viernes, 30 de septiembre de 2011
DEMASIADO FRANCESA
No me he reído poco ni nada hace un ratico en el videoclub. Como de costumbre no había nada nuevo, nada que realmente mereciera la pena, lo que en mi caso viene a ser alguna peli capaz de arrancarme una sonrisa o mantenerme dos horicas o así en vilo, vamos, una buena comedia o un thriller, de aventuras o por el estilo, que a mí me pones de gritos o sustos para sentarme delante del televisor y ya tienes un cagondios en toda regla, para sesiones de terror ya tengo las comidas familiares.
Pues en eso que mi señora, de puro hastío, escoge una peli francesa, Madame... no sé qué. La coge porque aunque el cine francés apenas es promocionado en España, que son contadas las películas que traspasan las fronteras de no ser protagonizadas por Depardieu, Binoche o la estirada -hasta en el sentido literal que dicen que se metió no sé qué hilos de oro para tirar del pellejo...- y siempre hierática de la Deneuve (otra cosa es que servidor tenga su debilidad por otras como la Adjani, la Marceau, el Auteuil o el Rochefort), a menudo suele haber algún que otro estreno. Y como hay ocasiones en las que acabas hasta la coronilla de americanadas (los mejores sin lugar a dudas cuando la película realmente merece la pena, pero también es cierto que cada vez con más estrenos de aluvión, mediocres, repetitivos, previsibles, cosas como las comedias de la Jeniffer Aniston o mejor me callo lo que pienso del puto Stiller, Sanders o el resto de la famosa tribu perdida de Israel), pues que apetece algo original, que te sorprenda de verdad, te entretenga sin melonadas para todos los públicos, politico-correctas o bienquedas con todo cristo, vamos, algo europeo, lo que viene a ser las más de las veces cines francés porque, aunque el british es el mejor del continente, el de los gabachos nos es más cercano en casi todo; beben vino y les gusta comer. De ese modo hemos visto verdaderas joyas del país vecino, ese hacia el que servidor no solo no tiene prejuicio alguno sino más bien todo lo contrario y además desde muy niño y por tradición familiar, de las que tengo que destacar a la fuerza -sólo para no extenderme demasiado citando la larga lista de las que mi me memoria guarda con agrado e incluso con devoción como Cyrano, La Reina Margot, Mi mejor Amigo, El Concierto, Enemigo a las Puertas e incluso las deliciosas patochadas de los Visitantes -la primera-, o Bienvenidos al Norte, Obras en Casa, Peregrinos Salir del Armario, las cuales son de un humor tan insustancial como cercano, europeo, si bien no siempre es garantía de lo que digo o pido, pero con buenos puntazos, esos que jamás te esperas de una peli americana, que es ya es bastante si lo comparas con los chistes previsibles y cutres de los enrollados judíos cargantes- una película que vimos hace un año o así que me impactó como pocas, una película que en apariencia asemejaba una comedia, una comedia negra, con ese humor cabrón gabacho que tanto me gusta y que se diferencia del clásico hispano de las películas al uso como un buen tinto de un clarete, y que luego parecía que iba a dar en drama pero que al final dio en puro poema sobre las relaciones paterno-filiales, una película que arranca tantas carcajadas, negras muy negras, como te hace darle al coco acerca de cosas o personas que tienes ahí delante y en las que no reparas porque la rutina es pura niebla existencial. Me estoy refiriendo a DEJAD DE QUERERME (Deux jours a tuer) con Albert Dupontel de protagonista; por cierto, una delicia el momento en el que se despide de su suegra, vamos, que le suelta todo lo que le habría gustado soltarle desde hacia tiempo y que como..., pues eso, de lo que uno haría o cómo si le quedaran cuatro días y se podría dar el gustazo de mandar a todos a tomar por culo o así.
Ahora bien, también es cierto que hubo un tiempo en el que el cine francés estuvo de moda y no precisamente porque congregase masas, casi que todo lo contrario, llegaba envuelto en una aureola de cine intelectual, para snobs o jóvenes concienciados con ínfulas de saber de qué iba el rollo que sólo ellos entendían pero pocas veces disfrutaban, los gafapastas de ahora, en el cual casi todo era plomizo, denso, lento, pretencioso a más no poder; sí, en efecto, la época de la Nouvelle Vague aquella que tanto daño hizo a varias generaciones de cinéfilos que creían estar viendo lo más sublime y exquisito del noveno arte, vamos, con todos los ingrendientes para aburrir al personal, lo contrario de lo que es el cine (en nuestros días lo más parecido sería los de dogma y en ese plan de coger a un danés que yo me sé y correrlo a gorrazos hasta Jutlandia, ¿o será julaylandia?.
Así pues, estaba yo preguntando a la encargada del videoclub si les había llegado una película francesa llamada Pequeñas Mentiras sin Importancia, que como el Boyero la puso a parir tachándola de insoportablemente gabacha, de parejas de jóvenes para darles de comer aparte, creo me podría gustar, cuando se nos ocurre preguntarle qué tal estaba la peli que habíamos cogido, que ella se lo ve todo, nos aconseja o al menos nos cuenta de que van. Pues resulta que como toda respuesta nos suelta, acompañada de un gesto de inequívoco desagrado; ¡es francesa, demasiado francesa!. Y lo peor no es eso, lo peor es que la hemos entendido al momento, la hemos dejado ahí mismo, a coger otra, oh, la, la.
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