sábado, 6 de agosto de 2011

EN URBASA Y ALREDEDORES





El miércoles a la mañana toca prepararse el bocadillo de bacon o tortilla con tomate y cargar la nevera de birras para salir de excursión a Urbasa. La primera con mi señora y críos, casi un rito iniciático o así. Llegamos a Olazti, empezamos a subir y yo que me voy emocionando. No son pocos recuerdos ni nada de cuando me llevaban mis padres de domingueo con sus amigos. Pic-nics sobre la rasa de Urbasa, esa planicie verde de horizontes rocosos y bosque por todos los lados a mil metros de altura. De pequeño se me antojaba otro mundo, una estratosfera a la medida de un niño o casi, un parque infinito donde corretear y fantasear a mi antojo.

En Urbasa también me cogí mi primera borrachera de niñato, once o trece años. Creo que mis padres y sus amigos se habían ido a por queso a las bordas junto al Palacio de Etxabarri. Los niños nos habíamos quedado al lado de los manteles extendidos sobre la hierba en los que todavía quedaban los restos de la comida y de unas cuantas botellas de vino. Rubén y yo no lo dudamos un segundo, de cabeza al vino, a toda prisa antes de que volvieran los mayores. Luego nos entró la sed, bajamos hasta la fuente, una de tantas en la zona de Otxoportillo donde habíamos acampado o así. No éramos conscientes de lo que nos pasaba y el descenso hasta la fuente resultó una Odisea. Primero nos vimos convertidos en bolas del Millón que se precipitaban hacía el abismo dándose de hostias contra los árboles y encima sin premio. Luego ya al final, antes de dar de bruces contra la fuente, acabamos rodando cuesta abajo y sin freno. Lo que viene a ser una tajada de espanto. Esa tarde creo que dejamos sin agua a un par de rebaños. Los mayores no se enteraron de nada, nunca lo hacían, probablemente porque también llevarían lo suyo, como que el amigo de mi padre siempre se empeñaba en que después de comer nos pusiéramos a jugar a pelota en el frontón de al lado del palacio; ese día llega a aparecer Barriola, Mtz de Irujo o el mismísimo Tintín para retarnos y fijo que le damos una paliza, 22-2 o así; luego ya se encargarían de decir que íbamos dopados, de Rioja hasta el culo y tal.

Sea como fuere, el caso es que tras dar mil vueltas para buscar dónde comer, de recalar en la oficina de información donde me vi envuelto en un bucle en lengua vernácula con el chaval al mando porque no le sonaba lo de Palacio de los Ramírez de Baquedano, que según él se llamaba de Urbasa y punto, y yo que ezetz, aspaldi esate´zitzaiola Bakedano jauregia, bere jabien apellidua zala-ta, que a mí no me vas a joder mis recuerdos de infancia, él un niñato y yo un puto listillo.

Total que al final comemos en plena rasa supongo que así no había peligro de tajarnos para luego querer bajar a la fuente rodando..., a pocos metros de la cabaña de pastor acondicionada como centro interpretativo del pastoreo o así (una de esas cosas que suele hacer un amigo asturiano en su tierra...) bajo un árbol rodeados de vacas y ovejas con sus boñigas, un solazo que permitía ver no ya sólo Andia, Aralar y demás, sino incluso ya a lo lejos los Piríneos. El responsable del centro interpretativo del pastoreo otro figura de cuidado. Un chavalote bien majo, siquiera sólo un poco dejado o indolente en sus explicaciones, como que le daba tremenda pereza volver a repetir por enésima vez lo mismo, casi que le tengo que arrancar las palabras para que Mr se enterara de qué iba la cosa allí expuesta. Luego ya entre que si el pastoreo no es lo que era, que ya todo estaba industrializado y para qué acercarte adonde venden el queso en Urbasa si luego te vas a cualquier supermercado y encuentras Idiazabal a punta pala y por el mismo precio astronómico (pues sí, curiosa manera de promocionar Urbasa, su entorno y los cuatro gatos que se ganan los cuartos en esa montaña como él...) y lo recurrente de preguntar desde dónde venimos y tal, que si la feria de ganado de Cangas de Onís donde había estado hace unos meses, ya me dirás tú a nosotros la feria de ganado de qué, cualquier cosa con tal de contarnos su vida antes que aquello para lo que le pagan. Pero bueno, casi mejor, ya que la verdad es que, si como guía del centro o museo ese del pastoreo era un auténtico inútil o vago de remate, la verdad que como tío era bien majo, bueno, para echar un pote y punto pelota.

