METÁFORA. Hoy al mediodía, nada más entrar en el último bareto de una larga mañana de perros y chascos, que me viene a la memoria el título del último libro de relatos de Patxi Irurzun en su versión "la tristeza de las barras de pinchos al final del día". Sólo que el final del día, de la jornada, en este caso era al mediodía y aún así el panorama de la barra era desolador; todo parecía pasado, ajado, en las últimas; los rebozados habían perdido su brillo, las salsas se habían oscurecido, el paté y el bonito otro tanto, las verduras en general encogido, la mayonesa parecía una amenaza y las tortillas ya no baboseaban precisamente frescura, en algunas la capa de virutas de jamón serrano o champiñones que las cubría se habían deslizado directamente al plato. Era la estampa, ni más ni menos, de cuando van a cerrar los bares de pinchos a la noche y en algunos sitios los reparten gratis ya fríos y rancios, que me sé de más de uno que esperaba hasta entonces a ver si caía alguno, si daba con un camarero generoso. Saltaba a la vista que no reponían o que si lo hacían era poco, vamos, que las tortillas rellenas estaban ahí sobre la barra desde primeras horas de la mañana y enteras, que la mayoría de los pinchos otro tanto, que lejos de ser apetitosos más bien apuntaban a chiclosos o casi. Estampa triste donde las haya, sobre todo por lo que tenía de mantener la apariencia a toda costa, no vayan a decir que nuestra barra ya no es lo que era, que no hay dónde coger, esto es, como en los viejos tiempos, cuando el local estaba a rebosar a cualquier hora, los platos rotaban sin parar a la vista de la clientela y la frase que más se oía era "oído cocina". Ahora que entonces también eran tiempos en los que la parroquia se dejaba sus cinco euros y más por barba, y nadie se quejaba, al revés, qué hostias, sería por dinero, había poderío y por ello acaso también ganas de hacerse ver y hasta de dar la nota, " a ver, cóbrame lo de esos de ahí enfrente, agur, nos vemos el lunes en el curro." Vamos, salir de un bareto sin tomarse un crianza o una caña con su pincho era como de miserias y en ese plan, irse a casa sin repetir en otros tantos casi una afrenta a las costumbres del lugar. Menos mal que ha habido un plan de ajuste para intentar reconducir la situación llamado "pintxopote", que ya es otra cosa, otra forma de hacer las cosas, más como se hacía antes, como se ha hecho toda la vida, a base de txikitos y zuritos, pasando de los potes a dos euros y pico por cabeza, conformándote con un surtido de pintxos en forma A, B, C y para de contar. Pues eso, será metáfora.
sábado, 1 de junio de 2013
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