lunes, 27 de febrero de 2012

LA URBANIDAD ES COSA DEL CAMPO




Hoy por la mañana, solo en la cama de la casa de mis padres donde suelo dormir con mi señora y el canijo, tiritaba de frío a eso de las siete de la mañana. Joder, joder qué frío, si es que entra por todas las rendijas concebibles en esta puta casa. Y encima, esa es buena, que me dice mi señora madre que el viejo ya sólo enciende la calefacción cuando están los/mis niños, que el resto de tiempo con las estufas eléctricas van que chutan.

Pues así me he pasado la mañana, encerrado en mi habitación dándole a la tecla con una estufa de esas de barras a mi vera. La verdad que sin niños que despertar, vestir y llevar a un sitio y a otro, sin compras que hacer o comidas que preparar antes de ir a recoger al mayor, la mañana cunde que da gusto, a lo loco, a lo loco, me he dado un atracón de páginas. Luego ya cuando he bajado a eso de las dos y media a comer el bacalao con pimientos que había preparado el señor anti-calefación, solo en la cocina porque por lo que se ve el régimen de comidas de mi viejo se reduce a desayuno, hamaiketako(almuerzo) y cena, he vuelto a tiritar durante toda la comida. Menos mal que el bacalao previamente calentado estaba de rechupete.

Y a eso de las cuatro y pico de la tarde, que ya no podía más en casa, que me he puesto las camperas y he salido disparado a patear hasta Vitoria por el bosque de Armentia, como de costumbre. Ardía en deseos de caminar un buen rato entre encinas y quejigos, y sobre durante el tramo largo bajo las copas del pinar de zona de La Dehesa con esos claros en los que el sol ilumina los claros entre los árboles como los focos del teatro, también ilusiona lo suyo cuando después de una buena caminata sales a la zona de la fuente de Arana donde puedes encontrar sauces, fresnos y chopos.

Pero, sin lugar a dudas, lo más interesante de la caminata es la sicología de la peña que lo transita. Es aquí, en este bosque periurbano donde no se oye otra cosa que el trinar de los pájaros, el chirriar de los grillos o el aleteo de los tábanos, donde uno, entre otros pensamientos que te ocupan todo el trayecto, y que de hecho para eso lo hace, le da por pensar en lo instintívamente contradictorio del ser humano. Pues resulta que a lo largo y ancho de los senderos que recorren este bosque entre las faldas de los montes de Vitoria y la localidad de Armentia, este bosque integrado en uno de esos grandes parques periféricos que componen el ahora tan cacareado cinturón verde, European Green Capital hasta en la sopa, uno no para de cruzarse con todo tipo de espécimenes humanos que o bien caminan como uno, van al trote o pedaleando -incluso a caballo, pero para eso ya tienen sus propios senderos un pelín apartados-. Pues bien, es casi salir de casa de mis padres, internarme en el bosque y no parar de saludar a todo cristo que se me cruza con el característico "aupa!". De hecho, a lo largo de todo el recorrido puedo escuchar todas las variantes de tan vernáculo saludo o amago de, gruñido o lo que sea. Es decir, desde el "aupa" para mi gusto excesivamente clásico, como de muy "jatorra" (castizo), muy de polar y papeleta a PNV o Bildu (¿qué pasa, no puedo tener mis propios prejuicios, ahivalahos...?), el "ieeeeep" sonoro y sonrojante por igual de algunos, casi siempre de edad bastante avanzada, y si no fijo que con jersey al hombro y camisa de leñador, que es saludarme alguien así y esperar que de un momento a otro se me venga encima un rebaño de ovejas, una jauría de aizkolaris o algo por el estilo, el inefable "epi!" que es oírlo y venirme de inmediato la palabra gilipollas a la punta de la lengua, a no ser, claro está, que me lo suelte una pizpireta jovencita de formas sinuosas e inocencia infinita en la mirada, que en ese caso pase, mejor un "epi!" que un "¡chao tío, o sea!", y, cómo no, el comedido, conciso, canónico incluso y sobre todo que no compromete a nada "epa", mi preferido. Que luego también te encuentres con gente que te saluda con un "¡buenas tardes" o "¡hasta luego!" no pasa nada; a mí al menos no me plantea dudas sobre si debo responder al saludo por tratarse con toda probabilidad de un votante del PP o, peor aún, de alguien de fuera, eso no va conmigo, yo soy ciudadano del mundo, del mío propio en todo caso.

Pues bien, lo curioso es que tanta amabilidad, semejante despliegue de urbanidad en medio del campo, se corta de raíz en el mismo momento que llegas al pueblo de Armentia. A partir del momento en que pisas asfalto ya no te saluda ni Dios. De hecho, si te fijas en los inquilinos de las casas frente a las que pasas, algunos incluso cierran las ventanas o llaman apresuradamente a sus hijos para que se metan dentro. Peor aún, se puede dar el caso de que te cruces con alguien con al que habías intercambiado "epas!" apenas unos minutos antes en el bosque, y ahora que ni te mira a la cara el muy cabrón, a mí me ha pasado varias veces. Parece que estoy de coña, que por supuesto, pero no tanto, ni la mitad.

¿Qué pasa, ya no somos los mismos cuando salimos del bosque, que me saludas por si soy el forestal y te puedo poner una multa por escupir a las txiribitas (margaritas)? ¿Hemos dejado de ser civilizados, educados, una vez de vuelta al asfalto, al campo de batalla de la vida urbana? ¿A que va a ser eso?

Bueno, pejiguero que es uno. Ya luego tras hacer mis cosas en la ciudad, merodear un poco aquí y allá, tomarme un cafeto mientras leía la prensa y estar a punto de ser atropellado por un subnormal con los bafles de su buga a todo volumen, me he vuelto a casa tipi-tapa por el mismo camino con el valor añadido de que un sol en forma de ciclópeo disco dorado anunciaba el ocaso del día justo por encima del alto de Eskibel, una gozada de inagotables dimensiones líricas.

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