miércoles, 6 de abril de 2011
LA CONQUISTA
Andan rememorando por Navarra el aniversario de la conquista del Reyno, asunto peliagudo donde los haya por esas tierras, porque es sacar el tema y saltar cada uno a su trinchera, los unos a la de la españolidad a ultranza del Viejo Reyno y los otros a la reivindicación cuasi fantástica del único estado vascón que hubo en su tiempo. Con todo, si hay algo que siempre llamaba y llama la atención cuando coges un libro de Historia y lo abres por donde toca la Conquista de Navarra, allá por el 1512, es la insistencia en recalcar que poco más que fueron los navarros quienes pidieron a gritos ser conquistados. Curioso, porque sería uno de los pocos casos de la Historia en la que un reino, a pesar de las disputas internas, y después de siglos de independencia y fidelidad a unas leyes e instituciones, a su secular y arraigada intendidad como país o nación, pide por mayoría perder esa independencia para pasar a ser poco más que una provincia de otro reino mayor. De entrada suena a fábula exculpatoria del conquistador, a mandanga del nacionalismo de este mismo, el de la unidad sacrosanta esa, siempre más por la fuerza que por la entente entre todos sus miembros. Pero cuidado, que como digas o escribas algo así ahí te saltan a la espalda para clavarte las banderillas correspondientes por peligroso filo-abertzale o así, amigo de los terroristas, paleto periférico y todo tan a lo Intereconomia, Veo7, Telemadrid o por el estilo. Por eso, y como acabo de terminar el libro del historiador Peio J. Monteano (Doctor en Historia y licenciado en Sociología por la UPNA-NUP), La Guerra de Navarra (1512-1529) Crónica de la conquista española,, para nada el panfleto ahistórico que les gustaría a algunos, esos que en cuanto cae en sus manos algo que no les gusta, hiere sus prejuicios, se apresuran a denigrarlo sin haber abierto siquiera el libro, sino más bien un trabajo reconocido incluso académicamente por su correspondiente tribunal -si bien que incluso a regañadientes por alguien como García de Cortazar, celoso defensor de lo suyo-, y para no dedicar más tiempo al tema del que realmente me merece, lo justico pata este rato, me tomo la libertad de trasladar a este blog el artículo que el autor del libro publicó hace unas semanas en el Diario de Navarra porque resume mejor que nadie de qué va su propio libro. Lo hago aún a sabiendas de que estas cosas a los señoritos bienpensantes del Ebro para abajo (concepto que insisto una vez más que no es tanto geográfico como metafísico, como que no hay pocos también del Ebro para arriba) les suena a la matraca de siempre de los allí arriba, provincianismo de legajos y cuentos de la vieja para lo de siempre, hidalguías de boina roja, la defensa a toda costa de lo que ellos, tan de unidades sacrosantas o unidades jacobinas, si es que no es lo mismo, llaman privilegio, en resumen, cosas de vascos y navarros que para lo que nos ocupa sí, para eso sí que nos meten a todos en el mismo saco pese a su querida e interesada matraca de que no son lo mismo, no, siquiera de Iruña para abajo, acótalos que se nos desparraman, Napartheid a tope, nada como echar mano del lugar común para no entrar en honduras que nos revelarían que las cosas nunca son tan sencillas o categóricas como nos gustaría creernos, sobre todo cuando se trata de los sentimientos o la historia de unos pueblos de los que una buena parte de sus miembros se empeñan en no comulgar con el credo oficial que hemos asumido como propio, ¿nacionalismo?, malo, muy malo, siempre y cuando no sea el nuestro, el oficial, de toda la vida, el que Dios manda, banderita tú eres roja, banderita tú eres gualda...
1512-1529. Los navarros ante su conquista
Doctor en Historia y licenciado en Sociología por la UPNA-NUP, por peio j. monteano - Miércoles, 23 de Marzo de 2011.
-AHORA que nos disponemos a rememorar la conquista de Navarra, una de las cuestiones que plantea la sociedad navarra a los historiadores se centra en el papel que tuvieron los propios navarros en esa larga guerra que se saldó con la pérdida de la independencia y la división del reino. Y, a decir verdad, es una pregunta a la que, al margen de nuestra sensibilidad política actual, quienes nos dedicamos a indagar en nuestro pasado estamos obligados a responder con profesionalidad y honestidad intelectual.
Tradicionalmente se ha venido defendiendo -algunos aún lo hacen- que los navarros, cansados de guerras civiles, aceptaron de buen grado la conquista y casi con entusiasmo se integraron en el proyecto colectivo hispánico. Pero la verdad es que el estudio de la documentación de la época proporciona una imagen muy distinta.
Al atardecer del 12 de octubre de 1523 llegaba a Pamplona el emperador Carlos V. Entre su séquito se encontraba el embajador de Venecia, un cardenal llamado Gaspar Contarini (1483-1542). Al astuto diplomático le bastarían apenas tres meses de estancia en la capital navarra para hacerse una imagen de la situación política que se vivía en el reino cuando éste llevaba más de una década bajo dominio español. "Hay en este reino dos parcialidades. Una, la de los agramonteses, de la que es jefe el gran Mariscal y éstos son franceses. La otra es la de los pamploneses y éstos son afectos a los castellanos. Es jefe de éstos… el conde de Lerín. Sin embargo, universalmente, todos los de este reino tienen odio a los españoles y desean a su rey natural, que es el señor de Albret". (Enrique II de Labrit, El Sangüesino).
