viernes, 9 de agosto de 2013

A LO LARGO DEL ARROYO DEL INFIERNO




Hoy ha tocado una excursión por la zona recreativa de La Pesanca, pasando Espinaredo, en el concejo de Piloña en Asturias. Un paseo suave y ameno a lo largo del cauce montañoso del río Infierno en la zona forestal que llaman Arboreto. Y como el nombre del río se las trae, que parece que este verano estamos monotemáticos, los críos venga a pedir historias de brujas, hadas, troles, y gnomos si bien ahora nos tocaba a su madre y a mí cambiar las sorginas, lamias, basajaunes y galtzagorris por bruxas, xanas, bosgosus y trasgus, cambian los nombres pero apenas los personajes o el contenido de sus leyendas, un acerbo común (indo)europeo que hace las delicias de los canijos y a los mayores con un poco de imaginación nos sirve para tenerlos entretenidos mientras caminan casi sin darse cuenta monte arriba. Porque de eso se trata y de no otra cosa, hacer pierna mientras disfrutas de la naturaleza, de la belleza paradisíaca o casi de los bosques asturianos, que aún en verano y como ha llovido los días anteriores todavía es de musgo, barro y arroyos que bajan entusiasmados, más a voces que susurrantes como suele ser el lugar común. Todo muy bonito, bucólico y hasta sano, dicen, eso si servidor y su señora no estuvieran ya hasta los mismísimos de los críos, que mira que han caminado este verano, trayectos de ocho y más kilómetros y los cinco o seis desde la casa de mis padres hasta Vitoria. Y no se me quejaban o no se daban cuenta, que a ver de qué los iba a dar yo con fusta alguna para alcanzar la taberna de turno en búsqueda de la jarra de cerveza reponedora o el botellín de agua o kas naranja para ellos; no, no soy un padre tan desalmado, tanto no. Pues oye, que parece que desde lo de Bertiz y Saseta los críos me han perdido fuelle. Ya estaba el pequeño tocándome los cojones para que le subiera "arricotes" nada más bajarse del coche. Y no había pasado una hora cuando se unía el mayor con su letanía del "estoy cansado, no puedo más, quiero agua". Así que poco o nada se puede hacer, no hay paisaje agreste, murmullo fluvial o sombra boscosa que valga, ni siquiera te sirve ya hacer pasar a las lagartijas del camino por "herensuges" o "cuéllebres", cuando se te pone la muchachada en ese plan quejoso, canso que decimos allá, o los tiras directamente al arroyo que corre a tus pies o te rindes con todo tu bagaje a la evidencia de que no hay peor carga que arrastrar o cargar al hombro con semejantes fardos. Claudicas en lo de alcanzar la meta juntos, te vas tú hasta ella por tu cuenta y por tus santos cojones, los recoges de vuelta de ésta -a los críos, no a los cojones-, y ya si eso a ver si llegan sin dar demasiado el coñazo hasta el área recreativa con el fin de dar debida cuenta del bocadillo de pan untado en ajo con bacon frito y fritada de tomate, el de la misma fritada con tortilla francesa y las birras con suerte todavía frías. Me da que no va a haber más caminatas de este tipo para lo que queda del verano, mi espalda, mis hombros, no pueden cargar ya ni con el canijo, ni con tanta responsabilidad, y tampoco mis oídos están dispuestos a soportar la monserga del "quiero quedarme a jugar en casa de los yayos". Pues venga, yo también quiero otras cosas, para estar apalancado en territorio extraño prefiero volver al mío con mis cosas y mi rutina. Ya veremos, igual mañana o pasado se me cruza el cable y me los subo hasta el Sueve tirando de las orejas.

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