viernes, 16 de agosto de 2013

LUNES TRISTE Y LLUVIOSO...



Lunes triste y lluvioso como pocos, y como están de vacatas por Asturias quedamos en Avilés con mi primo, Marian y los dos enanos de éstos, Uxue y Eneko. Les enseñamos la villa, antes de ponernos como el quico con sidra y excelencias asturianas -que estos de Vitoria no han probado ni en sueños el emberzado, la longaniza de la villa o un entrecot de buey/vaca vieja como los de aquí, le decían chuletón y todo...-, con sus soportales, placitas y parques con estanques, patos, columpios y toda la hostia. Avilés no es sólo una desconocida sino también una mal reputada, que no sé yo si se ha publicitado lo suficiente el cambio que ha experimentado de aquella ciudad fea y gris, industrial, a esta de ahora con pujos de ciudad turística gracias al Niemeyer y uno de los cascos urbanos más particular y mejor conservado de Asturias.

Ahora bien, a la tarde paseamos hasta el Niemeyer y tras explicar, o más bien intentarlo, de qué va la cosa y por y para qué, que si no pueden hacerlo las autoridades que lo mandaron construir a ver cómo va a hacerlo el común de los mortales, servidor no puede evitar una sensación de tristeza infinita paseando entre la ocurrencia postrera o casi del recién fallecido arquitecto brasileño. Claro que aquí hay que andarse con cuidado, o eso parece, porque en seguida te miran o te juzgan mal a poco que tires de sinceridad, de decir las cosas tal como las ves o las crees, consciente, eso sí, de que todo lo que dices no vale más que lo poco que sabes y se funda en su inmensa mayoría en lo que presumes, que tu opinión no es ni más ni menos que una entre un millón y producto exclusivo de impresiones antes que de convicciones. Hablas de un proyecto absurdo que partía de la peor premisa de todas para estas cosas: la cáscara antes que el huevo. Y en efecto, el único huevo que hay es ese cocido al que parece asemejarse el mayor de los edificios del complejo... ¿cultural? de Niemeyer. Pero claro, quieto parado, que el cascarón no tiene la culpa de nada, esto es, de que no se sepa qué coño contiene, para qué está concebido en realidad. Cosa cultural, dicen, exposiciones, conciertos... todo muy genérico, si las cosas se hubieran hecho bien habría sido la bomba, dicen. El Patronato o lo que fuera que conformaban aquellos tipos a los que les otorgaron plenos poderes para hacer y deshacer a su antojo tiene la culpa de que las cosas se hayan hecho tan mal, que lo que iba para referente cultural de este rinconcito del Cantábrico se haya convertido en un no se sabe muy bien qué. Y sí, cada cierto tiempo aparecen en prensa noticias del cachondeo presupuestario de los miembros de dicho patronato o lo que sea, que si viajes en familia y farras de todo tipo a cargo del dinero de todos los asturianos; esto ya casi que también una historia de entre miles de la España del delirio despilfarrador propio de una sociedad de nuevos ricos o más bien que creyeron serlo. 

Pero no es sólo eso, es que el Niemeyer aparte de haber sido concebido para ser el Niemeyer y poco más en la convicción de que eso bastaba ya para repetir en Avilés el efecto regenerador de otros edificios emblemáticos en entornos depauperados, también es un conjunto arquitectónico horrible, anacrónico, casi que de barraca de feria. Y esto ya no, esto no se puede decir porque ya te estás metiendo con Avilés, Asturias y hasta con los cojones de Pelayo, que de entre las inagotables manías de la especie a la que pertenecemos también está la de hacer patria de las ilusiones de sus gobernantes, patrimonio recién incorporado a lo que consideran su paisaje emocional, patrio, y como encima critiques siendo de fuera, zas, que si a ver de qué vas, que si te crees mejor por ser de.... bla, bla, bla. Fatiga y poco más toparse con este tipo de gente, se acogen a algo tan nimio por acogerse a lo que sea con tal de rebatir lo que no les gusta oír por principio, que todo lo del Niemeyer suena a paletada institucional a gran escala, que el brasileño parece que se sacó del cajón un proyecto que tenía abandonado/aparcado de aeropuerto y se lo colocó a los asturianos cuando fueron a pedirle algo para Avilés porque su nombre era el que más les sonaba en eso del star system de los arquitectos de relumbrón y para de contar. Y sí, ya que está hay que aprovecharlo, sin lugar a dudas, no se puede tener un conjunto así sólo para que vayan a visitarlo los gafapastas de todo tipo, edades y nacionalidades atraídos en exclusiva por el nombre de su autor, habrá que darle un uso definitivo y racional a las instalaciones, puede que hasta abrir de seguido el restaurante en esa torre de control de chichinabo; pero, por favor, que lo hagan cuanto antes, antes incluso de que el inmaculado hormigón acabe de ennegrecerse ya del todo y no se pueda distinguir del resto de edificios de su entorno. Y siempre quedará la duda de que si los del estudio del nonagenario arquitecto se hubieran molestado en integrar o adaptar su proyecto al entorno industrial de Avilés en vez de construir uno cualquiera como los que se pueden encontrar en Brasilia, pues oye, quizás ahora no tendríamos un falso aeropuerto al lado de la ría avilesina. Pero eso sí, sólo hay que ver las fotos aéreas de/y las maquetas del proyecto que exhiben en el prescindible edificio de acceso al conjunto para entender por qué no pudieron resistirse los mandamases de la región al proyecto de edificio emblemático que les pusieron en bandeja; "son tan bonitas, ¡por qué no podemos tener el nuestro?" Pues eso, impresiones y poco más, a ver si ya que está se consigue sin más tardar que se cumpla siquiera la mitad de las expectativas puestas en él, la ciudad de lo merece.

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