jueves, 10 de noviembre de 2011

CRÓNICAS NEGRAS




Referente al cadáver del joven colombiano encontrado en la carretera de Vitoria al puerto de Zaldiaran, a la altura del pueblo de Berroztegieta donde viven mis padres. De lo poco que transcendió al día siguiente del levantamiento del cuerpo, que a pocos metros de este se había encontrado un coche con rastros de sangre y unas bolas de droga. Pues bien, una de dos,o el gacetillero que recogió la declaración le echó la imaginación imprescindible para darle empaque a la noticia, asesinato con transfondo de drogas, fetén, o el zipa..., , perdón, perdón, el ertzaina al cargo ni se había acercado hasta el coche, y si lo había hecho, como que había mirado por encima; no jodas, me voy a pringar de sangre el uniforme, con lo guapo que estoy. El caso es que de bolas de droga nada de nada, cuentas de un collar, eso era todo. Lo pones en una novela negra y queda mal, poco serio, no es creíble, que te estás choteando de la pasma y no, eso no puede ser. Alguno seguro que te sale con lo de que la poli no es tonta, que suele siempre alguien que no los conoce, no los ha padecido, y de ahí su infinita ingenuidad (eso cuando no la misma policía que se lo repite cada día en plan mantra a ver si cuela...).

Pero todavía hay más. Como el gacetillero debió pensar que para una vez que le toca reportar un asesinato en toda regla, esto es, a lo Medellín, con sicarios, farlopa y toda la hostia; pues parece que se dijo, total ya puestos, vamos a echarle literatura. De modo que según se pudo leer la pasada semana, al finado le habían hecho la llamada "corbata", técnica muy del gusto de los sicarios colombianos que consiste en rajarle a uno el cuello y sacarle la lengua por el agujero. A los pocos días ya se encargaba la Ertzaintza, sí, a lo comunicado oficial, en declarar que la única corbata que hubo en el lugar de los hechos fue la del juez que fue a ordenar el levantamiento del cadáver. Qué pena, qué pena, para una vez que se le puede echar fantasía a la cosa, va la realidad, una vez más, y lo jode todo.

Más crónica negra, esta vez en Asturias. Un ya famoso vecino de Tíneo, Tomasín, se tira la monte tras disparar sobre su hermano y se pasa 57 días burlando a la policía que no consigue dar con él en todo ese tiempo, baldarras, y eso que se llevaron a cabo grandes batidas sobre el terreno en las que participaron helicópteros y decenas de agentes con perros. Pero claro, el Tomasín se conoce el monte como la palma de su mano porque prácticamente vive allí, de modo que hasta se permite el lujo de acudir con total naturalidad a un supermercado de La Espina, un pueblo próximo, y educadamente comprar quesos, embutidos, arroz y conservas por valor de más de cien euros. Para más inri, luego de hacer la compra, toma un taxi rumbo a La Llaneza, y poco antes de llegar, paga y se baja para perderse en el bosque.

«-Tomasín, voy a tener que denunciarte.

-Haz lo que te salga de los cojones - le espetó el fugitivo antes de internarse en el monte cargado de bolsas.

Tomasín empieza a convertirse en una leyenda de una época falta de ellas. La imaginación popular en seguida acude a los maquis de antaño como referencia, fue tierra de ellos. Servidor, en cambio, ve un remedo de los bandoleros clásicos de Andalucia a lo Curro Jiménez, echados al monte tras verse obligados a cometer un crimen por culpa de terceros, casi siempre el señorito o la autoridad civil o militar del lugar, de ahí la simpatía de la gente corriente hacia el fugitivo, uno de los nuestros. Así que cuando detienen a Tomasín y lo bajan al pueblo los vecinos salen a su paso para aplaudirle; ¡ese Rambo, eh, eh! Todos hablan maravillas de él, de hecho es del hermano fallecido del que echan pestes. Se ve que el hermano mayor era una mala bestia que maltrataba a Tomasín, por eso a nadie extraña que el chaval acabara echando mano de la escopeta; cruzarónsele los cables al pobrín...

Luego ya nos dicen que al pobre lo van a acusar formalmente del asesinato de su hermano, que como mucho tendrá el atenuante de enajenación mental transitoria, que intentarán justificar lo de su fuga, vulgo, cachondeo a las fuerzas de seguridad, aludiendo a cierta "fobia social" (nos ha jodido, claro, la que cualquiera con dos dedos de frente tiene a la policía...). Así que todo queda en la enésima historia de la España negra con aroma a El Caso. Una pena, porque los ingredientes novelescos abundan por doquier. Para empezar no habría estado nada mal que Tomasín se hubiera echado al monte tras encontrarse el cadáver de su hermano, pensando que nadie iba a creer en su inocencia, tal es la desconfianza de este montañés con alma de eremita hacia el género humano, un espíritu libre, huraño y sobre todo montaraz. El resto de la historia consistiría en encontrar a los verdaderos asesinos del hermano mientras la pasma y los picolos persiguen a Tomasín en vano. En el pueblo hablaron de unos portugueses con los que el finado tenía cuentas pendientes, de hecho debía tenerlas con todo cristo porque era de carácter más bien tirando a pedazo de hijo de puta. Así que lucha contra reloj para demostrar la inocencia del último héroe popular, el Lute en versión astur y agreste, un Robin Hood contemporáneo echado al monte por culpa de cierto desequilibrio mental. En cualquier caso, una historia jugosa como pocas, a ver si me animo y le echo el diente.

Y ya para terminar la crónica negra, qué decir de la historia que tiene ese chico de buena familia de Vitoria que pegaba brincos por encima de una red con una pelota, que conoció a una princesa como en un cuento y se casó con ella, que el papá de la niña lo nombró duque de no sé dónde ni me importa, un chico humilde y reservado de espíritu emprendedor como buen vasco, que en poco tiempo empezó a acumular una fortuna hasta que un día un juez descubrió que de genio de la lámpara nada de nada, chaval, que todo había sido un vulgar caso de tráfico de influencias al amparo de su buen nombre. Por favor, quién iba a desconfiar, a decirle que no, al yerno majo del rey, pase a ese otro que vestía de mamarracho y parecía más aristócrata y rancio que los propios borbones, pero a Iñaki no, joder, con lo guapo que es, con ese porte, esa carita de niño bueno que nunca ha roto un himen, que fue verlo la infanta y decir, ¡me lo quedo! Fijo, fijo que se la han jugado, habrá sido el mayordomo. Claro que esto igual no da para novela negra, que como mucho puede que se quede en rosa, para rellenar hojas del Hola y horas en el Sálvame, yo qué sé.

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