¿Era eso verdad? Hemos de admitir que poseemos muy poca documentación que permita conocer la opinión de los navarros de la época. Apenas los datos incluidos en los procesamientos a que fueron sometidos los disidentes y la correspondencia incautada a los exiliados. Tampoco del aliado francés nos ha llegado mucha información, aunque el reciente descubrimiento en los archivos de París de la correspondencia de los generales y capitanes franco navarros que dirigieron las campañas de 1521 (Lesparre, Bonnivet, Santa Coloma, Estissac, Luda, etétera) arrojará en el futuro mucha luz sobre el tema.
Así pues, hemos de recurrir a lo que respecto a la actitud de los navarros nos dicen los propios generales del ejército conquistador. Una fuente a la que, sobra decirlo, ha de darse alta credibilidad, pues habla en contra de sus intereses. Si la primera conquista de 1512 fue atemperada por la política de respeto institucional y reconciliación política de Fernando el Católico, no ocurrió lo mismo con la segunda, puesta en marcha por Carlos V tras la breve liberación del reino en mayo de 1521.
Los libros de Historia de España y de Navarra -los oficiales- suelen presentar la campaña de 1521 como una mera invasión francesa malograda un mes más tarde con su derrota en los campos de Noáin. Pero el estudio de la documentación del Archivo de Simancas muestra claramente que la entrada del Ejército franco navarro fue en realidad un paseo militar gracias al levantamiento general del reino. Pamplona, Sangüesa, Estella… se alzaron en armas y sus vecinos consiguieron expulsar a las guarniciones españolas. También las victorias obtenidas en Yesa, Obanos y Zegarrain fueron protagonizadas por tropas exclusivamente navarras. Y así, el propio condestable de Castilla, general del Ejército hispano, informaba al emperador en carta de 11 de junio de 1521 desde Santo Domingo de la Calzada: "Todo el Reino se levantó por don Enrique".
Inmediatamente después, el Ejército español cruzó nuevamente el Ebro para iniciar la segunda conquista de Navarra. Ésta sería mucho más larga y brutal que la primera. Las tropas hispanas, mal pagadas y abastecidas, saquearon sistemáticamente todas las localidades que encontraron en su camino desde Viana a Pamplona, la mayoría de ellas de sus hasta entonces aliados beaumonteses. Y, tras ello, el mismo Condestable aseguraba al emperador que habían convertido a sus aliados en enemigos, mientras que el otro general español, el Almirante, sentenciaba al monarca refiriéndose a los navarros: "los hemos perdido a todos". Días más tarde, ambos generales obtenían una rotunda victoria en Noáin frente al Ejército franconavarro, donde, entre otros, se encontraban los 600 soldados de la milicia de Pamplona a las órdenes del beaumontés señor de Orkoien.
A finales de ese mismo año, era el nuevo virrey español quien, tras informar del ahorcamiento de una decena de legitimistas navarros, retrataba el reino para el emperador: "Todo en Navarra está muy peor de lo que solía. Todos los más de los principales agramonteses y toda la otra gente de Navarra agramontesa no puede estar peor de lo que está. Y de los beaumonteses muy gran parte". Y reconocía que España tan solo tenía el apoyo del conde de Lerín y de una veintena de nobles.
Ésta era la Navarra que se encontraría el perspicaz embajador veneciano apenas dos años después, a finales de 1523, cuando el emperador en persona se apresuraba a ocupar de nuevo Baja Navarra y culminar aquella segunda conquista iniciada dos años antes. La opinión que se extendía por España la resumía por las mismas fechas el obispo de Mondoñedo cuando decía que Navarra era "peligrosa de conquistar y trabajosa de gobernar". Y a la luz de la información suministrada por los virreyes españoles, recelosos siempre de la lealtad de los navarros, la situación no cambiaría mucho en los años siguientes.
Los testimonios, pues, parecen dejar claro que la conquista se impuso por la fuerza a los deseos de la mayoría de los navarros y se mantuvo, al menos durante el medio siglo siguiente, gracias a un ejército de ocupación. Y esto parece ser tan cierto como que, con el paso del tiempo y de las generaciones, éstos terminarían por asimilarla y sus elites no solo encontrarían acomodo en su nueva situación, sino que conseguirían difuminar aquella derrota militar transformándola en una unión política entre iguales.
Cinco siglos después, quedan muchas otras cuestiones cuya respuesta demanda una sociedad navarra que quiere conocer y entender qué pasó de verdad en 1512. Y no se conseguirá darles respuesta con encuentros y congresos que, con sus exclusiones de ponentes y huida del debate, parecen haber sido diseñados para oír solo lo que se quiere oír y, sin duda, reflejan mejor la guerra de Navarra de 2012 que la de quinientos años atrás.
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