miércoles, 14 de enero de 2015

UNA MADRE EN LA AUTOPISTA





Después de dos dían yendo a Bilbo a las seis y pico de la mañana, el lunes con una niebla espesa como una novela de Thomas Mann hasta pasado el valle de Zuia y ayer con avería incluida, salir hoy de casa ya de día y con un sol precioso en el horizonte no tiene precio. Luego está lo de llevar de copiloto a tu madre, una mujer que no para de rajar desde que se sienta en el coche hasta que se baja y más allá, que lo hace sin puntos aparte, o lo que es lo mismo, hilando un tema con otro sin interrupción, mezclando observaciones intrascendentes sobre el tiempo y el paisaje con anécdotas de cuando eras chico y te llevaban los domingos tomar el aperitivo a Murguia, que sí, hijo, cómo no te vas a acordar, tienes que acordarte, tooodos los domingos cuando eras pequeño, bueno, casi todos, algunos, pocos..., anécdotas de gente que hace siglos que no ves o de la que no has oído hablar en tu vida, incluso de la que no te interesa saber nada, con sus cuitas domésticas, esas que sólo le interesan a ella, que debería pensarlas para sus adentros y deja ya de joder con lo de que hay que cambiar las cortinas de casa o que a ver si convezco a tu padre cuando salga de ésta para cambiar el sofá de casa. Pues bien, ha sido llegar a la altura del Parque del Gorbea, el sol resplandeciendo en la lejanía sobre los montes y el manto forestal que los cubre, y mi madre que sólo se le ocurre decir ante tan bucólica estampa, de foto para el Eguraldia y tal del Teleberri: "¡qué limpio y ordenado está todo, da gusto...!"

Anodado es decir poco...

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