domingo, 12 de febrero de 2012

DÍA DE NIEVE Y BOCADILLO DE BACON CON TOMATE



Como está semana había sido de nieves en casi toda la península excepto en algunos puntos como en Oviedo, que servidor no ha podido evitar la mirada nostálgica a las fotos de otros en los que aparecía la gente disfrutando de la nieve, pues resulta que decidimos pasar la mañana del sábado retozando sobre la nieve, lanzándonos bolas y tirándonos en trineo.

Y fue decidirlo y salir a ver si vendían trineos en los chinos, que total, para un día. Pero no, y mira que me costó hacerme entender con el encargado del chino de mi calle, como que tuve que lanzarme en el poco chino que sé, es decir, nada, afín de que comprendiera en qué consiste un trineo: sí hombre, tu te sientas, chung, te tiras, chua-chua, bajas a toda hostia, chui-chui-chui, ya luego si eso, chong! y puede que hasta nina-nina-nina. Pues oye, debo tener un don de lenguas de la hostia que me entendió a la primera; no tenían.

Así que me acerco hasta Salesas, el Corte Inglés, no tenían. En la sección de deportes sí, pero claro, para qué quiero un trineo de 200€ si es para hacer el chorra una mañana de sábado.

El caso es que al día siguiente cogimos las bolsas del Mercadona y a la nieve. ¿La nieve? Mi señora había propuesto ir a la zona del Gamoneiro o algo así; pero, fue salir de Oviedo esperando encontrarnos con los montes de alrededor cubiertos por un manto blanco y, mira tú por dónde, no sólo no había ni un mísero copo de nieve, sino que encima lucía el sol como si estuviéramos a principios de otoño. Así que improvisando, improvisando, es decir, pisando acelerador, oteando en la lejanía las únicas cumbres nevadas, haciendo kilómetros, subiendo monte arriba a través de curvas de espanto y vomitona del nene incluida con parada para achicarla y todo, acabamos, ¿cómo no?, en el puerto de Pajares, justo en el límite entre Asturias y León.

Menos mal que a 1378 metros ya había nieve de sobra, que si no menudo chasco para los críos y vaya pérdida de tiempo, sudor y lágrimas para nosotros después de buscar la ropa para no congelarnos, de convencer al mayor de que no era imprescindible partirse la crisma a la primera de cambio, por no hablar del esfuerzo titánico de organizarlo todo para salir de casa antes del mediodía como de costumbre cada vez que planeamos una excursión. De modo que a disfrutar de lo blanco, abrigarse hasta las orejas, calzar las botas de nieve y hacer el ridículo con las bolsas de la compra mientras todo quisque iba con su trineo, cutres, que somos unos cutres. Pero qué importa lo que piensen otros cuando el verdadero objetivo de un padre es la sonrisa de su retoño, esa que por la que no hay vergüenza o esfuerzo que valga, ni siquiera cuando después de arrastrarte a través de la nieve hasta lo alto de una loma, logras convencer a tus amados hijos de que se sienten sobre la bolsa de marras, y cuando vas y les das el pequeño empujoncito para que comience su frenética caída hacia una de esas experiencias que los críos recuerdan toda su vida con gran cariño y emoción, y resulta que el plástico de la bolsa no sirve, no se desliza por la nieve, no hay emoción que valga. Así que vas tú y coges la bolsa de las asas con el crío encima de ella, tiras de ella cuesta abajo y entonces sí, entonces el crío empieza a alucinar a toda hostia porque para baja como loco y si la emoción consiste en esperar a ver cuándo resbalará éste y saldrán ellos volando por encima. Por suerte, papa cuando se pone no hay quien lo pare, bruto es un rato el tío, así que llegamos todos intactos al final de la pista.

