martes, 23 de agosto de 2011

EL EJERCICIO DE LA HUMILDAD


La humildad, requisito imprescindible para, por lo menos, no decir más gilipolladas de las habituales. Ya me gustaría a mí tenerla siempre...

Decía la semana pasada el escritor Guelbenzu, en una de esas jornadas de relumbrón que celebran en el Palacio de la Magdalena de Santander, que el escritor de novela negra que necesita muchos muertos en su historia no puede ser bueno, que los escandinavos han vulgarizado el género irremediablemente, eso y que la novela negra es el recurso de los escritores mediocres incapacitados para la literatura más elevada. En todo caso, Guelbenzu recalcaba que el escritor de novela negra tenía que hacer todo lo posible para elevar el género, enriquecer la escritura del mismo y aspirar a metas más altas que la simple resolución de un crimen. No puedo estar más de acuerdo.

Decía eso la semana pasada, y también hace tiempo en otra entrevista que si él escribía novela negra era para disfrutar de la comodidad de hacerlo de acuerdo con las pautas que marca el género, lo cual le servía para descansar de la presión que supone para un autor la escritura de una novela de altos vuelos. Podría compartir esta opinión, aunque también se me antoja de una presunción inaudita, una simplificación que queda desmentida de raíz si recuerdas algunas novelas que pretendiendo seguir escrupulosamente las pautas del género acaban siendo algo más, ya porque el resultado final no carece de verdadera literatura; pienso, así a bote pronto, en La Verdad del Caso Savolta de E.Mendoza, El Nombre de la Rosa de Umberto Eco e incluso en Crimen y Castigo de Dostoievsky aunque alguien se pueda llevar las manos a la cabeza.

Guelbenzu dice todo esto y servidor acaba ayer su novela "La muerte viene de lejos", otra entrega de protagonista Mariana de Castro en su destino como jueza de provincias, más en concreto en un indefinido pueblo de Asturias. Dice su autor que necesita de varios libros para definir el personaje de la jueza. Yo ya no le veo mayor vuelta de hoja, la señora se me antoja más que presentada en todas sus aristas, y la verdad es que como prototipo de una generación y una clase está más que presentada; otra cosa es que servidor esté ya aburrido de tanto cincuentón o sesentón desencantado que lo dio todo por traer la democracia a España y que ahora juegue a escéptico con una copa de whisky de importación en una mano, un farias en la otra y música de Brahms de fondo; demasiados tipos con vueltas de tuerca en su currículo como para no sospechar de más de una impostura, de más de un prematuro abuelito cebolleta para el que cualquier tiempo pasado fue mejor y todo esto de ahora pura mierda, empezando por los más jóvenes. Ya lo dijo hace poco uno de los líderes del M15 de las primeras semanas: lo que más le irritaba era la suficiencia con la que los miran aquellos que hace treinta años decían luchar por la democracia, que presumen de haberse jugado el cuello por ella a diferencia de estos de ahora, que sólo piden que las cosas funcionen como tienen que funcionar, con justicia, cuando lo que en realidad querían era establecer presuntos paraísos socialistas que en otras latitudes habían dado en verdaderos infiernos; y encima habrá que estarles agradecidos.

Luego ya la trama de esta última novela de la jueza pasada de rosca, la burguesita que jugó a roja en sus años universitarios y que ahora mira a todos los lados y a todos con la soberbia de la que se cree por encima de todo, más lista que nadie y además con el bagaje que le da haber metido la pata durante toda su vida. Una actitud que el autor nos la presenta en función de su biografía, pero que en muchos casos hace sospechar que lo sea sólo de su clase, basta con reparar en la condescendencia con la que trata a otros, en la ligereza de sus juicios sobre estos, para que se le ponga a uno la mosca detrás de la oreja, demasiado previsible también todos los prejuicios de la señora juez, directamente apestan a señorita de mierda que sólo por serlo se cree mejor que el resto y de ahí lo esquemático y tópico que resulta todo.

Pues eso, de lo más correcta y previsible, como que la resolución de la trama está cogida por los pelos, que la cosa se estaba alargando mucho y hay que encontrar al asesino como sea, en este caso, insisto, por los pelos.

No somos genios, ni siquiera todo lo excelsos o perfectos que nos gustaría, nos pierde la soberbia a la hora de juzgar lo propio y emprenderla a dentelladas con lo ajeno. De ahí que luego algunos no se corten el pelo a la hora de repartir consejos no pedidos, colgarse medallas y, sobre todo, atreverse a jugar a jueces con terceros. Por boca callada empieza el ejercicio de la humildad.

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