Acabo de enterarme del atentado al semanario 'Charlie Hebdo' en Paris.
Doce muertos contra la revista satírica que publicó las viñetas de
Mahoma. Doce muertos a sumar a la larga, interminable, lista de los
asesinados por los fanáticos musulmanes. Doce muertos en pleno corazón
de Europa, en Francia, la tierra que ha acogido y aceptado como
ciudadanos de pleno derecho a millones de musulmanes. Doce muertos por
haber publicado unas caricaturas del profeta Mahoma haciendo uso de la
libre expresión que, con todas sus imperfecciones y limitaciones, es uno
de los pilares de nuestra civilización occidental. Sí, sí, nuestra
civilización occidental, el resultado de siglos de lucha de nuestros
antepasados por quitarse de encima el yugo del oscurantismo religioso,
por dejar lo más atrás posible nuestro Medievo con su sociedad
teocrática, su Inquisición con sus hogueras y sus condenas a Galileo y
por estilo. Claro que el resultado de esa lucha ha sido muy desigual
según a qué parte de Europa miremos, que no es lo mismo la descreída
Francia o Chequia que la muy meapilas Italia o Malta, que mientras
algunos llevan siglos de separación entre Estado e Iglesia en España
hace cuatro días que acabó, o casi, eso del nacionalcatolicismo y aún
hoy parece que no sobran nostálgicos que quisieran volver por los mismos
derroteros. Pero lo de los musulmanes no tiene nombre. No lo tiene
porque los hemos acogido en nuestro seno, les hemos dado los mismos
derechos que a todos, respetamos su religión y sus costumbres, a veces
con una puntillosidad que no nunca hemos tenido con otros colectivos, a
veces somos tan pusilánimes que no nos damos cuenta de que por no
ofenderles presuntamente nos ponemos a nosotros mismos la mordaza al
mismo tiempo que socavamos una identidad que sólo puede serlo si tiene
como pilares la libertad individual y de expresión. Por si fuera poco,
ni siquiera hay reciprocidad. Mientras nosotros los acogemos y otorgamos
derechos ellos persiguen a todos aquellos que no comparten su credo en
sus países o les restringen las libertades hasta convertirlos en
ciudadanos de segunda como en Egipto o Pakistán. En realidad hemos
pecado de soberbios con ellos, estábamos tan pagados de nosotros mismos,
tan orgullosos de nuestro mundo que hemos creído que una vez entre
nosotros eso sería suficiente para que renunciaran a lo más oscuro de su
religión y su cultura en favor de la libertad que les otorga la
nuestra. Claro que muchos, a saber si la mayoría, se han integrado y
aceptan y respetan las leyes y costumbres de sus países de acogida.
Ahora bien, empiezo a dudar que lo hagan por convicción, esto es, como
verdaderos ciudadanos europeos orgullosos de serlo y sobre todo de ese
mínimo común denominador en valores que creemos compartir, siquiera ya
sólo por conveniencia mientras de puertas para adentro viven en su
Medievo particular. Sólo dudándolo puedo entender ese integrismo
musulmán de marca europea, el de los hijos o los nietos de los
musulmanes que, o nunca se integraron, o se arrepintieron de hacerlo. Lo
dudo porque no me convence la respuesta de los llamados musulmanes
moderados ante los desmanes de sus integristas. Dudo mucho que, además
de condenar a los criminales que llevan su islamismo a ese extremo
primitivo y ridículo, estén haciendo también lo suficiente para que las
autoridades los identifiquen y persigan. Me temo que esos asesinos
siguen siendo más de los suyos que de los nuestros. Lo temo porque de lo
contrario, esto es, a no mediar condena o rechazo dentro de su propia
comunidad, cuesta explicarse, no ya el número de los que se alistan en
las filas de IS, sino el de los que ante unas caricaturas como las del
“Charlie Hebdo” se sienten ofendidos y exigen, reclaman, la misma
censura y condena que existe en su países, vamos, como si no fueran
conscientes o se negarán a aceptar que entre nosotros existe no sólo la
libertad religiosa, que los ciudadanos europeos no estamos obligados a
comulgar con el credo de nadie y menos aún con sus tabúes, sino también o
sobre todo de expresión. Eso y que algunos, hoy lo hemos visto,
incluso se toman la justicia por su mano y con ello la reivindicación de
que restauremos en nuestro suelo el oscurantismo religioso, que no se
pueda hablar o criticar su religión, que no se pueda uno mofarse de ella
e incluso ser grosero si así lo considera oportuno alguno con mayor o
menor gusto o acierto. Y como no creo que sea así, esto es, que tengamos
a la mayoría de nuestros conciudadanos musulmanes a nuestro lado y en
contra de los fanáticos de su misma religión, mucho me temo también que
tenemos que empezar a aceptar la idea de que hemos incubado un cáncer en
nuestro seno mientras mirábamos hacia otra parte, siquiera hacia las
lejanas arenas de Arabia que dijo aquel... Hay un colectivo, no sabemos
exactamente su número, porque no sabemos cuándo empieza el moderado y
cuándo el integrista, que simplemente no nos acepta en nuestro propio
suelo, que odia todo lo que somos, que si pudiera nos daría matarile en
masa, que cuanto menos ahora se conforma con minar nuestras libertades
en favor de esa concepción tan medieval de la sociedad que -lo siento,
pero por mucho que he intentado acercarme al Islam para entenderlo no
puedo evitar haber llegado siempre a la siguiente conclusión-,
representa la religión islámica, un verdadero salto atrás en el tiempo y
en todos los aspectos, el Islam no aporta nada bueno que no existiera
antes en otros credos o filosofías, y si algo lo caracteriza eso es el
empeño de imponerse mediante la fuerza, empezando, claro está, por su
propio y adorado profeta Mahoma, un tipo cuya biografía dista mucho de
ser la de un pensador humanista y sí la de un conquistador a sangre y
fuego. Y por eso también un aldabonazo en las conciencias de los
europeos de presunta mente abierta, aquellos que hacen gala de valores
universales e incluso de militancia humanista y en ese plan, un toque de
atención en concreto a la izquierda europea para que deje de apostar
por el buenismo simplista que acepta o traga con todo porque considera
que el enemigo siempre es ese otro que tiene enfrente, el vecino y
adversario ideológico; una cosa son los individuos y otra cosa sus
creencias, a los primeros hay que respetarlos como exigimos que nos
respeten a todos nosotros. Las creencias ya son otra cosa: ¿cómo vamos a
respetar unas creencias cuya esencia no es otra que la destrucción de
nuestras libertades y la imposición por las bravas de un credo concreto
en detrimento del resto? Los asesinos de esta mañana son la cosa más
despreciable que puede haber sobre la faz de la tierra y una religión
que les sirve de coartada para haber cometido semejante crimen jamás me
merecerá respeto alguno. Pero es que además reclamo el derecho a no
sentir aprecio alguno pir el Islam y sus seguidores, así como a burlarme
todo lo que me de la gana de Alá y su profeta, exactamente igual como
lo hago también del Papa de Roma, de la ETA y de lo que se ponga a tiro.
jueves, 8 de enero de 2015
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