martes, 17 de mayo de 2011

ENTRE DOS AGUAS


Casualidad que mientras terminaba la novela ENTRES DOS AGUAS de Rosa Ribas, saltara la polémica del barrio vitoriano y obrero por antonomasia de Zaramaga acerca de la oposición de los vecinos a la apertura de una mezquita. La novela cuenta un crimen cometido dentro de la comunidad española que emigró a Alemania en los años sesenta. Un crimen cuya investigación lleva la inspectora de origen hispano-germano Cornelia Weber-Tejedor. Así pues, la inspectora se verá obligada a reencontrarse con una serie de conocidos de su infancia dado que su madre siempre fue una asidua de todos los saraos que organizaban las asociaciones de inmigrantes españoles, pero a los que ya de adulta había perdido la vista desde el momento en el que había decidido que ella, ante todo, era alemana. Ese reencuentro con la comunidad española lo será también en cierta manera con su madre y sobre todo el pasado de ésta, cómo llegó a Alemania, cómo se integró, conoció a su padre alemán y ha vivido durante décadas anclada en la nostalgia, fiel a unas raíces y ya más en concreto a una patria idealizada por contraste con esa otra de acogida. Ahora bien, la novela, amén de la trama negra de la que sirve de fondo este reencuentro de la inspectora Cornelia con la comunidad española en Frankfurt, también nos da unas pinceladas muy ilustrativas de lo que está pasando en nuestro entorno más próximo. Sin ir más lejos, he aquí lo que le suelta a la inspectora su madre cuando le menciona una banda de delincuentes yugoslavos como posibles sospechosos del asesinato de Marcelino Soto, personaje destacado de dicha comunidad de inmigrantes españoles y al que su madre, como otros tantos españoles residentes en Frankfurt, define como una bellísima persona:

-Así nos tenemos que ver los emigrantes de verdad, los que vinimos como gente honrada a ganarnos la vida y no como toda esta gente que viene ahora que no se sabe qué busca aquí. Porque ahora ya no existe verdadera emigración. Nosotros sí éramos emigrantes de verdad, pero ahora a saber qué quiere toda esta gente. Yo no soy racista, pero con toda esa gente que viene no sé adónde vamos a parar. Aquí ya no caben más, y toda esa delincuencia que se traen, que vas por la calle y sólo oyes lenguas raras y vez esos grupos de turcos y moros. O los polacos, que ya no hay casa segura desde que vinieron. Pero lo peor son los yugoslavos...

Pues eso, que leía estas líneas y no podía evitar recordar el video que acababa de ver también ese día sobre las reacciones de los habitantes del barrio de Zaramaga ante la mezquita, la inmensa mayoría de ellos venidos en los años sesenta de Andalucía y Extremadura, gente que también tuvo que dejar su tierra para integrarse en otra, acaso no tan hostil pero acaso también extraña o lejana en alguna medida, siquiera sólo por el clima y el carácter de los nativos, allí éstos nunca les acabaron de mirar bien del todo, donde siempre fueron de fuera, donde se les trató con no poco desprecio, y no tanto por su origen como por lo humilde de éste, que les llamaron coreanos, maquetos, manchurrianos... cualquier cosa con tal de marcar la distancia, no somos como ellos, somos mejores, necesitamos serlo para poder creérnoslo, viva mi pueblo y sus cuatro casas y su iglesia, muera todo lo que cae más allá de la sombra del campanario de éste; la historia más vieja del mundo, para mí que los babuinos también manejan este tipo de códigos y nuestros antepasados los austrolopitecos otro tanto.

En fin, esos mismos que contribuyeron al desarrollo y la riqueza de su ciudad de acogida, que se integraron con todas de la ley y cuyos hijos y nietos son vitorianos como quien más, ahora se manifiestan contra los nuevos desheredados de la tierra y justifican su rechazo con argumentos como que el que todos los nuevos emigrantes son iguales, vagos y maleantes por principio, eso aunque luego sólo lo sean unos pocos, los que más ruido meten, los que más impactan con sus actos, que no trabajan y viven de las subvenciones, a saber también cuántos y por qué, que no les gusta su religión y su cultura, como si la suya fuera muy diferente, como si todos tuviéramos que tener la misma, rezar al mismo díos o no hacerlo a ninguno.

En fin, clamorosa falta tanto de memoria como del más mínimo sentido de la solidaridad, se les podría exigir cierta empatía, qué menos entre gente humilde y trabajadora, pero ya, ya, siempre es el último el que más palos recibe, ellos ya estaban antes y eso es como estar un peldaño más por encima del recién llegado, el que no encuentra el motivo más espurio para sentirse más que otros es porque no quiere. Y si ladramos en jauría mucho mejor, ahí acudirá raudo el demagogo de turno a darnos cobertura mediática o a ofrecernos el oro y el moro a cambio de un puñado de votos, el candidato de PP ya lo está haciendo a conciencia, prometiendo cosas que hasta están en contradicción con el Código Civil, qué más da si luego será papel mojado, así en Vitoria como en Badalona, Sabadell o cualquier otro sitio donde los gaviota no han dudado en agitar el fantasma del miedo al extranjero, xenofobia que le dicen.

No es sólo lo que sucede en uno de los pequeños rincones desde los que veo el mundo, ha sucedido, sucede y probablemente sucederá en todas partes, no hay remedio para la especie humana, condenada a dar prioridad siempre a sus más bajos instintos, a hacer de lo anecdótico regla general, rechazar al extraño, condenarlo al gueto, parapetarse tras lo poco que nos separa, en demérito de lo que nos une como seres humanos, para hacer imposible la convivencia, dejar que sea el tiempo el que ponga a cada uno en su sitio, que lime asperezas o incompatibilidades que sólo los más duros de mollera siempre creen insuperables, y sobre todo, olvidar o desconocer que vivimos en un estado de derecho que garantiza un mínimo de libertades individuales, en concreto aquella por la que nadie puede ser condenado a nada antes de cometer un delito...

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