martes, 13 de septiembre de 2011

EL AIRE DE UN CRIMEN


EL AIRE DE UN CRIMEN se presenta como la novela policiaca de Benet, incluso como la más comercial o accesible de todas las suyas, aquella con la que ganó en su momento el Premio Planeta y de ahí también el recelo con el que los gurús de la literatura, esto es, críticos y catedráticos de la casa, la acogen dentro de lo que es su excepcional obra.

Claro que una cosa es como nos la venden los editores, y otra cosa muy distinta lo que realmente es. Ni mucho una obra menor de Benet o un mero pasatiempo, una concesión al gran público o cualquier otra cosa por el estilo. EL AIRE DE UN CRIMEN es, en cualquier caso, el enésimo ejercicio de su autor para desarrollar su mundo de Región aprovechándose de los cánones al uso de cada género. En este caso, además, la novela tiene de policiaca o negra lo justo, un muerto y el capitán del destacamento de Región que se ocupa, mal que bien, de resolver el caso. Eso y varias líneas argumentales paralelas que se desarrollan en la novela para poco a poco ir encajando en un conjunto en el que la resolución del crimen no es otra cosa que el punto en que confluyen todas estas historias.

Por lo demás, el texto es puro Benet, una mera escusa para el que el autor de Volverás a Región, Una Meditación o Saul ante Samuel de rienda suelta a su impresionante torrente narrativo, ese en el que tantos lectores se han ahogado incapaces de remontar a nado la sucesión de páginas sin apenas puntos y aparte, la corriente de frases interminables y descripciones en las que encallas quieras o no quieras porque, todo hay que decirlo, como buen autor, como autor verdadero, sincero, eso que se dice de raza, Benet comete tantos aciertos como más de un exceso.

De esos, en cambio, hay muy pocos en esta novela, y sí casi todos los atractivos de su literatura, a destacar una nueva puesta en escena de su Región y varios de sus habitantes, ese mundo extraño y lejano, al margen de la modernidad tal como la conocemos, mundo duro y antiguo en el que sopla por donde quieras aires de verdadero wester, ya no sólo los de ese sur faulkneriano que tan caro le era, apenas la España rural de antes de su vertiginoso desarrollo, paisajes del León berciano y maragato con Asturias siempre en la lejanía, horizontes herrumbrosos de la montaña ganadera y minera olvidada de mano del Estado, personajes para los que el tiempo se ha parado una vez puesto un pie en Región.

Sea como fuere, lo que se dice un festín de letras para los que gustamos de ello, del pulso narrativo de un verdadero autor, de su humor o mala leche, de su maestría en la descripción se su mundo propio, de su acierto con el epíteto o el verbo, de la literatura en suma.

Luego ya uno, que es consciente, porque también ha naufragado en ella en más de una ocasión, de la dificultad de sus obras llamadas mayores, de la atención que ésta requieren hasta el punto de absorberte el seso, como seguro que esa era la intención del muy peculiar Benet, no sabe si recomendar esta o esa otra, EN LA PENUMBRA, para iniciarse en su obra, ambas son válidas para hacerse una idea de lo que se le puede venir a uno encima si le da por emprenderla con el resto, si se deja atrapar por la innegable magia, o más bien embrujo, de la prosa benetiana.

Por otra parte, si alguien se anima, o duda en hacerlo, también habría que subrayar que es el mejor momento para hacerlo. Sobre todo si te das una vuelta por cualquier librería, en su versión física o virtual, y te das cuenta de que apenas hay novedades que no sean de esas para hacer caja segura y rápida, lo que funciona porque, así en general, la peña todavía lectora no suele ser muy exigente con que lo se lleva, con tal de que ayude a conciliar el sueño por la noche. O puede que al revés, quiere ir sobre seguro y de ahí que lo que ahora impere sean textos de género, nada de aventuras literarias que pueden asustar a más de uno, ¡por Dios, cuánta frase larga! Eso y la sensación reinante, tan propia de tiempos de crisis, de que, no es la haya también creativa, sino que los que rigen el cotarro, los señores del negocio editorial, prefieren hacer también recortes en lo suyo, no pagar a autores vivos, a autores de culto pero de unos pocos, vamos, que los prefieren bien posterizados -que ya hayan pasado a la posteridad, garantía segura de ventas- y sobre todo, que no den la murga con sus historias, a ser posible no más quebradero de cabeza que el tener que resolver un crimen o contar la historia romantiboba de un rey y su amada, la enésima mujer que descubre que puede ser otra cosa que la señora de su marido o las peripecias sobredramatizadas de una víctima cualquiera de las guerras pasadas y presentes, cosas por el estilo. Y sí, claro que sí, cuestión de gustos.

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