lunes, 23 de diciembre de 2013

WOLFGANG KOEPPEN


Leo ayer en el muro de Iván Alonso que la revista femenina Clara regala junto a la adquisición de ésta un tomo publicado por RBA con la trilogía Palomas en la hierba (1951), El invernadero (1952) y Muerte en Roma (1954) del escritor alemánWolfgang Koeppen y no me lo creo. De hecho tengo que bajar al quiosco para cerciorarme. Y sí, en efecto, no de trata de uno de esos certeros y sesudos post del baracaldés hilvanados con su característica fina ironía, no, es cierto, esta semana y entre otros tomos, la revista Clara reparte la trilogía de uno de mis escritores fetiche, aincabilibib pues. Sí, alucino por la apuesta de la revista Clara con autores tan poco conocidos por el gran público como enjundiosos, nada que ver con el best seller al uso, vamos, que habría sido del todo más previsible, y sin abandonar la cosa alemana, el archiconocido El Perfume de Süskind que la trilogía de Koeppen, cuestión no tanto de gustos como de ventas, tema tan recurrente como aburrido.

" El verde de la sala de conciertos parecía polvoriento. Probablemente fuera laurel después de todo, las hojas tenían el aspecto de hierbas secas nadando en la sopa, humedecidas pero todavía frágiles y no reblandecidas para ser cocinadas. Hicieron que Siegfried, que no quería estar triste en Roma, se sintiera alicaído. Las hojas hicieron que recordara una sucesión de situaciones apuradas en su vida: Aquel artefacto que su padre le había enviado, durante la fiesta escolar por recomendación, de su tío, las cocinas de campaña en el ejército, de las cuales Siegfried había huido desde su infancia, la comida de la fiesta escolar que también había tenido laureles verdes y había hojas de roble también en los cuarteles, proliferando a modo de ornato o en las propias lápidas. Había siempre una imagen que le crispaba los nervios, el Führer, con los bigotes de Charlie Chaplin, mirando benevolente a su rebaño de corderos sacrificados, los chicos uniformados dispuestos para la masacre. Aquí, entre el laurel y la adelfa de la sala de conciertos, en esta gélida sala, había un viejo retrato del maestro, Palestrina, mirando no con benevolencia, sino escrutando con severidad y reproche los esfuerzos de la orquesta. El Concilio de Trento había aceptado la música de Palestrina. El congreso de Roma rechazaría la de Siegfried. Le deprimía incluso cuando trataba de ensayar, a pesar de que viniera a Roma esperando ser rechazado, diciéndose a sí mismo que no debía concederle demasiada importancia. " 
MUERTE EN TOMA - Wolfgang Koeppen

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