lunes, 17 de junio de 2013

DELACROIX EN TURQUIA


Erdogan disuelve a sangre y fuego la protesta de la plaza Taksim y uno alucina en colores después de darse una vuelta por los medios de varios países occidentales, en especial tras leer los comentarios que se dejan al pie de la noticia. Alucino porque de la misma manera que la protesta turca una, a mi juicio, lógica simpatía entre la gente más concienciada y activa contra los abusos del poder, gente que, y ahí está el dilema que me ocupa, coincide que en su inmensa mayoría se declara o identifica con los postulados de la Izquierda; parece ser que los que no lo son, siquiera sólo aquellos ciudadanos de estados como España y su entorno que aborrecen de éstos, tienden a justificar la reacción de Erdogan con argumentos tan peregrinos como que "al fin y al cabo Turquía es una democracia y al Erdogan lo eligieron por mayoría absoluta" o "los de la plaza Taksim son unos niñatos privilegiados que protestan por tonterías que sólo les interesa a ellos, urbanitas malcriados, en un país que gracias a Erdogan y compañía está viviendo un desarrollo económico desconocido hasta el momento". Escrito lo cual es como para echarse a temblar dado que este tipo de comentarios da la medida de lo que entienden por democracia muchos de nuestro conciudadanos unión-europeos, esto es, en esencia ir a votar cada cuatro años y que el gobierno que salga haga de su capa un sayo porque para eso lo ha elegido el pueblo... Eso y que en habiendo pan y circo a callarse toca, de qué te quejas, niñato malcriado, mira si no cómo están España... Pero lo más curioso, lo que a mí me estremece de verdad, es que sucesos como los de Turquía acaben también sometidos a la criba sectaria y reduccionista de lo que el ciudadano del común considera la izquierda y derecha, con los míos o contra lo tuyo. Estremece además por erróneo, porque en la plaza Taksim no se está manteniendo un pulso entre una manera de concebir la sociedad exclusiva de la izquierda y esa otra del poder que concibe el acatamiento de las leyes o decretos por injustos que sean como propios de la derecha. Ni mucho menos, se puede amar el orden y hasta creer en los más anacrónicos valores religiosos como guía espiritual de la sociedad en la que se vive, sin por ello estar conforme con la verdadera razón que ha provocado los desórdenes en Turquía, la misma que desencadenó la tan traída Primavera Árabe y en esencia, y aunque le escueza también a la derecha de esos países en una clara identificación con las prioridades de Erdogan y su partido islamista, todos los movimientos de protesta como el 15M de España, Genereçao a Rasca en Portugal, la versión a la italiana del Movimiento Cinque Stelle y la bronca permanente en Grecia. En la plaza Taksim se debate la sociedad que concibe la democracia como un pacto social, que exige el diálogo como base del mismo y reniega del abuso de poder como contrario a éste. En la plaza Taksim pelean contra la gran estafa de la democracia formal, votar y poco más, el trágala con los resultados electorales en la mano, la coartada perfecta para todo tipo de gobiernos autoritarios, para el mangoneo a gran escala a cuenta de la impunidad que propicia el no poder controlar ni protestar las decisiones de tus gobernantes. Por eso no sólo exigen a Erdogan que recule, también que respete la separación de poderes, la libertad de expresión, la transparencia como norma, la democracia. Si esto no lo tiene también claro la gente de derechas en Occidente se podría colegir que viven una gran farsa, que cuando hablan de la defensa de los valores y creencias de occidente lo hacen en exclusiva de los de su credo o cofradía, que mienten cuando hablan de una sociedad en la que cabemos todos, que no creen en la paz social sino en el dominio de unos sobre los otros, que su rechazo de los modelos totalitarios del XX a un extremo y otro es sólo de boquilla, pura convención. Vamos, que nos dan la razón cuando despotricamos diciendo que la democracia en la que decíamos vivir ha sido secuestrado por los mercados con la complacencia de una casta de lacayos de la política y las capas de la sociedad que se benefician de ello o que simplemente miran hacia otro lado.

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