sábado, 19 de noviembre de 2011

CACHONDOS MENTALES


Releyendo también Extension du domaine de la lutte del muy mediático, pese a que se oculte, Michel Houellebecq. Releo su primera novela, creo, y en todo caso la primera para mí, porque recién acabé la última, La Carte et le Territoire, la cual me ha reconciliado con el franchute pese a que mi opinión no era excesivamente positiva; intuía un exceso de provocación gratuita, ganas de escandalizar al personal con lo obvio, el Islam, el sexo, supuestas perversiones que luego no lo son tanto, vamos, por salir en los medios, para vender más a cuenta de la polémica que de los propios méritos literarios, que los tiene y no pocos. De cualquier modo, esto de leer lo primero de la obra de un autor inmediatamente después de hacerlo con lo último se está convirtiendo en un hábito sumamente interesante; ves cosas que antes, no es que no hubieras visto, es que no podías haberlas visto.

Así pues, anoche una reflexión jugosa de un amigo del protagonista acerca del sexo en nuestra sociedad:

D´après lui, l´interêt que notre société feint d´éprouver pour l´érostisme (à travers la publicité, les magazines, les médias en général) est tout à fait factice. La plupart de gens, en réalité, sont assez vite ennuyés par le sujet; mais ils prétendent le contraire, par une bizarre hypocrisie à l´envers.

Il en vient à sa thèse. Notre Civilisation, dit-il, soufre d´épuisement vital. Au siecle de Louis XIV où l´appétit de vivre était grand, la culture officielle mettait l´accent sur la négation des plaisirs et de la chair; rappelait avec existance que la vie mondaine n´offre que des joies imparfaites, que la seule vraie source de félicité est en Dieu. Un tel discours , assure-t-il, ne serait plus toléré aujourd´hui. Nous avons besoin de aventure et d´érostime, car nous avons besoin de nous entendre répetér que la vie est merveilleuse et excitant.


Aquí en España no necesitamos remontarnos hasta el siglo XVII para lo de entender el contraste entre una época en la que la cultura oficial negaba el derecho a los placeres, en la que socialmente estaba mal visto la entrega a estos, en la que la Iglesia se señoreaba de las conciencias de las gentes castrándolas mentalmente. No hace falta ir tan atrás porque de eso nos quitamos hace apenas cuarenta años, y no, nunca del todo ni en todas partes. Una época en la que se educaron nuestos padres, una mentalidad que hemos mamados desde pequeños, en casa y en la escuela. Todo estaba mal, o era pecado o estaba mal visto, siquiera solo porque no era propio de gente decente, de gente con dos dedos de frente.

Luego murió el Caudillo y su régimen de oscuridad nacional-católica, el poder de la Iglesia reclinó, si bien no del todo, la sociedad española se abrió a otros modos de pensar, en algunos sitios o ámbitos incluso se impuso ir a la contra en todo, en cierta manera nos hicimos más europeos, algunos hasta de pasaron de rosca y dieron lugar a las películas de Almodovar o por el estilo.

Como que no tenía pocas ganas la peña ni nada de quitarse de encima todo ese peso del pecado inducido por los de las sotanas, todos esos esquemas autocastradores del libre albedrío, muchos de los cuales aún así, siguen vigentes en mayor o menor medida, en algunos sitios más que en otros.

Pero en cuanto a lo del sexo como el valor supremo a lo que parece que hay que supeditarlo todo para no dar en bicho raro, que hay que follar mucho y con todo el mundo para sentirse vivo, triunfador, feliz, que hay que estar dispuesto, en forma, eternamente joven, para hacerlo en todo momento, siquiera sólo a que se te ponga dura al menor estímulo por parte de esas adolescentes en minifalda o alguna madura a lo Bellucci y en más joven a lo Scarlette Johanson, pues oye, qué coñazo además de qué tensión, que tortura o esclavitud la de estar pendiente de lo joven y guapo que tiene que aparentar uno delante del prójimo, qué fatiga pensar que toda persona con la que intercambias un par de palabras, si es del sexo con el que te encamas, tiene que ser ante todo un polvo en potencia, incluso que no puedes hacerlo sin que un tercero piense algo por el estilo. Y todo precisamente por esa sobrevaloración de sexo como estímulo vital, ese creer que vamos permanentemente empalmados, siquiera sólo sicológicamente, ese concebir la sociedad que nos rodea como un inmenso coto de caza para depredadores sexuales, esta sociedad de memos que ha encaramado el sexo en lo más alto de la escala de valores por la que nos regimos a la vez que relega otras como la amistad, el urbanidad, la caballerosidad incluso, o, sobre todo, el chuletón de buey de kilo.

¿Y a qué viene todo esto? Pues a que me toca los cojones y mucho que algunas tardes cuando voy al parque con los nenes, las mismas pavas de mi edad o más tiernas que se me me acercan con los suyos -ellas, yo ni loco que siempre he sido tímido y reservado a partes iguales- para darme la chapa con sus naderías vitales, y a las que yo cuento las mías, que nos entretenemos un rato haciendo más llevadero con nuestras insustancialidades el coñazo ese de columpiar a los críos o vigilar que no se rompan la crisma en el tobogán, aparezcan al día siguiente con sus respectivos maromos y todo lo más te suelten un hola frío y distante cuando pasan o se ponen a tu lado en el columpio, no vaya a pensar el maridito que cuando ellos no están les da por pegar la hebra con servidor, flirtear, que ya se sabe que un hombre solo con niños en un parque es un peligro público, un depredador disfrazado de padre tierno y cariñoso, que estos van de sensibles y luego ya se sabe... Menos mal que servidor tampoco es lo que se dice un Brat Pitt o por el estilo, ni siquiera un Rusell Crowe en horas bajas, si no seguro que ya habría tenido que intercambiar alguna que otra hostia porque, joder, joder, con qué peña se encaman algunas, los hay a los que ya solo les falta llevar colgada de los pantalones -al lado del móvil- la llave del cinturón de castidad de su señora; eso y el bote de gomina, con cuidado de no pringar el polo con el cuello de la banderita española, traje oficial a partir del lunes cuanto menos.

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