viernes, 4 de noviembre de 2011
DIOS NUNCA REZA - PATXI IRURZUN
Decía el recientemente fallecido escritor y agitador cultural Felix Romeo que la literatura española contemporánea es ante todo una literatura de señoritos, una literatura que mira a los seres humanos por encima del hombro, de arriba abajo y no de abajo arriba, incapaz de mostrarlos en toda su desoladora grandeza, una literatura mezquina, costumbrista y petulante. Y no le faltaba razón al maño si solo reparamos en lo que se estila en los diferentes suplementos literarios de la prensa autotildada de seria, donde se supone que se publicita, más que se habla, de la literatura también tildada como tal, aquella supuestamente de mayor calado artístico e intelectual que la que copa los primeros puestos de venta o simplemente los escaparates de cualquier librería, cada vez más parecidos a los de las grandes superficies comerciales. Se trata, en cualquier caso, de una literatura que se presenta como culta a toda costa, exquisita más bien, de lo que hay que estar empapado, que trata tanto de los grandes temas de la vida como de sus personajes. Una literatura que ilustra además de entretener, que ayuda a entender el mundo...
Claro que eso es de lo que presumen los que la consumen en su mayor parte como complemento de lo que juzgan inherente a su educación, siquiera solo a su clase. Y como son ellos los que, ya por su mayor poder adquisitivo o por su influencia dentro de lo que es el cotarro intelectual-mediático del país, los que en realidad hacen que sobreviva mal que bien el negocio editorial que no se nutre en exclusiva del bestseller de turno, pues qué otra cosa pueden y creen que deben hacer las editoriales de relumbrón sino proporcionales aquello que buscan, esto es, textos que les ayuden a mirar de arriba abajo a los seres humanos, petulancia a cualquier precio, libros para señoritos.
Pues bien, la literatura de Patxi Irurzun, y ya en concreto este diario de nombre DIOS NUNCA REZA, es todo lo contrario de lo que busca esa gente que el propio autor define en el libro como no-gente que no viene a trabajar en autobús, que nunca tiene problemas para llegar a mes y cuyo único nexo con el mundo es lo que leen en los dominicales de los periódicos progres. Los diarios de Irurzun tienen que disgustar a la fuerza a los señoritos que cuando frecuentan este género casi siempre lo hacen para empaparse de las peripecias vitales de los grandes personajes de la Historia o la Cultura, gente con la que acaso cotejar su propia existencia, no destilan poca soberbia ni nada estos pavos.
De este modo, este diario de Patxi Irurzun peca divinamente de mal gusto porque no está a la altura de lo que exige el negocio. Y es que este diario habla de las cuitas de la gente corriente, la gente trabajadora, que no por ello humilde, que a ver de qué, y sobre todo, lo hace, cómo si no, mirando de abajo arriba, y también mirando a su alrededor con la suficiente maestría en la escritura para que la ironía, el sarcasmo, la mala leche, no desentone con la ternura y la nunca lo suficientemente ponderada lírica de lo cotidiano.
Así pues, en DIOS NUNCA REZA encontramos lo que creo que buscamos la mayoría para los que la literatura no es una afirmación de clase, distinción intelectual o cualquier otra mierda por el estilo, los que buscamos el gozo del texto bien, primorosamente incluso, escrito -al menos no como juzgan los talibanes de la gramática y ortografía que tiene que serlo, siempre a la caza de la errata o la frase dudosa- por sincero, divertido y ácido, sobre todo ácido. Pero de una acidez que no corroe tanto como reconforta porque nos ayuda a mirar a nuestro entorno a través de los ojos de su autor y percibir cosas de las que si no nos las dice él apenas nos damos cuenta. Y eso es acaso lo que más satisface de la verdadera literatura, de la que tiene además de estilo también tiene alma, una voz propia como la de Patxi, en la que no solo nos reconocemos sino que además aprendemos a hacerlo de otra manera, a veces riendo, enfadándonos, enterneciéndonos, y siempre, siempre, reflexionando sobre el verdadero significado de que detalles como unos inmigrantes jugando al baloncesto en la cancha de un barrio de extrarradio nos parezca el colmo de la melancolía, de que las reflexiones acerca de la amistad del autor nos resulten tan cercanas que no podamos evitar emocionarnos, de que los apuntes tomados de la realidad sociológica de su entorno, o sus cuitas como escritor periférico, y con esto no me refiero a lo geográfico, también tan cercano y a ratos puede que hasta idéntico, ya sean del trabajo o simples anécdotas del roce diario con el paisanaje, nos lleven en un santiamén desde el cabreo a la risa:
Esta mañana he llevado a Urko a la ludoteca. (.....) En el patio me he fijado que había bastantes padres extranjeros, ecuatorianos, marroquíes, rumanos... Pero a mí solo se me ha acercado una madre con dos pequeños vestidos de Osasuna, y ha comenzado a hablar conmigo con complicidad, o buscando protección. Pero yo no la conocía, ni me interesaba nada lo que me estaba contando, así que no le he prestado demasiada atención, ni siquiera recuerdo lo que me ha dicho, solo que ha intentado introducir en su conversación algunas palabras claves que nos diferenciaran de los demás (algo sobre los recientes sanfermines, o las pastas Beatriz de la calle Estafeta -que ha comprado para llevar a su madre-, algo muy de Pamplona). Me he fijado también en que sus dos hijos llevaban unas viseras de los campamentos urbanos municipales. (...)
Por lo demás, antes de entrar en la ludoteca, le he dicho algo a Urko en euskera y a la señora se le ha demudado el rostro, se ha alejado de mí disimuladamente, como si fuera un extranjero, otro de los padres argentinos, rusos, senegaleses, a los que no quería acercarse.
*¿Que de qué la inserción en esta entrada de este vídeo de La Polla? ¡Leed el libro!
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