domingo, 13 de noviembre de 2011
NOCHE DE LUNA LLENA
Ayer fue noche de luna llena, de modo que me temía lo peor. No digo ya en forma de hombre lobo, todo lo más de hombre burbuja, de champán para ser exactos. Pero no, anoche conseguí salir por primera vez indemne de la casa sita en un recóndito y agreste paraje en las inmediaciones del concejo de Llanera en Asturias, la casa encantada que es atravesar su umbral y empezar a libar que da gusto, como que se agradece, eso y la comida; el risotto y el pixín estaban de rechupete, bien sûr. Conseguí sustraerme al maléfico influjo de la acidez de estómago que recorre todo mi cuerpo al día siguiente al poco que caigan unas gotas de vino blanco con su estomagante acidez por muy rico que esté, y lo hice gracias, tanto al omeprazol que me recetó el doctor Ortega, como al contrapeso de los taninos que mano a mano me tomé con el hermano del señor de la casa, del cual no se puede decir precisamente lo mismo, esto es, que pudiera escapar de la mala influencia de esa pócima mágica de burbujas gabachas, muy rica, eso sí, pero mira tú qué pronto te hace caer bajo su hechizo, como que a algunos hasta los hace desaparecer...
Claro que para influjos maléficos de la luna llena o así, para temer el ataque de los verdaderos lobishomes, la noticia del día, la dimisión de ese putero gansteril y payaso al que llamaban Il Cavaliere. Se va el Caiman, se va el Caiman, sí, lo que tú quieras, que lo entiendo cuando oigo a los ciudadanos italianos alegrarse por su marcha, que si ya era hora y mejor tarde que nunca, que no se podía ya caer más bajo, probablemente. Pero, un pero grande como una casa, no es lo mismo quitártelo de encima porque por fin se han caído de un guindo aquellos que lo votaron, que lo pusieron donde estaban, que te lo quiten de fuera porque ya no les vale a los que dirigen el cotarro. Yo me preocuparía y mucho, lo hago, hay algo de una extrema perversidad en esto de que otros desde sus poltronas europeas, o ese ente tan abstracto como insaciable que llaman los mercados, sean los que decidan quién sigue y quién no, que decide que lo que han elegido los ciudadanos en las urnas vale o no.
Estamos viendo que la democracia es una mera formalidad para tenernos contentos a todos con la idea de que realmente vivimos en ella y, a poco que la cosa se pone dura, chunga, nos damos cuenta de que eso no es así, que al final son aquellos cuyas cuentas peligran los que tienen la sartén por el mango, los demás dejamos hace tiempo de ser dueños de nuestro propio destino, apenas somos otra cosa que consumidores, poco más. Habrá que tomar nota.
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