domingo, 13 de noviembre de 2011

MEMORIA FOTOGRÁFICA







Aparece hoy un reportaje fotográfico en el suplemento dominical de EL PAÍS que no sé cómo calificar, que me ha dejado un mal cuerpo de espanto, mucho más que media docena de botellas de Moet Chandon o por el estilo. Se trata de una sucesión de fotos de lugares marcados por el terror de ETA, lugares en los que en la mayoría de ellos apenas hay ya rastros de los atentados, lugares que ya sólo tienen un significado especial para las víctimas o los testigos. El resto pasa delante de ellos como si nada, y no precisamente porque no sepa lo que allí sucedió, sino porque la vida sigue, tiene que hacerlo, y la memoria tampoco puede ser una condena que te obligue a llevar colgado día tras día el peso del dolor o el remordimiento. De hecho hay algunos, como aquel en el que mataron a Buesa y a su escolta, aquel junto a cuyo coche bomba habían pasado mis padres en el suyo apenas quince minutos antes, en el que hay un monolito de recuerdo que apenas nadie reconoce, tan modesto y apartado de la vista del peatón que no sé si realmente cumple la función para la que fue concebido. Algo así como lo que le pasa, si bien este caso sí que es realmente lancerante, a ese otro monumento en memoria de las 46 víctimas asesinadas en Álava que hay a la entrada de Vitoria viniendo de Bilbao. Una monolito en medio de una roseta que cubrieron con placas con el nombre de los asesinados y en cuya base dejaron huecos para otras venideras en lo que a mí siempre se me antojó, no ya de un macabro insoportable, sino más bien de un mal gusto increíble. Eso por no hablar de que son contados los vitorianos que saben de su existencia y todavía menos aún los que se acercan a verlo dado lo retirado del mismo, a las afueras de la ciudad y en medio de la carretera, que peor no lo podían haber ubicado, de hecho como si realmente no hubieran querido que supiera nadie de su existencia, como si se avergonzaran, dato curioso si lo comparamos con esa mamarrachada que hicieron hace poco en recuerdo de las víctimas del franquismo en la trasera del Palacio de la Diputación Foral, sí hombre, el de los condones al aire.

Pero tiene tela lo de los monolitos a las víctimas, tela porque no son pocos los que nos podemos y podríamos encontrar a lo largo y ancho de nuestra geografía, y no precisamente dedicados a todas las víctimas, la mayoría todavía no los tienen, son demasiados, al menos a título individual, en el lugar donde fueron asesinados. Pero claro, sólo hay que pensar, recordar, cuántos escenarios hay como los que aparecen en el suplemento de EL PAÍS, para imaginarnos un paisaje lleno de ellos, un paisaje horrible, recuerdo permanente del terror, del error de muchos, de dolor de otros, un paisaje de la vergüenza y el resquemor, un paisaje que puede que haga imposible el olvido. Quién sabe, también cabe la posibilidad de que la convivencia diaria con esos monolitos, estatuas, placas, etc, nos haga inmunes al recuerdo por el solo hecho de que la condición humana tiene una capacidad increíble para generar defensas contra aquello que duele, que molesta, a algunos.

En cambio, de lo que no hay duda que no podremos ser nunca indiferentes es ante la visión de esa otra memoria fotográfica que quedará para siempre en nuestras retinas, esa a la que quizás habrá que acudir de tanto en tanto para enseñar a los que nos sucedan qué es lo que pasó, cómo, para recordárselo a alguno de los que duden, de los que mientan, los que callen o miren para otro lado siquiera solo de vergüenza.

Las de arriba son imágenes de algunos de los últimos atentados de ETA en Vitoria y del monolito a las 46 víctimas.

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