Ahora bien, una cosa es hacer el patético con una bolsa del Mercadona mientras el resto de los allí congregados lo hacen en un trineo en condiciones, una cosa es el amor paternal que se expone a todo, que no le importa deslomarse con tal de ver la felicidad reflejada en el rostro de sus hijos, y otra cosa muy distinta es el masoquismo así por las buenas. De modo que cuando los canijos te piden al unísono ¡otra, otra!, tú vas y les sueltas que ni por el forro de tus cojones, que ya no subes más y menos para tirarte de espaldas arrastrando una bolsa con un crío sentando encima. A lanzar bolas de nieve sea dicho, al atalqueeeeé, que cuesta menos, o eso parece, que como vamos a lo improvisado, es decir, equipados lo justo, mama nos ha provisto de guantes de tela, esos que se empapan a la primera bola que haces entre las manos. Y como la batalla de bolas de nieve consiste, una vez explicado a los críos la diferencia entre las bolas hechas de nieve y los trozos de hielo, en ver quién lanza más por segundos, quién consigue inmovilizar al otro a bolazos, quién le pone al otro la cara colorada; pues oyes, que a la media docena de bolas ya acabas aterido. Y a la hora de estar en la nieve ya no aterido, sino en el comienzo del proceso de congelación. Eso tú, que no puedes evitar pensar que, vale, qué bonita la nieve y todo lo que tú quieras, qué recuerdos de cuando el crío eras tú, qué divertido, y sobre todo reparador, poder acribillar impunemente a bolazos a tus críos; pero, y en esencia, qué puto coñazo la nieve. Ya no es sólo que tenga las manos heladas, que apenas me pueda mover con las puñeteras botas, que haya manera de apelmazar la nieve para hacer un muñeco, que tengas que ir todo el rato detrás de los críos para que no se partan la crisma pisando donde no tienen que pisar o resbalando por donde les están diciendo todo el rato que no vayan que eso es hieloooooooooo... Es también que cuando decides marchar te tienes que cambiar antes de meterte al coche porque en cuantico bajes de Pajares ya no hay invierno que valga, luce el sol y frío el justo, siquiera para mí que desde que resido en Asturias hay días que se me antoja como hacerlo en el Trópico. Y entonces ya hay que ir detrás de uno para que no te llene el coche de nieve, para que el otro deje de retozar sobre la nieve como si estuviera nadando en una piscina o no salga corriendo, patinando más bien, detrás de un babaooo, un perro, para que tu señora deje de chillarte porque le has puesto unos pantalones limpios al pequeño sobre los leotardos mojados... en fin, un verdadero suplicio.

Luego ya cuando dejas atrás el puerto de marras, como si te quitaras un peso de encima, ya ha pasado, back to the civilitation, ellos lo han pasado bien y a nosotros ya sólo nos queda encontrar un área recreativa para zamparnos los bocadillos que papá ha preparado a la mañana con su mimo habitual, eso y trasegar las latas de cerveza que ha comprado en una gasolinera. Entonces empieza un periplo por las cuencas mineras para encontrar un rincón del gusto de mi señora, un rincón que al final lo encontramos por el valle de Ujo, subiendo hacia el coqueto santuario de los mártires Cosme y Damían. Allí por fin, en una pequeña área recreativa de apenas dos mesas de madera, encima del alto donde se encuentra el santuario y con una preciosa vista sobre el valle como casi todas las de esta tierra, podemos dar debida cuenta de los bocadillos de bacon frito sobre una capa de salsa de tomate con cebolla y tortilla francesa sobre otra capa igual, eso y las obligadas cervezas para llegar a la conclusión, una vez más, de que, con todo, lo mejor de la jornada casi siempre es la jamada. Y si a eso le unes que la vista sobre el santuario es de un bucólico que sobrecoge, aún más con el día tan soleado como gélido que hace, el canijo duerme en el coche, el otro está a sus fantasías corriendo arriba abajo y que tu señora apenas tiene ocasión entre bocado y bocado de darte la tabarra por lo que sea, pues oyes, sí, Asturies, paraíso natural...

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