jueves, 21 de abril de 2011
MIÉRCOLES SANTO EN LA RUTA DEL ANTIGUO FERROCARRIL VASCO-NAVARRO
Toca excursión, estamos que nos salimos con esto de echar a andar por el campo, y aunque pintan nubarrones en el cielo, como no llueve y de tanto en tanto también asoman claros, decidimos arriesgarnos. Hoy hacemos un tramo de la ruta del antiguo ferrocarril vasco-navarro, que era un tren de cercanías que conectaba Estella en Navarra con el Alto Deba guipuzcoano cruzando la montaña y la llanada alavesas, una apuesta de los hermanos Herrán, ilustrados alaveses del XIX, uno de tantos proyectos que el tiempo dio en fallido porque al final la geoeconomía impone sus reglas y esta parte del país no conoció el mismo desarrollo industrial que otras, de hecho no conoció ninguno o lo conoció tarde, tal y como fue el caso del Alto Deba. En cualquier caso se trata de una ruta que las respectivas diputaciones forales han recuperado para hacer sobre la antigua vía férrea una pista para senderistas. La ruta en sí tiene más de 50 kilómetros y se puede empezar desde las afueras de Vitoria hasta Estella. Pero claro, nosotros al menos no estamos entrenándonos precisamente para hacer el camino de Santiago. Así pues, elegimos un trayecto corto y ya de paso de los más atractivos por encontrarse en plena montaña alavesa con su agreste paisaje tan querido para mí.
De modo que nos acercamos hasta Maeztu, de cuya antigua estación de ferrocarril primorosamente restaurada empieza el tramo en cuestión, con el fin de andar hasta el pueblecito de Atauri al final del valle de Arraia, todo ello a través del bosque y bordeando el rio Berrón con sus aguas cristalinas, su antigua presa, el canto de los pájaros, el croar de las ranas, el ruido de las sugandillas (lagartijas) al esconderse a nuestro paso, los saltos de los zancudos sobre el agua y en general toda la cosa bucólica esta que nos ocupa.
Ahora bien, es llegar a Maeztu, bajarnos del coche y pensar por un momento que, o nos hemos pasado de largo y hemos acabado en Siberia, o es que hemos entrado en el tunel del tiempo y hemos vuelto a diciembre o enero. Madre de Díos qué rasca, un iparra, un norte, que te dejaba helado. A forrarse de arriba abajo con el polar, el chubasquero y toda la hostia. Los nenes abrigados hasta las orejas, servidor y su señora otro tanto o casi. Y es andar un par de pasos y el frío que se te mete hasta por el calzoncillo, y todo sin salir del pueblo, que se te puede suponer protegido por las casas o así. Pues no te digo nada al salir a campo abierto. Las orejas rojas, los mofletes colorados, las manos ateridas, una cosa. Pero no hemos llegado hasta aquí para darnos media vuelta, me lo decía mi papa, me lo decía mi abuelito: ¡retroceder nunca! Pues tira pal monte, riauuuu. Y tanto que para el monte. Porque como semos del género bobo, eso y que hay carteles que parecen estar más que nada para despistar, echamos a andar por una vereda que al rato da en trocha, esto es, que lo que empezaba como un caminico de arena normal y corriente acaba convirtiéndose en una senda tortuosa y escarpada monte arriba. Pero seguimos adelante con el cochecito del nene por un lado y éste a hombros de papá, y viceversa, el cochecito casi a hombros de papá y el nene de la mano de mamá. Y en una de esas, ahí entre la maleza, que diviso una pista llana de arena que arranca desde la vieja estación cuya coqueta torre se divisa a lo lejos, vamos, la ruta que teníamos que haber cogido. De modo que seguimos la trocha de los cojones hasta un punto en el que casi se junta con la pista genuina, y ahí nos encontramos, haciendo malabarismos con el cochecito y los nenes para saltar desde la altura en la que nos encontrábamos a la pista de marras; para habernos matado.
Luego la cosa transcurre ya plácidamente hasta Atauri, en ese plan bucólico-pastoril al que me refería antes con el runrún del río Berrón, los pájaros, las ranas, los zancudos y las escavadoras que hacían yo qué sé en el tunel de la vieja cantera. Pero llegamos a Atauri tras disfrutar de lo lindo Mr. sobre un puente metálico rojo, que a saber qué tienen los puentes que vuelven loco al mayor, para analizarlo.
En cualquier caso, es llegar a Atauri, ver que no es precisamente Washington y darnos la vuelta hasta el parque de Zumalde que está junto a la pista y el río, que es donde están las piscinas de Maestu para bañarse aparte del río, campos de futbol y un área recreativa para domingueros. Un parque que recuerdo desde chico porque en verano mis padres nos solían llevar a bañarnos allí o al vecino de Campezo que también está junto un río, el Ega. Claro que nada que ver con las jornadas domingueras en familia de entonces. Ayer no había ni un alma, coño iba a haber con el tiempo que hacía, todavía no había caído una gota pero los nubarrones que se veían a lo lejos no anunciaban nada bueno. Comemos a toda hostia. Servidor se zampa casi una chapata entera y así estoy hoy todavía por la mañana, hinchado como un jubilado yanky en Miami. En fin, recogemos todo y andando hasta la antigua estación, muy bonica toda ella. Ya de vuelta los nubarrones nos siguen pero cuando bajamos Azazeta el sol reluce en la Llanada; el tiempo no es que esté loco, es que va a su puta bola y para de contar.
Y poco más, porque con el palizón a servidor le entró ya luego en casa un sueño hasta las tantas, de esos de despertarte, acordarte que tenías que llamar a unos amiguitos y encima para que te abronquen sin motivo, tócate los cojones. Ya sólo faltaba que perdiera el Barça y lo hizo, precioso gol del Cristiano, todo hay que decirlo, al menos se acabó el partido que apuntaba eterno. Y así pasa la Semana Santa entre una cosa y otra, con el nene todo el rato a hombros, a arrikotes, como un nazareno;
Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar.
Cantar del pueblo andaluz
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz.
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