lunes, 26 de enero de 2015

SIBERIA-GASTEIZ



En la cafetería del Hospital de Basurto oía quejarse a un grupo de batas blancas del frío que hacía fuera. Pero qué sabrán estos bilbaínos lo qué es el frío, decía para mis adentros. Frío, lo que se dice frío, frío, esto es, el que te hace tiritar el alma, te congela las orejas, te pone la nariz de payaso y te encoge los huevos al tamaño de unas canicas de patio de colegio, el frío de verdad, frío del crudo y cruel invierno, ese frío empieza cuando se alcanza el alto de Altube viniendo de Bilbao y el horizonte se hace blanco como hoy al mediodía. A partir de ese momento se dejan atrás las temperaturas prácticamente tropicales de esta época del año en la cornisa cantábrica y el viajero se da de bruces con el invierno polar que comienza en el valle de Zuia, sigue en el de Zigoitia y desemboca en esa versión de la tundra llamada Llanada Alavesa con la capital de la provincia, Siberia-Gasteiz, a la cabeza. Frío es bajarte del coche y sentir que el aire te agarra por los huevos y te intenta arrancar de cuajo las orejas y la nariz. Es el frío de mi ciudad, el de mi infancia, el del jersey, los gorros y los guantes de lana de crío, el de las chamarras tamaño iglú, las botas como para hacer ochomiles, la carita permanentemente sonrosada, el pelo con minúsculas estalactitas, la sonrisa como de esquimal tras una noche de farra y todo en ese plan. No hay frío que valga si no puedes abrir la boca y sentirte un dragón que expulsa vaho, sentirte un abominable hombre de las nieves en plena calle. No hay frío que valga sin goteo mucoso o principio de congelación en las extremidades de tu cuerpo. No hay frío sin que la gorra o la bufanda, no digamos ya el chaquetón de poliuterano o el polar a secas, en lugar de simples complementos más o menos estilosos sean prendas imprescindibles para sobrevivir en este ártico de andar por casa, sin que entrar en un bar para tomarte um simple caldo se te haga lo mismo que alcanzar el Olimpo para echar un pote con los dioses.Y si luego llegas a casa de tus padres, a las afueras de la ciudad, en las faltas de las montañas que hacen de barrera meridional, y resulta que tu madre no pone la calefacción porque para qué estando tú y ella solos, mejor ahorrar gas por si viene tu señora con los críos el fin de semana, si resulta que el poco calor de las estufas eléctricas se escapa por los marcos de las puertas y ventanas de la casa mal cerradas, si cada vez que vas a sentarte sobre la tapa del retrete tienes miedo de que la piel se te vaya a quedar pegada a éste, si no te queda otra que meterte a la cama con varias camisas y una chaqueta de lana, un pantalón de chándal sobre el del pijama, si el agua del grifo ya viene con cubitos de hielo por las tuberías, si cada vez que sales de la cama para ir a algún sitio de la casa lo haces dando saltitos, entonces, ay amigo, entonces es que has ido a dar de cabeza al infierno a la inversa.

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