo de comunismo originario, incluso la
reivindicación del terror revolucionario con su propia guillotina y en ese
plan. Los más escorados a la defensa del status quo, los privilegiados de
antaño y otros recién llegados, incluso se despachaban con las dosis sectarias
al uso diciendo que apenas se trataba de otra cosa que del clásico movimiento
insurgente de la izquierda extrema que pretendía subvertir el orden por la
fuerza tal y como era su costumbre. Poco les importaba a éstos que la mayoría
de los indignados lo estuvieran precisamente porque lo que no se respetaba era
el orden que supuestamente consagra esa constitución de marras, la igualdad de
oportunidades, la de la justicia, el derecho a esto o aquello, la honestidad en
el ejercicio de la función pública; el cinismo de esta peña de paniaguados es tal que cosas tan
básicas como las consagradas por su propia constitución llegan a concebirlas
como meras reivindicaciones de la izquierda más extrema, vamos, no se les puede
ver más el plumero; "¿empleo, vivienda, asistencia médica gratuita, educación? ¡estaís tontos, nosotros sí, vosotros, con la actual coyuntura económica global como excusa, no os lo podeís permitir." Y también, también, aparecieron las Talegón de turno con
sus teorías conspirativas y su convicción de que la alternativa al poder de
turno sólo pueden venir de ellos, para seguir en lo mismo, claro está, Lampedusa a la vista, Lampedusa como todo proyecto regeneracionista del político profesional.
No obstante, y como era obvio que exageraban, que mentían a conciencia incluso, tuvieron que bajar el pistón. Ahora tocaba una de condescendencia y/o paternalismo a raudales, que si no había propuestas concretas, estaban desorganizados, no había una voz reconocible, el nihilismo era su única bandera, vamos, que no iban a ninguna parte. Llegó entonces el turno de atacar la legitimidad del fenómeno, cuestionarlo desde la raíz. Y ahí, precisamente ahí, está, a mi entender, su gran error a la par que también su gran ventaja. El error porque la condescendencia con la que tratan el 15M les impide ver lo obvio, que sí, que tienen razón cuando les acusan de no ir a ninguna parte, no presentar alternativa alguna, porque no era su intención, de hecho no había más guillotina que la que los de arriba imaginaban alrededor de su cuello, y sí dosis ingentes de utopía y vaguedades, yo diría que tal y como correspondía a un acto popular como aquel. Porque no pasó de ser una gran pataleta de una buena parte de la sociedad, una pataleta tan espontánea como representativa del hartazgo de la gente del común por un estado de cosas del que les hacían responsables a ellos, y de ahí que su obligación hubiera sido tomar buena nota, asumir siquiera las más razonables de sus reivindicaciones, plantearse incluso una reforma radical de todo, prácticamente de todo. La ventaja que tienen respecto al 15 M los que lo denigran es que, en efecto, y a falta de una alternativa concreta, o de varias, en apariencia no representan un peligro inmediato para el bipartidismo borbónico ni para la vigencia del sistema en su conjunto. Sin embargo, sus consecuencias sí que amenazan, o pueden hacerlo, con un camino de no retorno, siquiera porque ahora gracias al 15 M los de arriba ya saben que no podrán seguir actuando con la impunidad con la que venían haciéndolo. La gente ya no traga, no se resigna a aceptar las cosas como viene, por eso ya ha salido a la calle, incluso se ha organizado, ya sea para parar desahucios, presentar iniciativas populares, oponerse en mareas a la destrucción de lo público, o cargarse a diario en todos sus muertos. Al menos la mayorúa ya no jalea como lacayos a los de arriba a su paso, se han demorado los mitos como el de la inmaculada Transición, se ha estirado demasiado la cuerda de la paciencia de la mayoría, si bien ellos parecen seguir convencidos de que, aún y todo, esa mayoría todavía está compuesta por eso que decía Rajoy de la gente decente que se queda en casa a verlas venir. Están en ello, en dejar correr las cosas, que amaine el temporal de la crisis en la esperanza de que cuando la gente vuelva a manejar parné en los bolsillos ya no estará tan indignada, agradecida más bien. Pero, la mierda que ha salido a flote es descomunal, no se puede tragar con tanta, así que ya veremos hasta cuándo permanece huérfana de alternativa tanta indignación.
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