miércoles, 13 de abril de 2011

GRANDES CABRONAZOS DE NUESTRO TIEMPO Y OTROS...


No reconocer el mérito del prójimo aunque ese prójimo sea un energúmeno, ese parecía el tema de la discusión de esta sobremesa pero no. No reconocer el mérito de nadie porque, partiendo del hecho indiscutible que somos humanos y por lo tanto imperfectos, siempre podremos encontrar un motivo cualquiera, nimio, para negárselo. Decía alguien a la mesa que era cosa de españoles eso de no entender de matices, nuestra incapacidad innata para reconocer el mérito ajeno por pura envidia. Nos escuece que los demás sean mejores que nosotros en lo que sea, creemos que nos hace de menos, nos irrita, como si nos insultara, puede que nos recuerde alguna de nuestras carencias, en el trato preferimos la mediocridad antes que cualquier otra cosa. De ahí que puestos a ponderar algo tendamos a hacerlo sin tapujos de la humildad, que confundamos esta virtud, una de tantas a la que deberíamos estar obligados en el hipotético e intransitable camino de perfección, con el mérito que es la excelencia, destacar en algo por nuestro talento, inteligencia o esfuerzo.

En cualquier caso, cogérsela con papel de fumar con tal de no reconocer lo obvio; vale, encontró la vacuna contra la malaria, le han dado un Nobel y no sé cuantos Príncipes de Asturias, ha salvado millones de vidas; perooooo, es que no se lava, no me saludó cuando lo vi por la calle, me pidió un boli prestado y todavía no me lo ha devuelto, sé que no pasa la ITV de sus tropecientos cocheeees...

En fin, una discusión, ajena, por cierto, que me ha recordado el debate que se han traído hace poco en Francia con la oportunidad o no de celebrar por todo lo alto no sé qué aniversario de Celine. Al final las autoridades han decidido que no, al menos no por todo lo alto, quiero decir a la altura de otras egregias figuras de las letras francesas. La pregunta, sin embargo, ¿se celebra la obra, los logros, del escritor, o se le juzga como persona? Porque si la cosa se reduce a lo segundo está claro que por no celebrar, no habría ni que mencionar su existencia, mejor quemar todos sus libros, borrar su nombre de las hemerotecas. Porque para cabronazos cum laude, Celine, nunca nadie escribió tantas barbaridades sobre el prójimo, nadie más racista, clasista o simplemente demente. Era y presumía de todo lo peor, sabía que al hacerlo iba contra corriente, aunque no tanto, siquiera sólo del lado de los que la Historia ha arrojado al estercolero donde acaban por méritos propios todos aquellos que sólo contribuyeron al sufrimiento ajeno, me refiero al de los nazis de los que fue admirador y también exegeta, de los que incluso se puede decir que fue el mejor propagandista en lengua francesa, a destacar sus soflamas antisemitas como las Bagatelas esas.

Ahora bien, por qué seguimos hablando de Celine, por qué seguimos leyéndolo incluso con verdadera fruición, por qué entonces se plantean incluso tales homenajes en la vecina y siempre en apariencia tan fina y cultivada Francia. Pues porque sus dos grandes obras, Viaje al fin de la noche y Muerte a Crédito, revolucionaron la literatura en sentido literal; pusieron patas arriba la forma de escribir en casi todos sus aspectos. A decir verdad, Celine hizo saltar todos los convencionalismos de la escritura escribiendo simple y llanamente como le salía de los cojones, dejándose llevar nada más que por su pulso narrativo, su mala leche más bien, sus accesos no tan repentinos de lírica sucia, su talento impresionista para describir con pocas y crudas palabras lo que a otros les solía llevar páginas enteras. A lo que habría añadir una desinhibición hacia los temas que abordaba, y que no eran sino su propia experiencia, y, muy en especial, el ritmo frenético que impregna a su escritura, sin lugar a dudas su gran logro dado el fondo que arrastra con ella.

Así pues, la obra de Celine no deja a nadie indiferente, por lo general apasiona, siquiera sus dos primera novelas, o biografías más o menos encubiertas. Luego, cuando ya había dado lo mejor de sí, Celine se revela en simples y patéticos panfletos del tipo de Rigodon o Bagatelas para una Masacre, como lo que realmente era: un hijo de puta de cuidado. Y no lo era sólo por sus ideas, las peores, de acuerdo con más de un testimonio de los que lo conocieron también debió serlo en su vida normal, en su trato diario con el prójimo, vamos, un verdadero cabrón con pintas.

Pero, ¿juzgamos al escritor o al hombre cuando hablamos de literatura? Para mí está claro, si hablas de libros estás ante un genio o casi, si lo haces como persona, apaga y vámonos. ¿Que ya se encargará la Historia de ponerlo en su sitio? Pues seguro, pero mucho me temo que la Historia no es tan mojigata como algunos, porque si es cuestión de tiempo ha tenido todo el que ha querido para hacerlo con Cicerón o Quevedo, y si ambos han llegado a nuestros días ha sido precisamente como escritores, y no tanto como ciudadanos o simples personas que dejaban más bien poco de desear, el segundo incluso a la par del franchute en cuanto a la cosa de odiar al prójimo por su origen y en ese plan.

Y quien dice las letras, dice cualquier otra disciplina o arte. ¿Era acaso Picasso un dechado de virtudes? Más bien un macho con vicios a montones menos el de querer o tratar como personas a aquellas que pasaban por su entrepierna. Mejor no hablar de Beethoven, Kubrick o Depardieu... Y es que de reparar sólo, o antes que nada, en las virtudes morales o éticas de tanto y tanto artista o por el estilo, ya puedes dejar a un lado tus prejuicios, porque de lo contrario no disfrutarías de nada, nada te parecería bien porque éste hizo o dijo tal o cual. Perderías la oportunidad de disfrutar de lo esencial que es lo que encierra la obra en sí misma y déjate de pamplinas moralistas, a ver si ahora no vas a poder partirte en culo con las películas de Peter Sellers porque el tipo era un rato cabrón y sobre todo un miserable en su vida real con todo aquel que le rodeaba.

Yo desde luego, y a pesar de que como persona Baroja también era bastante deleznable por pequeñas cosicas como las que achacan a Celine, entre ellas su visceral antisemitismo, su filonazismo y su mezquindad a raudales, pequeños defectillos que su familia había procurado ocultar durante años, y que sólo han acabado saliendo a la luz gracias a la publicación de exhaustivas biografías de su obra y persona, así como de sus últimas novelas -las que tratan del periodo de la Guerra Civil, con su pretendida equidistancia entre unos y otros, la cual luego no lo era tanto porque el señorito buscaba hacerse querer, esto es, comprender y perdonar, por los vencedores-, no pienso privar a mis hijos de la lectura de las novelas que formaron parte de mi adolescencia, y casi diría que de mi mundo, novelas como Zalacain el Aventurero, Las Aventuras de Shanty Andia, La leyenda de Juan de Alzate, La Dama del Aizcorri, El Mayorazgo de Labraz y hasta las ya más sesudas, o eso parecía, como las trilogías de Las Ciudades, La Busca o lo que a ellos ya les venga en gana. Joder, cómo lo voy a hacer, si hasta el puto Walt Disney era para darle de comer aparte y ahí están todo el puto día con el Mickey de los...

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