jueves, 8 de enero de 2015

VERDE OSCURO TIRANDO A NEGRO



Una de esas que gustan tanto a algunos, será por ellas.


Vitoria, una ciudad en la que entras a por las recetas de tu madre a la farmacia de casi toda la vida, de cuando vivías con tus padres en la Avenida, a la que siguen acudiendo ellos a por sus múltiples medicinas, vamos, que los que llevan trabajando de siempre en ella te conocen de sobra, y cuando sale el encargado de la misma, un tipo mayor que tú pero que fue a tu colegio y te conoce desde pequeño, cuanto menos de vista, que te reconoce, sí, claro que sí, el gesto lo delata; pero, no te dedica ni un miserable "epa", oye, él a sus cosas, ni preguntarte por tus padres ni nada de nada, ¿para qué?, sólo son son clientes suyos desde hace treinta años. Pero no pasa nada, cualquier vitoriano que se precie sabe que aquí sólo se saluda a los que te son próximos, parientes, amigos y poco más, el resto, no importa que con éste el roce sea a diario o que en algún momento de tu vida hayas tenido que trabajar o lo que sea con alguien codo con codo, como si no existiera. Sabes que compartes el mismo espacio urbano y poco más, cruzarte por la calle con ellos y que te reconozcan puro fastidio, aquí urbanidad siempre es nombre de señora de pueblo. Eso y que la dependienta que te atiende, a la que extiendes las recetas y que desde que las toma en sus manos, hace todo el papeleo y te entrega las medicinas, no sólo no es que no te dirija ni media palabra (¡por Dios, para qué saludar, dar las buenas tardes, para qué!), es que ni te mira a la cara; al menos hasta que te tiene que decir el precio, eso sí, que ya puestos me lo podía haber dicho con mímica y así la moza redondeaba la función.


Otra. El tipo de la sucursal de la Laboral (aquí el nombre procede porque estos hacen gala de jatorras que te cagas y así...) a la que acudes a hacer una gestión para tu padre. Se le veía la cara de vinagre desde la calle, una cosa verdaderamente llamativa, he llegado a pensar que sufría de almorranas o algo por el estilo. Pues ha atendido a cinco o seís personas que iban delante y a todas ha puesto la misma cara de asco, vamos, en plan "qué cruz la mía que me veo obligado a tratar con esta puta chusma; yo que iba para ministro de economía..." Luego ya, cuando me llega el turno y le explico que es una cosa de seguros, me despacha con un escueto "que te atienda la chica esa de detrás de la mámpara". Y yo que no le hecho una reverencia a modo de disculpa de puro milagro: "perdón, perdón por haber osado ocupar medio minuto de su preciado tiempo, oh, señor todopoderoso que riges los destinos de la ventanilla de una puta sucursal de barrio..."


Una más. En la cola del super. Dos señoras muy dicharacheras -haberlas haylas, que no digo que no haya gente simpática y educada en Vitoria, servidor para un caso; ahora bien, para mí que las dos mozas eran de fuera, vamos, de más allá de Ariñez o Etxabarri-Ibiña...", que le comentan no sé qué a la señora que tienen delante y que está a mis espaldas. Ella no se inmuta, ni siquiera gira la cabeza para poner la oreja, como si oyera llover, gesto de inmenso fastidio, como si el trato con el prójimo fuera una losa que la pobre lleva encima y de ahí que haga todo lo posible para ir por la vida como si estuviera sola, como si el resto de los seres humanos apenas fuéramos otra cosa que molestos espejismos. Pero bueno, otra que no se llevará este año el premio Miss Simpatía.


Y la última, sí. En otra sucursal bancaria, la de mi viejo desde hace décadas. El director de la misma atiende la ventanilla. No me conoce, pero me identifica en seguida como el hijo de su cliente y entonces aprovecho el momento para desearle feliz año nuevo y en ese plan. Pues oye, que no se lo esperaba, se ve que no está acostumbrado a que la gente sea amable con él o yo que sé, que se me ha quedado como traspuesto durante unos segundos: "ah... si, bien, sí, estooo... gracias."


¿Que exagero, que saco las cosas de quicio, que sólo me fijo en lo negativo, que hago categoría de la anécdota? Pues mira, majo, me lo dicen muchos paisanos, y yo les respondo que igual no se dan cuenta ellos acostumbrados como están a lo que tienen en casa. A mí también me pasaba, hasta que mi señora asturiana me lo comentó porque le llamaba "poderosamente" la atención lo fríos, secos, distantes y a veces más que bordes que eran mis paisanos, y yo empecé a comparar. Y en efecto, no es que quiera que los dependientes de todo tipo y pelaje se dirijan a mí con un "vida" o "cielo" como en Asturias, ni siquiera exijo una sonrisa en el rostro de los que atienden al público, se ve que eso es demasiado pedir, es que ya sólo me conformaría con ver saludar a la gente cuando entra a un espacio público y que los presentes le devuelvan el saludo. Eso o que si lo hacen no fuera como si les estuvieran sacando una muela.


Pues eso, otra más, y me temo que no será la última, cada vez llevo peor esa agresión gratuita que subyace en la falta de educación o en el tono displicente con el que algunos se dirigen a uno porque no lo conocen y creen que por eso no tienen que esforzarse en ser amables, insisto que ya no digo simpáticos, que sí, que será que diez años en Oviedo me han desacostumbrado a la hosquedad en el trato con el projimo por norma. Eso sí, todo muy green, oye.

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