Tras el papeo del bocata paseo por la rasa, entre vacas, ovejas y caballos que nos miran como nos miran los aldeanos cuando recalamos en cualquier pueblo de excursión o tal. Yo intentando explicar a mi señora que si Urbasa se llama tal que así es precisamente porque en cuantico caen cuatro gotas aquello se convierte en un barrizal. A corretear por el campo detrás de los críos, a esquivar montañas de mierda de vaca y socavones y ortigas traicioneras, todo ambientando por la banda sonora de los cencerros de ganado, new age en estado puro.

Nos marchamos con la intención de ver el mirador en lo alto del nacedero del Urederra. Nos pasamos de largo con el coche como suele nuestra costumbre en estos casos, que de una u otra manera hay que cagarla porque si no parece que no merece la pena salir de excursión. Bajamos por la vertiente sur hacia las Amezkoas. A diferencia del valle de la Burunda al norte con la fantasmagórica cementera de Olazagutia y los polígonos industriales de los alrededores de Altsasu, con la autovía que atraviesa que conecta Vitoria con Pamplona, los valles al sur de Urbasa, antes de llegar a Estella, permanecen prácticamente intactos desde la noche de los tiempos, apenas un par de pabellones agrícolas y el resto una deliciosa soledad de pueblos de cuatro casas con su arquitectura tradicional y su tedio endémico. Zudaire, San Martín, Aranaratxee, Ekala, Larraona, pueblos olvidados de la mano del turismo de masas y que atraviesa la carretera comarcal por la que nos dirigimos de vuelta a casa, subiendo y bajando colinas, entre trigales, patatales y campos de colza, a la sombra del monte omnipresente bajo cuya sombra parecen encontrar abrigo las aldeas de las Amezkoas. Ya en Álava, en el valle de Arana, el paisaje de montaña, las laderas cubiertas de trigo y las aldeas de casas de piedra e iglesias con campanarios desproporcionados para el tamaño de las mismas, sigue siendo prácticamente el mismo. Cambia la toponimia porque aun siendo mayoritariamente eusquérica ahora ya lo es en el extinto dialecto alavés que se hablaba en estas tierras y no en el navarro del otro lado de la muga; o lo que es lo mismo, aquí encontramos un pueblo que se llama Uribarri-Arana y que apenas a un par de kilómetros en Navarra se habría llamado Iriberri-Arana, o un Aletxa o Aretxa que habría sido Aritza; diversidad hasta el detalle más nimio. El camino todavía se puede hacer más estrecho y tortuoso cuando abandonamos el valle de Arana para entrar en el de Arraia y nos dirigimos hacia Maeztu por la carretera que atraviesa Musitu, Elorza, Aletxa, Sabando, Ibisate. Aldeas todas ellas en lo que viene a decirse a tomar por culo, esas que cuando caen cuatro copos de nieve en Vitoria se quedan incomunicadas en la montaña, que te decías que suerte la de la chiquillada de allí, sin cole durante una semana o más. Un paisaje precioso que a mí me toca especialmente la fibra, un paisaje apenas conocido y que es uno de los más bonitos y agrestes del sur de Euskal Herria.

Luego ya en Maeztu, segunda vez en este año que pisamos el pueblo, corriendo al restaurante Los Roturos para la ingesta apresurada de lúpulo, la sed aprieta y ya parece que lo hace cogiéndote de los huevos. Y en eso que llegamos a la terraza del local y me doy de bruces con el último apunte de bucolismo antropológico del día. Un entrañable abuelete con pantalones de faena, camisa de leñador y txapela que móvil en mano pega un sonoro MECAGONDIOS Y EN LA PUTA VIRGEN , ya me imaginaba yo a la persona al otro lado del teléfono temblando, puede que a la pobre telefonista de acento sudaca que en ese momento le hubiera despertado de su siesta para ofrecerle una nueva tarifa si se pasaba a su telefonía. Lo dicho, entrañable.

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