miércoles, 9 de noviembre de 2011
THE EMPTY FAMILY - COLM TÓIBIN
No es precisamente uno de esos libros que me tomo la molestia en comentar en este blog porque me han entusiasmado y sólo pretendo transmitir dicho entusiasmo a los cuatro gatos que parece que leen este blog, por si se animan. No, la verdad sea dicha, de lo que llevo leído del reputado escritor irlandés Colm Toíbin hay bien poco que merezca otra consideración que correcto, mucho. Y en el caso de este libro de relatos sobre familias mal avenidas, con incompatibilidades o cuentas pendientes entre sus miembros, ¿cómo todas?, la verdad es que tampoco puede decir otra cosa que bueno, vale pues, muy bien escrito todo, muy perspicaz el autor en su relato de personajes y situaciones, un gran artesano de lo suyo que no es poco, de hecho es un montón. Otra cosa es que a mí me haya dejado frío, que no me haya dado lo que le pido a un texto, siquiera un par de sonrisas, o que simplemente no haya sido capaz de aprehender lo genial del mismo, incluso que se me haya escapado algo o mucho de su lectura en su lengua original; culpa mía.
En cualquier caso, ya digo que intento limitarme a comentar los libros, contados y mucho, que realmente he disfrutado, así que si hago mención a este The Empty Family es más que nada por la oportunidad que me proporciona de plantearme como lector y escritor la idoneidad de escribir acerca de aquello que no conoces o al menos no del todo, de escribir sobre aquello que trasciende las fronteras del territorio creativo del autor, esto es, su mundo literario, el cual no tiene porque circunscribirse a un espacio físico concreto, el país o tierra natal de cada cual, , ni siquiera personal o profesional, el mundo de las relaciones de pareja, las batallitas erótico-festivas de cada cual o la pasión por la pesca del salmón con mosca.
Se supone, o al menos lo hacen algunos, que la imaginación del escritor es el músculo que ayuda a vencer retos como escribir de temas que son completamente ajenos a la trayectoria vital e intelectual del autor, tales como podrían ser el drama diario de una muchacha en el Afganistan de los talibanes o una historia de puterío a gran escala en los ambientes de alto copete de la jet set marbellí, por decir algo y siempre lo más descabellado. No son pocos los que lo hacen tirando de imaginación y sobre todo mucha documentación. Los resultados no tienen porque ser negativos, no al menos formalmente, de hecho las estanterías de los grandes centros comerciales están repletas de bestsellers de escritores que se dedican a disertar sobre lo divino y lo humano confiando única y exclusivamente en su maestría con la pluma y su cuaderno de notas, que no de su verdadero conocimiento o implicación respecto al tema que tratan; y qué más da si por lo general dan el pego y de lo que se trata es de hacer caja, no de pasar a la Historia de la literatura, dejar testimonio escrito de lo que se habla, poner voz a lo que antes nadie había dicho, o cualquier otra rimbombancia por el estilo.
Claro que basta que la mirada con la que se lee un texto esté un pelín documentada, que sea un mínimo aguda o experimentada para detectar el lugar común, el cliché, cuando no el dato anacrónico, inexacto o ya directamente falso, e incluso el puro y duro plagio y hasta la copia descarada de la wiki, para que muchos de esos escritores que tanto confían en su imaginación y sus fichas a la hora de perpetrar libros de todo tipo, yo te escribo en menos de un mes un novelón de amores entre princesas indias y oficiales británicos con Ghandi y la Partición de fondo y tan contentos, me lo editas bonito y directo a las estanterías del FNAC, caigan de lleno en el más ignominioso de los ridículos.
Pues es precisamente en eso en lo que pensaba cuando le leía a Tóibin su relato The Street sobre unos inmigrantes pakistaniés en Barcelona que acaban colgándose cada cual de la chorra del otro mientras venden móbiles de última generación o le recortan las barbas a los integristas del barrio. Eso y la descripción, en apariencia muy perfectamente elaborada, canónica incluso, del ambiente en el que se mueven, que se nota que se ha dado alguna que otra vuelta por El Rabal y así, que ha hablado con alguno de ellos, que algo le han contado. Pero, ya digo que puede que sea culpa del zote que llevo dentro, del mal pensado o simple esquinado, que todo me sonaba a esa tercera persona onmisapiente que lanza su mirada, previamente (euro)prejuiciada, a ratos paternalista o simplemente condescendiente, sobre vidas que en principio le son totalmente ajenas por origen y trayectoria, vidas demasiado distintas de esas otras que ha podido conocer a lo largo de su vida, porque, qué quieres que te diga, dudo que el señor Tóibin frecuente demasiado las barberías pakistanies del Barri Gotic y todavía menos aún que domine el urdú para enterarse de las conversaciones de sus parroquianos.
Por eso es en este tipo de relatos que me acuerdo de lo que dice siempre el inclasificable escritor colombiano Fernando Vallejo acerca de que la única escritura decente, honrada, creíble, es aquella en primera persona, tal y como parece que demostró el mismísimo Celine. Lo otro, la tercera persona que se atreve a lanzar mirada más allá de lo que le es propio o cercano, es simplemente jugar a dioses, y ya se sabe lo omnipotentemente cabrones que son algunos de estos, en concreto ese tan pagado de sí mismo que además de Dios padre también es hijo y espíritu santo, vamos, Superman con túnica y barba.
Y conste que en el relato de la pija catalana que vuelve a casa desde su exilio londinense para hacerse cargo de la parte de la herencia de su abuela que le ha tocado en Mallorca, The New Spain, tengo mis dudas. Ahí todavía cabe la posibilidad de que el escritor pueda estar metiendo su pluma, su teclado de ordenador, en algo que ha conocido de cerca por lo que sea, algo que tampoco le queda tan lejos en lo personal o sólo socio-cultural, algo de lo que sus visitas durante muchos años a Cataluña le permiten hablar con cierto rigor y hasta empatía: pero lo de los pakis que se la cogen el uno al otro con la mano para...
Pues eso, si quieres darle carne y alma a lo que de verdad escribes, no caer en el puro cliché o la mirada ajena, endiosada, escribe de lo que te es cercano, de lo que conozcas por tu propia experiencia o de tus allegados, lo que reconoces como propio porque lo has vivido, sufrido o acaso sólo presenciado, que tus personajes hablen con acentos que te son familiares y se comporten como lo haría la gente que conoces de verdad, no la que te gustaría conocer y a ver si escribiendo de ellos aprendo un poco y ya de paso vierto entero sobre ellos el zurrón de mis prejuicios.
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