miércoles, 29 de febrero de 2012
LOS GALENOS
Día de hospital. Espero en la habitación que han adjudicado a mi madre para después de su operación de cadera, espero sentado y solo porque mi señor madre tenía cita con el endocrino en ese mismo edificio. En esas que aparece por la puerta el enfermero que antes nos había atendido y puesto al corriente de las cosas de la operación, acompañado por un culo prieto de bata blanca que venía a pasar visita a la anciana que se recupera de otra intervención. El señor doctor que me mira de arriba abajo, que entonces se dirige al auxiliar y le pregunta.
-¿Y este señor quién es?
-Es pariente de María Mercedes, está esperando a que la suban de quirófano -contesta el enfermero.
Entonces yo que no me aguanto, que le pregunto todo indignado al enfermero.
¿Qué pasa, que no puede preguntármelo él mismo, le da vergüenza o qué hostias?
El galeno que no acusa la puya y se dirige directamente a la paciente, el enfermero que amaga una sonrisa, yo me cago en la puta madre del gilipollas integral en bata.
Luego ya en el pasillo poniendo la oreja, soy una cotilla, se le va a hacer. Pues ahí estaba el personal despellejando a los doctores, que si parece que somos tontos que nos hablan como niño, que nunca sabes si te van a tratar como si estuvieran subidos a una silla, como si fueras un espejismo, como si les molestara tu sola presencia porque les hace perder un tiempo precioso que podrían dedicar a otros menesteres más provechosos que atender a unos paletos, o, quizás todavía peor, como si fueras un niño al que hay que explicarle las cosa con palitos o vete a saber qué, por no hablar de las increíbles confianzas que se cogen algunos amparados en su condición de individuo al que le pagan para curarte enfermedades y a veces hasta para salvarte la vida, que de repente como si te conociera de toda la vida, y no porque te tutee, que aquí lo hacemos todos y el tuteo tiene más connotación despectiva que otra cosa, sino porque el señor doctor te habla como si fuera un miembro de tu cuadrilla o, cuanto menos, como si alguna vez hubieras amanecido a su lado sobre un charco de pota o rodeado de mulatas tras un noche loca de farra, que los hay que hasta te dan palmaditas en la espalda, algo que si me lo hiciera mi padre puede que hasta se llevara una hostia o dos. Sea como fuere, el comentario generalizado en el pasillo: ¿tanto les cuesta tratarte como a una persona normal, como te tratan cuando vas a comprar el pan, poner gasolina o hacerte la permanente?
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