martes, 13 de septiembre de 2011

VITORIANA DE M.S.O.


Como en el fondo uno apenas es otra cosa que un sencillo chico de provincias, hoy me ha hecho una ilusión especial que uno de mis escritores favoritos (hasta yo me doy cuenta de lo irremediablemente ñoño o bobo de la expresión), Miguel Sánchez-Ostiz, dedicara en su blog una entrada a mi ciudad. Qué le vamos a hacer, a uno le gusta que hablen de su pueblo, ni siquiera importa cómo, sólo que hablen. Anda que no puedo estar más de acuerdo en lo que dice a cuenta de esa hostelería que, allí como en cualquier otra parte, desde que descubrío que ellos también podrían salir en los papeles como un Arzak, Subijana, Aduriz, Atxa, etc, a poco que inventaran cualquier gastro-excentricidad, parece que se olvidaron de lo principal, de dar de comer al hambriento y de beber, bueno y barato, al borracho.

Chillida, Oteiza (máscarones de proa de un pueblo banderizo, en pugna hasta que se dieron el abrazo de Vergara, el abrazo de los locos) y una carpa en la que donde iban a celebrar algún evento de ilusionismo. La afrolatina que pasaba en su bici, iba feliz, sonriente.
Vitoria es una buena ciudad para callejear. Tiene una arquitectura muy hermosa, calles antiguas, una plaza porticada que sirvió de ilustración de cubierta para un hermoso libro de versos, La patria oscura, de Juan Manuel Bonet: una plaza porticada en la que nació (reza una placa) el explorador africano Iradier, comercios de viejorrerías, los gitanos, los magrebies ahora, edificios medievales y algún comedero de esos de fama, cuya comida (esa y todas) acaba cansando, cada día más lejos de ese sentarse a la mesa como quien cumple con la misa dominical o con algún rito de índole religiosa...
Me decía Juan Perucho, debajo de la gran higuera de su huerto de Albinyana, que después de haber comido mucho (Viaje a Francia, El libro de la cocina española... con y sin su amigo Nértor Luján) lo que más apreciaba era un plato de vainas co patatas compuestas con un chorrito de aceite de oliva virgen... inimitable el gesto de verter el aceite. Lo recordé el otro día cuando el tren pasaba por el campo de Tarragona y luego en la calle donde vivía. Una amistad de alma que acabó envenenada... ¿Pero no estábamos en Vitoria? No, ya nos habíamos ido.


*también aprovecho una de las fotos que saca él en sus visitas para ilustrar la misma entrada.

1 comentario:

  1. Dirán lo que quieran, pero es una ciudad muy hermosa... y en eso de las comidas no puedo estar más de acuerdo, carajo con la mandanga... lástima que ese día no me quedó tiempo para callejear de verdad a mi gusto... un abrazo
    Ah, yo también tengo "lectores favoritos"

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