viernes, 30 de agosto de 2013

DE CUANDO LOS PÍCAROS NO ESTÁN EN LAS ACERAS



Hay un personaje entrañable en Oviedo, un señor mayor que por su acento supongo de origen balcánico y su aspecto zíngaro o así, el cual se dedica a tocar el violín en la calle a cambio de dinero, un busker que dicen los anglos y también no pocos tontolabas ni nada hablando en castellano. No es que lo toque mal, no, es que no tiene ni puta idea, no es que toque de oído, es que parece que lo hace al revés, no afina ni por descuido, cualquier melodía conocida en su violín acaba pareciéndose al ruido del motor de una cosechadora o algo por el estilo. No obstante, o puede que precisamente por eso, para que deje de tocarlo siquiera por unos segundos, recibe más propinas que cualquier otro músico callejero. Aunque no, claro que no, esa es la broma más o menos chusca, la realidad es que esas propinas se deben más a su proverbial simpatía, su don con los niños incluso, su caballerosidad con todo el mundo y acaso también hasta la solidaridad que inspira su ajada y melancólica figura. Pues bien, este entrañable personaje de las calles de Oviedo no podría ganarse la vida como lo hace en Madrid. Acabo de escuchar que el ayuntamiento de esa ciudad tiene previsto exigir a los músicos callejeros que pasen un examen de conocimientos musicales para poder ejercer en las calles. Y aquí ya no se trata de despotricar contra la desvergüenza ya casi que innata de la casta política en su afán de hacer caja a toda costa del prójimo y en especial del más débil, de romper una lanza a favor del derecho de cada cual a ganarse la vida como le venga en gana, a reivindicar esos principios de la libertad de mercado que tanto parecen irritar a algunos porque gustan de meter todo en el mismo saco para tirar de maximalismos bien que añejos y que vendrían a establecer que el ciudadano es muy libre de recompensar a unos por su destreza o lo que sea y de pasar olímpicamente de otros si así lo que cree conveniente. No, eso no es lo que procede, no principalmente. Lo que procede es recordar a estos miserables del ayuntamiento de Madrid lo obvio, que nadie está en la calle ganándose la vida por gusto sino porque no le queda otra, asunto que por lo que se ve algún que otro hijo de puta también pretende hacernos creer que es lo más parecido a un privilegio.

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