viernes, 5 de agosto de 2011

DE RETIRADA


Luego ya la fiesta en sí, tras el txupinazo, la bajada del aldeano de Zalduondo, el pringue de cava y toda la hostia, pues a la noche en parejita, en plan tranquilote o casi, aprovechando que servidor había reservado a la mañana en el Baztertxo de la Plaza Nueva, en lugar de cenar en el kebab de todos los años con cerveza de lata y olor a sobaco paquistaní, mejor para lo de pimplar mano a mano una botellica de crianza y jamar un par de platos de acompañamiento. La idea era cenar en una mesa de la plaza. Imposible por el barullo que había, dentro casi que también pero menos. Estás en un local de vino y tapeo, nadie entra a mover el esqueleto ni en fiestas, todo lo más a meterse una copa, un pintxo y por el estilo. Pues, la música de salsa, merengue o lo que fuera aquel mejunge sonoro a todo volumen. Terminas y es salir a la calle y darte de bruces con la Procesión de los Faroles, sin lugar a dudas el acto que más y mejor refleja en verdadero carácter pacato y provinciano de esta puta ciudad que antaño fue esencialmente de curas y militares, y hoy en día, por mucho que haya crecido y enriquecido, sigue siendo en esencia más de lo mismo, de usos y costumbres anclados en el tiempo, en un tiempo de hegemonía clerical, gazmoñería a raudales y ensimismamiento telúrico, el cual, lo mires por dónde lo mires, fue y es horrible, pura provincia de Flaubert o Clarín.

De modo que, ante tanta letanía religiosa y fervor otro tanto, ante tanto vitorianico en pleno orgasmo místico-terruñal, que uno no puede sustraerse a su convicción de que el "hecho religioso" es un claro síntoma de "deshecho" intelectual, de ir de una cuerda muy determinada, enfilamos a toda pastilla hacia lo viejo. Pero qué coño vamos a entrar en ninguna de las calles gremiales si están a rebosar de jóvenes como el que fui yo no hace mucho. Jóvenes que es soltar el chupinazo y acudir en tromba a los bares de lo viejo a trasegar katxis como posesos, a mover el esqueleto con el único objetivo de arrimar la cebolleta a la incauta de turno, eso hasta que llega el momento de desistir del mito del sexo en fiestas y, ya con la debida ingesta alcohólica en el cuerpo, y empieza el de hacer el gamba sin más, a liarla parda todo lo que se puede y siempre a lo grande. No estaba nada mal porque a cierta edad hay que liberar adrenalina por todas partes, el cuerpo pide marcha, marcha, que dicen los Pinguinos de Magadascar o alguien por el estilo, la calor del estío te hace fantasear con arrimos de entrepierna con el sexo opuesto, la música que enloquece y hasta las mozas de tu pueblo te parecen que están más buenas que de costumbre, siquiera sólo menos bordes que el resto del año, vamos, que a ellas también les arde.

Siendo así, de qué y para qué te vas a sumergir tú con tu pareja en la vorágine esa de lo viejo. ¿Para que te rocien a la menor de cambio con un kalimotxo? ¿Para que empujen a tu señora, la pisoteen, la apaleen o la manteen porque en vez de decir "he pedido un katxi de cerveza", suelte un asturianísimo, "pedí un katxi de cerveza", como si hubiera sido hace un par de lustros? Pues no apetece, la verdad es que no, mejor darse un garbeo por el resto del casco viejo menos frecuentado, ver los fuegos artificiales desde lo alto de San Miguel, bajar hasta la zona de la Torre Otxanda para un cafeto, tomarse un helado con dos bolas -las del cucurucho- en la Virgen Blanca y caminar como una pareja más de señores maduros y responsables por el ensanche decimonónico en plan mirar a todo cristo, saludar otro tanto y recrearse la mil y una chorradas que exhiben, venden o lo que sea que hacen los ambulantes esos.

Apenas se puede dar un paso sin tropezar con alguien, que vamos pasito a pasito, yo estoy cansado y con tres cuartos de Rioja en el estómago no me apetece más líquido en el cuerpo, no al menos si tengo que tirarme media hora o más junto a una barra esperando a que me sirvan, de codazos con todo el mundo y hasta aguantando las gracias del borracho de turno, que dice que te conoce de toda la vida y tú, en plan generoso, mira, chaval, todo lo más de hace un rato, el que llevas dándome la tabarra, cabrón.

Y vale, sí, me, nos estamos haciendo viejos. Las fiestas por estar con la familia y tal, quizás por recrearme en la nostalgia y punto. Pero cada vez asimiló menos el agobio de las muchedumbres, la incomodidad de la ciudad abarrotada de gente por todas partes, la jeta que le echan algunos hosteleros que con el pretexto de las fiestas te cobran el doble o te reducen la oferta a su mínima expresión de calidad y cantidad. En fin, que el cuerpo me pide retirada cuanto antes, y eso que ya en broma le propongo a mi señora acercarnos hasta las txoznas. Casi me fulmina con la mirada. Pero mira tú, ya en el coche cuando bajamos por el túnel de San Antonio, una cuadrilla de adolescentes borrachos nos obstaculizan el paso pegando brincos y gritando, ¡PITA!, ¡PITA! Entonces T que no reacciona, se limita a sonreír como buena asturianina para la que la simpatía hacia el prójimo lo es todo. Yo me cago en Dios y la perra. Lo que faltaba, una jauría de mamarrachos amenazándonos con darnos la noche. ¡Que pites de una puta vez a ver si se largan! En efecto, pita y se disuelven, a saber si porque la nena ha cumplido sus deseos o porque el menda amenaza con bajarse del coche a liarse a hostias. En cualquier caso, llegamos a eso de las 12:30. Dios qué alivio, vamos a ver una peli en el ordenata, a tumbarnos en la cama, gloria bendita, mañana si eso ya llevaremos los críos a los gigantes y cabezudos, a los títeres, las barracas, el Gargantua, el zortziko de la era, los bertsolaris y si hace falta hasta a los toros; pero, de momento, buenas noches y hasta mañana, ondo lo egin!

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