martes, 13 de septiembre de 2011

LA RENTRÉE


C´est la rentrée des classes, que dicen los gabachos a la vuelta al cole, los primeros días de un nuevo curso que sólo acudiendo al baúl de tus recuerdos puedes intentar comprender las sensaciones que deben estar experimentando tus hijos.

Claro que vete a saber, tú recuerdas que la idea sola de volver al cole por septiembre ya te hacía pasar las últimas semanas de tus vacatas sin pegar ojo. O lo que viene a ser un martillearte la cabeza con preguntas del tipo: ¡a ver qué hipoputa me toca de tutor este años!, ¿habrán detenido ya al Txusma por sádico maltratador de inocentes niños?, ¿habrán expulsado ya al matón del Antolín, podre comerme el bocadillo tranquilo en el recreo?, ¿nos tendremos que dar de hostias también este año con los de B y/o C por el campo de arena?,¿qué cura me sobará este año dentro y fuera de los confesionarios? Vamos, lo normal para esa edad, lo que todo crío se pregunta y teme antes de que llegue el día fatídico de acudir a su primer día de clase y descubrir que todo sigue igual. Como mucho puede que ese año haya alguna baja entre los compañeros, algún niño nuevo y si no hay mucha suerte un porcentaje alarmante de repetidores que procurarán dejar claro su condición de veteranos desde el primer día.

En los siguientes días ya tocaban otro tipo de preocupaciones. En especial descubrir, no tanto el volumen de asignaturas y nuevas, y por lo general absurdas, normas que el consejo escolar se sacaba de debajo del forro de sus huevos, normas que en el caso del mío no parecían tener otro objetivo que asemejarlo lo máximo posible a un campo de concentración nazi para que nadie se atreviera a salirse del tiesto más allá de lo acostumbrado, como asistir al desfile de nuevos tarados, sádicos en potencia, frutrados los más y algún que otro fanático de la cruz y el lauburu, que sabías que se encargaría de hacerte la vida imposible a lo largo del curso; de entre ellos puede que incluso hubiera algún que otro profesor, de verdad quiero decir, alguno que no estuviera allí, en la privada, con los curas, de rebote, frustrado por no haberse sacado la oposición o convencido de estar entregado a una misión particular, la de envangelizarnos a hostias, y nunca mejor escrito.

Recuerdas todas esas cuitas tuyas de entonces y, cuando le preguntas a tu hijo por las suyas, éste apenas te responde si ya no podrá ver a Bob Esponja antes de irse a la cama. Todo lo más se la trae floja. Si le preguntas si tiene ganas de reencontrarse con sus compañeros descubres que lo justo, como si en vez de hacerlo con niños le toca estudiar este año con dinosaurios o dragones, puede que para él incluso mejor, estaría más integrado. Y lo peor a la salida, que te dice que se lo ha pasado genial pero no sabe por qué, como tampoco recuerda el nombre de su nueva tutora o nada de lo que ésta ha debido estar hablando durante cuatro largas horas.

Te das cuenta que la rentrée de los huevos ya no es lo que era, a no ser, claro está, porque ahora les toca apechugar con tres veces kilos más de lo que nos echaban a nosotros a la espalda, el doble de libros y material, el doble no, cien veces más caro todo, material que no aciertas a entender para qué tanto y tan similar, libros que se reparten en tres para que los pobres no tengan que apechugar con tanto peso, pero que luego resulta que su madre se los pone todos juntos en una especie de maleta, además de la mochila a la espalda con el material en cuestión, no vaya a necesitar algo ese mismo día, no fuera a necesitar precisamente eso que hoy podía haber dejado en casa, para que no se pierda nada, que ya se sabe que si se llevan las cosas por partes éstas tienen una tendencia loca a irse de juerga cada una por su lado y luego si te he visto tururú...

En fin, habría que haberlo visto al pobre arrastrando hoy a dos manos su maleta con todos los libros como si de un muerto se tratara (iba a decir a su padre un sábado a la noche tras volver de cenar en casa de unos amigos, pero eso ya sería pasarse cien pueblos y claro...), eso y también a punto de tocar el suelo con la barbilla vencido por el peso de la mochila, vamos, que estaba hecho un caracol...

De lo que deduzco que, puede que este año pase porque no lo había experimentado antes, pero para la próxima rentrée ya tiene algo de lo que preocuparse; adivinanza.

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