jueves, 17 de noviembre de 2011

MAESTROS ANTIGUOS II - THOMAS BERNHARD


Releo Maestros Antiguos de Thomas Bernhard. Releo porque éste parece ser tiempo de hacerlo, no queda otra. Releo y me doy cuenta que lo que en su primera vez me parecía puro y muy eficaz juego de artificio, en esta segunda lectura ya me chirría un poco. Me chirría como cada vez que me acerco a Bernhard para lo que sea, lo más reciente su obra teatral que, con todas sus virtudes en cuanto a originalidad y transgresión, no sé yo si aguanta bien el paso del tiempo, puede que algo más de a lo que están obligados los que acuden a las representaciones de sus obras.

Y es que para encontar lo que interesa y sorprende de Bernhard, lo que te proporciona ese regusto amargo de asistir a una pataleta por escrito de un cascarrabias sin medida argumental o estilística, un bocazas de la pluma, a un demagogo a su modo del párrafo largo y reiterativo, lo que te admira de su contumacia en un estilo del que a veces dudas que lo sea, que no sea simple y pura impericia narrativa, acaso una mera ocultación o simulación de más de una carencia con la pluma, sabes que tienes que tragar mucha letra y, sobre todo, sortear una trampa estilística tras otra. Bernhard te puede aburrir, hartar, antes incluso de que llegues al meollo de su muy particular mundo literario, ese levantado a partir de sonoros desplantes, de darse de bofetadas, con la realidad en la que estaba inmerso, decía que quería escapar y no lo hacía nunca porque si no de qué coño iba a escribir. No obstante, y muy a pesar del esfuerzo que supone someterse a la ruleta rusa de su escritura, que tan pronto te empuja hacia arriba, puro subidón, adrenalínico, como te despeña en un pozo sin sentido de reiteraciones o naderías a las que no ves otro sentido que su empeño en llenar una página tras otra, a ver si así alcanzó un volumen suficiente de páginas y ya si eso meto alguna que otra diatriba contra esto o aquello.

Sin embargo, basta que oigas que a otros los aburre, que no le encuentran la gracia porque los deprime, no lo encuentran positivo, que se les antoja un cenizo de cuidado, un quejica insufrible, no soportan el mundo que describe, ni se lo creer de tan negro, para que te digas de inmediato que, puesto que generalmente coincide que esas mismas personas son también las que consumen la llamada literatura "positiva", ya sea la de buenos sentimientos o la que simple y llanamente "entretiene",frases cortas en suma, merece la pena revisitar una y otra vez a Bernhard. Luego ya te das cuenta de que no hay otra cosa que lo que se espera de un autor con mayúsculas, una puesta en escena en la que destacan los ingredientes del inconformismo y la mala leche, imprescindibles para que esa misma puesta en escena resulte atractiva, divertida, estimulante, poco importa si creible. Otra cosa es que te lo creas todo a pie juntillas, que no te percates de que en esencia lo que hay es mucho recurso a la exageración, a la brocha gorda incluso, la humorada a través del exabrupto pretendidamente serio y hasta apocalíptico, la clarividencia de los locos. Entonces piensas que también son necesarios los histríónicos de las letras como Bernhard, Celine e incluso Fernando Vallejo, lo único que no te conviene tomártelos en serio, al pie de la letra, basta conque disfrutes de su ingenio literario, siquiera conque sonrías un poco ante sus declaraciones altisonantes o su estilo sentencioso, ya que en el fondo compartes mucho de lo que dicen. Lo malo sería ver la vida a través de sus ojos en exclusiva, que desistas de hacerlo con los tuyos para asumir como artículos de fe el credo de tipos que en realidad nunca fueron otra cosa que artistas con un producto más o menos molesto, retorcido, esperpéntico, interesante siempre, también o ante todo irónico.

Con todo, y por hacer alusión al tema del libro, no puedo decir que Bernhard sea precisamente uno de mis maestros antiguos, como mucho uno de mis preferidos. Porque para enseñanza en esto de la pluma tengo una larga lista de maestros que lo aventajan por todos los lados, que me han influido de veras, que apenas tienen nada que ver con el austriaco. Por eso me resulta tan irritante que me digan que se nota su influencia en lo que hago sólo porque el que lo dice sabe que lo leo. No concibo mayor ofensa para un escritor, o aspirante a, que le adjudiquen la enseñanza o influencia de maestros que no ha frecuentado como tales; ni siquiera alcanza el rango de soberbia por lo de hablar del prójimo así como por aproximación, en especial cuando se ignora todo sobre los autores que realmente frecuencia y su influencia, también tiene mucho de concebirlo a la baja, siquiera como escritor.

De cualquier modo, Bernhard y la idea de que no hay nada perfecto, ideal, todo tiene su lado torcido, siempre algo que nos decepciona, un motivo para asumir que éste no es ni de lejos el mejor de los mundos, más bien todo lo contrario, está repleto de seres dispuestos a hacernos la existencia una verdadera pesadilla con su sola presencia, con su maldad o estupidez a cuestas, y encima no hay lugar, físico o no, hacia el que poder salir huyendo, no lo hay ni sobre el mapa ni sobre el espíritu, ninguna de las artes es perfecta, ninguna mejor que otra, todo lo más puede llegar a ser menos imperfecta que el resto, más cercana a ese supuesto ideal, y eso ya es mucho, con eso hay que conformarse.

Bernhard como el bufón que pone en escena la crudeza de una realidad que no queremos ver porque no habíamos reparado hasta el momento o nos habíamos negado a hacerlo. Bernhard que hablaba desde su pequeño y absurdo país nacional-católico, de su absurda y patética Austria, para el resto del mundo, apenas como otra cosa que un telón de fondo para aquello de lo que trata en esencia la literatura: las personas.

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