sábado, 13 de agosto de 2011

BUENOS MOMENTOS DEL VERANO




Decía que de vuelta al hogar en Oviedo. Todavía no del todo a la rutina, pero sí a tu piso alquilado donde has hecho tu hogar con los tuyos y tu rincón personal desde el que pergeñas tus cosicas para la indiferencia generalizada o ya directamente de los catálogos de las bibliotecas de pueblo. Cuatro semanas de las que has procurado dar cuenta en este blog con el único propósito de aprovechar lo cotidiano para verterlo en la red echando mano de tu escaso talento, tu mala leche y acaso también la ilusión de poder volver sobre él como se hace con el álbum de fotos de las vacaciones, esto es, a modo de combustible para la nostalgia, inventario de los buenos momentos, probablemente los únicos que merecen la pena recordar y que, en cambio, suelen quedar relegados a un rincón de la memoria ante la preeminencia de esos otros de signo muy contrario, aquellos en los que el rencor, la mala baba y el miedo prevalecen porque en el balance entre unos y otros la cosa casi siempre se inclina hacia el lado de lo chungo, como chunga es la puta vida.

En cualquier caso, y a pesar de que todavía estamos a mediados de agosto, es tiempo de relatos vacacionales, de contarle al prójimo lo bien o mal que lo pasaste aquí o allí, contarle anécdotas más o menos divertidas, las chungas mejor de carrerilla. Para qué recrearte en lo malo si lo que prima ahora es compartir el entusiasmo por los momentos vividos, las cosas nuevas que has conocido, las sensaciones vividas, el recuerdo de momentos que quisieras inolvidables y que como mucho sólo lo son hasta que pasen unos pocos meses y contento si con el tiempo, y si no te falla la memoria por la edad o el lento proceso autodestructivo al que están abocadas tus neuronas por culpa del alcohol o tu condición de padre, pareja o pajero, puedes conservar alguna para el futuro, para tus nietos incluso.

Por lo demás, también es el tiempo temido de esos relatos vacacionales, que los hay a los que les horrorizan como máxima expresión de la soberbia o bobería ajena. Hay gente para la que la exhibición de la alegría del prójimo resulta sencillamente de mal gusto, cuando no insoportable. No estoy entre ellos, más bien todo lo contrario, me gusta que mis amigos me cuenten sus cosas, disfruto del relato de eso que para algunos es tan vulgar, tan de gente corriente como uno mismo, como las vacaciones. Que sí, por supuesto, poco o nada hay de extraordinario en éstas que no sea para uno mismo. Acaso por eso mismo me resultan mucho más simpáticas que los relatos de grandes viajes iniciáticos o por el estilo, la insoportable búsqueda de la excelencia viajera, la impostura de aventureros de baratillo que se van al culo del mundo para sólo poder volver a contarlo. Y ya sé que hay toda una literatura consagrada a esta impostura del viajero que, si ya bien no descubre nuevos horizontes porque todos han sido debidamente cartografiados, sí acaso pretenden hacernos creer que los hacen para descubrir aspectos que pasaron completamente desapercibidos para otros viajeros menos duchos o sensibles que ellos, algunos incluso nos quieren vender la moto, debida y cuidadosamente editada, de que los emprendieron sobre todo para descubrirse a ellos mismos.

No soporto tanta vanidad, tanto pujo por destacarse de un rebaño del que solo destacas a tu pesar, cuando las circunstancias te obligan a ello y por lo general casi siempre haciéndotelas pasar canutas. Sólo en esos bretes del destino surgen los verdaderos héroes, los que afrontan destinos que nunca imaginaron o desearon, los que salen indemnes de estos; mineros enterrados a mil metros bajo tierra, tenderos que resisten asaltos de hordas criminales que aprovechan la cólera justificada de la masa marginal y apaleada para hacer su agosto, anónimos que van por la vida con la cabeza bien alta a pesar del rechazo que suscita en los imbéciles su supuesta condición de parias por cualquier motivo, fulanos que resisten ahora y siempre a la familia propia y ajena, luchadores contra los elementos de cualquier tipo, víctimas indiscriminadas de EREs y todo lo que se nos viene encima.

Lo otro, el aventurero de baratillo que se va al desierto de Gobi o se interna en una selva tropical a darse de hostias con los mosquitos sólo para luego poder contárnoslo, para dárselas de tipo duro y viajado como si éstas fueran en sí condiciones de mérito y no simples circunstancias, apesta a impostura, a querer ir por la vida y a destiempo de Richard Burtons, Stanleys, Livingstones o Iradieres cuando ya apenas se puede ir de otra cosa que no sea de Miguel de la Cuadra Salcedo de barbecho (lo de hacerse acompañar por niñatos en rutas quetzales subvencionadas por el banco de turno ya es opcional...).

La verdadera aventura de nuestra época está en las pequeñas anécdotas de lo cotidiano, en lo irremediablemente vulgar o tópico, lo entrañable del a mi también me podía haber pasado, en ese nosotros sacado de nuestra cotidianidad para ir a parar a una playa del Caribe, un viaje organizado por las khasbabs de Marruecos, de cervezas por Praga o de parrandas criminales en las fiestas patronales del pueblo del abuelo.

Por eso a mí sí me gusta escuchar a mi prójimo sus relatos vacacionales. Mira si seré raro y mal bicho que disfruto de la felicidad ajena, que me divierten y hasta emocionan las experiencias de la gente que me rodea; si bien, sólo se pide o se espera, como en casi cualquier otro aspecto de la vida, un mínimo de soltura al hacerlo, de gracia y a ser posible hasta de sarcasmo; vamos, que no aburran.

De modo que es tiempo de contar contratiempos en aeropuertos, mosqueos con la recepcionista de turno porque la en lugar de limpiarte la habitación te la han enguarrado todavía un poco más, broncas familiares a cuenta de ¿nos vaís a quedar todas las vacaciones sin moveros de nuestra casa, hijos míos?, la farra criminal de esa noche de fiestas patronales hasta aquel amanecer inolvidable abrazado a la mocica que conociste en la txozna de los mozos del pueblo o puede que sólo de la botella o katxi de turno, las pequeñas estafas en el chiringuito playero, esas cuatro horas de angustia dando vueltas alrededor de la misma peña colorada, las llaves del coche alquilado que se le caen al niño en la alcantarilla, aquel control de la Benemerita a altas horas de la madrugada en las que a un figura se le olvidó bajar la ventanilla y por poco nos empapelan por referirnos a los señores agentes, las fuerzas armadas españolas en general y al rey y su familia en particular, con un vocabulario tan procaz y hasta tipificado en el Código Penal, esa bronca descomunal y absurda de pareja por haber intentado sacar a bailar a unas veintañeras en la plaza del pueblo y que casi se ponen a gritar ¡pederasta, pederasta!, todas y cada una de las comilonas pantagruélicas que cayeron estos días.

Pues eso, esperando el relato de los buenos momentos de otros, las anécdotas de todo tipo y el recuento de lo bebido y comido, y recordando los tuyos, siquiera los de esta última semana en la intimidad de tu familia a cuatro o cinco con merluza en salsa verde, raya con sidra Gobernador, piperrada con Guzmán Aldazabal monovarietal de graciano y chapuzón mediante, recorridos por el interior y la costa próxima al valle de Piloña, siquiera sólo por celebrar algunos como el de ayer en Ribadesella con Amaia, David y sus críos, sidra y raciones a discreción, risas otras tantas, eskerrik asko.

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