jueves, 8 de enero de 2015

JE SUIS CHARLIE I



Acabo de enterarme del atentado al semanario 'Charlie Hebdo' en Paris. Doce muertos contra la revista satírica que publicó las viñetas de Mahoma. Doce muertos a sumar a la larga, interminable, lista de los asesinados por los fanáticos musulmanes. Doce muertos en pleno corazón de Europa, en Francia, la tierra que ha acogido y aceptado como ciudadanos de pleno derecho a millones de musulmanes. Doce muertos por haber publicado unas caricaturas del profeta Mahoma haciendo uso de la libre expresión que, con todas sus imperfecciones y limitaciones, es uno de los pilares de nuestra civilización occidental. Sí, sí, nuestra civilización occidental, el resultado de siglos de lucha de nuestros antepasados por quitarse de encima el yugo del oscurantismo religioso, por dejar lo más atrás posible nuestro Medievo con su sociedad teocrática, su Inquisición con sus hogueras y sus condenas a Galileo y por estilo. Claro que el resultado de esa lucha ha sido muy desigual según a qué parte de Europa miremos, que no es lo mismo la descreída Francia o Chequia que la muy meapilas Italia o Malta, que mientras algunos llevan siglos de separación entre Estado e Iglesia en España hace cuatro días que acabó, o casi, eso del nacionalcatolicismo y aún hoy parece que no sobran nostálgicos que quisieran volver por los mismos derroteros. Pero lo de los musulmanes no tiene nombre. No lo tiene porque los hemos acogido en nuestro seno, les hemos dado los mismos derechos que a todos, respetamos su religión y sus costumbres, a veces con una puntillosidad que no nunca hemos tenido con otros colectivos, a veces somos tan pusilánimes que no nos damos cuenta de que por no ofenderles presuntamente nos ponemos a nosotros mismos la mordaza al mismo tiempo que socavamos una identidad que sólo puede serlo si tiene como pilares la libertad individual y de expresión. Por si fuera poco, ni siquiera hay reciprocidad. Mientras nosotros los acogemos y otorgamos derechos ellos persiguen a todos aquellos que no comparten su credo en sus países o les restringen las libertades hasta convertirlos en ciudadanos de segunda como en Egipto o Pakistán. En realidad hemos pecado de soberbios con ellos, estábamos tan pagados de nosotros mismos, tan orgullosos de nuestro mundo que hemos creído que una vez entre nosotros eso sería suficiente para que renunciaran a lo más oscuro de su religión y su cultura en favor de la libertad que les otorga la nuestra. Claro que muchos, a saber si la mayoría, se han integrado y aceptan y respetan las leyes y costumbres de sus países de acogida. Ahora bien, empiezo a dudar que lo hagan por convicción, esto es, como verdaderos ciudadanos europeos orgullosos de serlo y sobre todo de ese mínimo común denominador en valores que creemos compartir, siquiera ya sólo por conveniencia mientras de puertas para adentro viven en su Medievo particular. Sólo dudándolo puedo entender ese integrismo musulmán de marca europea, el de los hijos o los nietos de los musulmanes que, o nunca se integraron, o se arrepintieron de hacerlo. Lo dudo porque no me convence la respuesta de los llamados musulmanes moderados ante los desmanes de sus integristas. Dudo mucho que, además de condenar a los criminales que llevan su islamismo a ese extremo primitivo y ridículo, estén haciendo también lo suficiente para que las autoridades los identifiquen y persigan. Me temo que esos asesinos siguen siendo más de los suyos que de los nuestros. Lo temo porque de lo contrario, esto es, a no mediar condena o rechazo dentro de su propia comunidad, cuesta explicarse, no ya el número de los que se alistan en las filas de IS, sino el de los que ante unas caricaturas como las del “Charlie Hebdo” se sienten ofendidos y exigen, reclaman, la misma censura y condena que existe en su países, vamos, como si no fueran conscientes o se negarán a aceptar que entre nosotros existe no sólo la libertad religiosa, que los ciudadanos europeos no estamos obligados a comulgar con el credo de nadie y menos aún con sus tabúes, sino también o sobre todo de expresión. Eso y que algunos, hoy lo hemos visto, incluso se toman la justicia por su mano y con ello la reivindicación de que restauremos en nuestro suelo el oscurantismo religioso, que no se pueda hablar o criticar su religión, que no se pueda uno mofarse de ella e incluso ser grosero si así lo considera oportuno alguno con mayor o menor gusto o acierto. Y como no creo que sea así, esto es, que tengamos a la mayoría de nuestros conciudadanos musulmanes a nuestro lado y en contra de los fanáticos de su misma religión, mucho me temo también que tenemos que empezar a aceptar la idea de que hemos incubado un cáncer en nuestro seno mientras mirábamos hacia otra parte, siquiera hacia las lejanas arenas de Arabia que dijo aquel... Hay un colectivo, no sabemos exactamente su número, porque no sabemos cuándo empieza el moderado y cuándo el integrista, que simplemente no nos acepta en nuestro propio suelo, que odia todo lo que somos, que si pudiera nos daría matarile en masa, que cuanto menos ahora se conforma con minar nuestras libertades en favor de esa concepción tan medieval de la sociedad que -lo siento, pero por mucho que he intentado acercarme al Islam para entenderlo no puedo evitar haber llegado siempre a la siguiente conclusión-, representa la religión islámica, un verdadero salto atrás en el tiempo y en todos los aspectos, el Islam no aporta nada bueno que no existiera antes en otros credos o filosofías, y si algo lo caracteriza eso es el empeño de imponerse mediante la fuerza, empezando, claro está, por su propio y adorado profeta Mahoma, un tipo cuya biografía dista mucho de ser la de un pensador humanista y sí la de un conquistador a sangre y fuego. Y por eso también un aldabonazo en las conciencias de los europeos de presunta mente abierta, aquellos que hacen gala de valores universales e incluso de militancia humanista y en ese plan, un toque de atención en concreto a la izquierda europea para que deje de apostar por el buenismo simplista que acepta o traga con todo porque considera que el enemigo siempre es ese otro que tiene enfrente, el vecino y adversario ideológico; una cosa son los individuos y otra cosa sus creencias, a los primeros hay que respetarlos como exigimos que nos respeten a todos nosotros. Las creencias ya son otra cosa: ¿cómo vamos a respetar unas creencias cuya esencia no es otra que la destrucción de nuestras libertades y la imposición por las bravas de un credo concreto en detrimento del resto? Los asesinos de esta mañana son la cosa más despreciable que puede haber sobre la faz de la tierra y una religión que les sirve de coartada para haber cometido semejante crimen jamás me merecerá respeto alguno. Pero es que además reclamo el derecho a no sentir aprecio alguno pir el Islam y sus seguidores, así como a burlarme todo lo que me de la gana de Alá y su profeta, exactamente igual como lo hago también del Papa de Roma, de la ETA y de lo que se ponga a tiro.

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