miércoles, 4 de mayo de 2011
HASTA LA DERROTA FINAL
Plaza de la Constitución de Vigo y Uno de Mayo con los estertores de la manifestación de los cuatro gatos convencidos o con carné de sindicato blandiendo sus banderas y su escasa capacidad de enganche o movilización en la cercana Gran Vía. Tomando una jarra de deliciosa cerveza tostada en la terraza del mismo pub que ya estuvimos no hace mucho. Volver a los sitios que ya has frecuentado y en los que estuviste a gusto se está convirtiendo en una costumbre que no sé yo hasta dónde anuncia también que estás envejeciendo a pasos agigantados, pues sospecho que es habito de señor mayor que prefiere el reencuentro con lo vivido, en este caso lo bebido más bien, antes que con lo por vivir o beber. En cualquier caso, un día maravillosamente soleado en contra de los malos augurios de los hombres del destiempo. La plaza está a rebosar de gente y el descanso con su correspondiente birra y refrigerio tras haber estado toda la mañana cuesta arriba y abajo por el Parque del Castro y las callejas del barrio portuario tirando del carrito del nene o con él a hombros resulta tan preceptivo como tonificador.
De repente suena una melodía de trompeta, se trata del himno anarquista A Las Barricadas. Ecos de un pasado que pretenden acariciar la nostalgia de los presentes pero que, pese a la inercia emotiva de la que tampoco me sustraigo yo, también consigue evocar lo más negro de ese pasado supuestamente épico que fue la historia del anarquismo ibérico. Una épica que de residir en algún lado sólo lo puede hacer en la inmensa ingenuidad de su idealismo igualitario, porque como te molestes un poco en adentrarte en la realidad del mismo, no hay cuidado, te das de lleno también con los batallones de la muerte de la CNT-FAI, el adverso asesino de sus enemigos y aún y todo, tan hermanados en la intransigencia genocida que no concebía el derecho del resto a sus propias opiniones, sobre todo si eran contrarias; paseillo, paseillo nocturno sin retorno.
Suena A Las Barricadas y lo único que se te ocurre es reconfortarte por lo lejos que estamos de cuando ese himno avivaba el odio de las masas abonadas al mesianismo anarquista como el de cualquier otra masa que se precie sacando a pasear sus banderas y consignas. Porque suena y nadie levanta puños ni lanza consignas, faltaría más, no es que quede obsoleto, es que como poco resulta de psiquiátrico, tanto como si suena el Cara el Sol y ocurriera otro tanto. Con todo, España sigue siendo un país que no ha hecho los deberes con su pasado y vive de los mitos según el bando de cada cual, siquiera sólo en lo emotivo. Suena A las Barricadas y la plaza, lo quieras o no, se ve invadida por un halo de absurdo romanticismo caducado, tanto o más como cuando el trompetista se arranca luego con La Internacional y entonces la sensación de derrota, de tanto tiempo y vidas perdidas en la consecución de utopías que en tantos casos también dieron en pesadilla con Gulag de por medio, o todo lo más en alguna que otra pequeña victoria pírrica, también llamada Estado del Bienestar o así, resulta inevitable, sobre todo si reparas en los tiempos que estamos viviendo y acaso también en los que están por venir, esto es, hacia atrás en casi todo como los cangrejos.
Pero cesa la música y la Plaza vuelve a un presente de día de fiesta con vermut y patatas fritas sobre la mesa, a promesa de mariscada en breve y pulpo con cachelos, a acidez en el estómago por culpa del Albariño de rigor, a pendientes de granito y vistas desde lo más alto sobre los mercantes, barcos de recreo y bateas de mejillones, almejas y ostras en la Ría de Vigo, qué carallo!
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