lunes, 4 de abril de 2011
¡VIVEN!
La Prehistoria es ese periodo de nuestro pasado tan fascinante como decepcionante por lo poco y mal que lo conocemos, casi no puede ser de otra manera. Como asignatura en la facultad de Letras venía a ser un conjunto de datos imprecisos, supuestos, farragosos, de una disciplina que aspiraba a ciencia por aproximación más que nada. Eso y el cortijo de un grupo de profesores y/o académicos harto curioso, por lo general más raros que un perro verde y maniáticos como pocos. Una asignatura del dato mínimo que los dueños del cortijo hacían todo lo posible para que fuera lo más plomiza y desabrida posible, vamos, ni más ni menos que lo que acostumbran a hacer la mayoría de los docentes y tantos otros profesionales con lo suyo, un mejunje de datos inconexos e ideas confusas para iniciados y por el estilo. Con todo, hay que reconocer que me eché mis buenas risas con los de Prehistoria, y más en concreto con el asunto aquel de las pinturas de la cueva de Zubialde en Murua (Zigoitia, Álava), esas que un tal Serafín Ruiz vendió a la Diputación como la Altamira de las Estribaciones del Gorbea. Todavía me acuerdo del primer día que nos lo comunicó el profe de Prehistoria y uno de los encargados de darle la rúbrica científica a la cosa, Alfonso Alday, un tipo majísimo y sobre todo entusiasta. Aquel día el pobre no cabía de gozo, parecía que le había tocado el bote gordo de la Primitiva. Yo es que tengo en la retina su cara de aquel día cuando nos lo contaba y fijo que si esa misma noche llega a pillar con la Scarlette Johanson ni la mitad de contento, oyes; déjate de rubias tetonas, anda, que yo vengo a hablarte de bisontes y mamuts... Anda que no se hicieron pocas pajas mentales ni nada él y los de su seminario, como que hablaban sin tapujos de la Capilla Sixtina vasca del arte primitivo y otras enormidades que mejor callar por pura vergüenza ajena. Luego se descubrió que todo había sido un timo perpetrado por ese supuesto remedo de Marcelino Sanz de Sautuola que resultó ser un golfo de cuidado (como mucho habría que reconocerle el mérito de haber hecho una falsificación tan buena como para engañar a Alday y compañía, siquiera hasta que el profesor Barandiarán puso las cosas en su sitio y no digamos ya a sus colegas en evidencia).
En cualquier caso, la Prehistoria, esa periodo inabarcable del pasado en el que todo parece cogido con pinzas, sujeto a mil y una interpretaciones, a cualquier tipo de mixtificación. Una de tantas el tema de los neandertales, aquella especie extinta del género Homo que habitó Europa y partes de Asia occidental desde hace 230.000 hasta 28.000 años atrás. Hasta hace no mucho los científicos aseguraban que había desaparecido bajo la presión de esa otra especie primitiva de la que procedemos los Sapiens, el Cromañón. Hoy en día, si embargo, muchos de esos científicos de decantan por una absorción por parte de estos. Es decir, todos los indicios apuntan a que no habrían desaparecido todos por ser más bestias y torpes que los cromañones, unos putos listillos en comparación, sino que muchos de ellos se habrían mezclado con los cromañones, o puede incluso que siplemente ocultado, como parece ser el caso que expongo a continuación.
Pues bien, ayer domingo a la mañana fuimos a ver el nuevo museo arqueológico de Asturias que se encuentra a dos calles de casa. Y mira tú por dónde, fue entrar en la sala de Prehistoria y darnos de bruces con una reproducción de un neardental que debió vivir en Asturias en la época de Mariacastaña, esto es, la prueba inequívoca de que los neardentales no sé extinguieron, sólo se adaptaron al territorio, ocultos tras las montañas, incluso que han llegado hasta nuestros días, que siguen entre nosotros.
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