lunes, 28 de noviembre de 2011

DOITE UNA OSTIA QUE TE ESTROVIERTO


Si no es el mejor momento del día, entre el café con periódico de la mañana, las cuatro o cinco hojas emborronadas y ese otro de cuando ya están todos en brazos de Morfeo y servidor a sus lecturas, seguro que sí el más entrañable. Me refiero a cuando voy a recoger a mi pequeño monstruo a su guardería, que ya sé que es tontería de padre, de esos que creen que los suyos son el centro del universo y tal, pero es que a mí ver aparecer al mío por la puerta corriendo a toda pastilla hacia mí, para de inmediato pararse en seco y ponerse a refunfuñar como si le fastidiase que fuera yo el que lo espera fuera y no Micky Mouse, Bob Esponja o Dora la Exploradora, pues qué voy a decir, me conmueve.

Ahora bien, hablábamos el otro día de las diferencias entre hermanos, pues creo que es imposible que haya más entre los míos. El mayor casi todo el rato en sus mundos interiores, como su padre, prudente, se lo piensa mucho antes de lanzarse de cabeza a cualquier sitio, pero no cobarde, si decide hacerlo se la parte igualmente. El pequeño todo lo contrario, si llega a nacer austrolopiteco fijo que es el primero de su especie en ponerse erguido y coger una piedra para machacarle la cabeza a primer bicho viviente que se le pusiera a tiro. Si quiere subirse al columpio desde abajo lo hace a dos patas sin medir sus fuerzas o importarle su tamaño, ahí va todo lanzado y si se cae que sea su padre el que lo recoja. Luego también está lo de interactuar con el prójimo. El mayor siempre fue y es tirando a reservado, entra poco a poco en contacto y eso si le apetece, que la mayor parte del tiempo prefiere dedicarse a sus propios juegos con sus propias normas, y de hecho le molesta sobremanera someterse a las de los demás, en eso también como su padre cuando era chico. El pequeño en cambio como te descuides se te va de farra con dos años y vuelve de empalmada; ¿pasa, viejos? Se mete entre quien no le llama y casi siempre provoca situaciones absurdas con los mayores porque alucinan cuando ven a un macaco de su tamaño que los regaña en una lengua inexistente; deben pensar que es rumano o algo así.

Pero no todo son simpáticas comparaciones. Algunas ya no lo son tanto. El mayor jamás se metió con nadie, aplica un vive y deja vivir instintivo, va a su propio rollo y si se ve conflicto sólo actúa cuando le tocan directamente las narices, a decir verdad es extremadamente celoso de lo suyo, con cierta inclinación a pasar de sus semejantes para ir a su bola. Pero, ya digo que como le toques las narices mejor hacerse a un lado, entonces estalla, pierde la chaveta y te sale un jabalí herido, y también, también en eso como su padre. El pequeño en cambio me está saliendo un matón de barrio. Hoy mismo le ha saltado una patada en todos los morros a una niña porque la pobre se había asomado al columpio donde estaba él subido. La cría se ha puesto a berrear como una descosida, con lo que he tenido que acudir raudo a consolarla y a regañar a mi pequeño Al Capone para que se diera cuenta de lo que había hecho. Y en eso que han acudido un grupo de madres también a ver qué había pasado. Yo que les explico lo que había hecho mi pequeño Artapalo, el cual, en cuantico se ha dado cuenta de que algo iba mal, porque la mocosa no paraba de gimotear y encima su padre le decía todo el rato que eso no, Mikel, eso no, si quieres sacudir a alguien te esperas unos años y ya si eso te buscas un motivo; pues que se ha puesto a berrear como si él fuera el ofendido, vamos, que en eso de las hostias y en lo de encima hacerse él la víctima, pues me temo que como su madre... Así que las madres se vuelven sobre mi pequeño Bin Laden, pobretín el nenu, ¿qué hizote la nena, oh? Yo les explico que ha sido al revés, que fue él quien atizó. Ni puto caso, ellas a sus mimos al bebé, que mira qué cosa más linda, no le regañes si no sabe lo que hace, ye tan nenu. Pues nada, inútil insistir que de inocente nada de nada, un terrorista en potencia, poco importa que les diga que hay que enseñarles desde canijos qué es lo que hacen mal para que, aún sin entenderlo del todo, deduzcan por ellos mismos que algo malo hay en el asunto, algo que no se puede, que no hay que hacer, en el caso que nos ocupa partirle la cara a una nena de una patada. Pues ellas erre que erre, lo ven tan guapín con su carita redondeada, sus mofletillos sonrosados, sus naricita respingona, sus ojazos, embutido todo él en su trenca azul, que no parecen dispuestas a entrar en razones.

Así que para qué voy a insistir, tampoco me apetece, ni tengo por qué hacerlo, contarles que hace apenas unos segundos le había empujado a un niño que le doblaba en tamaño porque se le había cruzado en el pasillo del columpio, que antes nada más llegar casi le clava el codo a otro porque quería subir al tobogán donde ya estaba él, que a mí casi me levanta las gafas de una hostia cuando me he acercado a él para preguntarle si quería merendar. En fin, mañana lo llevo al parque atado, eso si no empiezo ya a medicarlo para controlar tanta agresividad, que no quiero ni pensar cuando empiece el colegio y tengamos que acudir todas las semanas a entrevistarnos con el director porque tiene acojonados a media clase y parte del profesorado.

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