sábado, 8 de junio de 2013

UN CACHONDO MENTAL



Nadie entiende a Calatrava. Nadie le entiende y no precisamente por artista, sino por lo que en realidad es: un cachondo mental. En serio, de lo contrario no se explica lo suyo. Yo lo empecé a sospechar en el Zubi-zuri de Bilbao (y ya adelanto, que me lo han preguntado varias veces, que el nombre no es un homenaje a un colega japonés, o por el estilo, significa "puente blanco" en euskera y no hay más misterio). Era todo un espectáculo ver a peña hacer malabares consigo misma para no perder el equilibrio o intentar agarrarse a la barandilla. Como que estoy convencido de que allí iba mucha gente, que esos de Bilbao son muy raros, sólo para disfrutar de la emoción de "me la meto, a que me la meto". Y eso por no hablar de los cabroncetes que estoy seguro que iban "ex profeso" para ver cómo se la metían los turistas. Luego ya pusieron en el suelo esa especie de cota malla que al principio estaba bien, funcional que digamos; pero, hace un mes escaso pasé por allí y la verdad es que, tan ajada y tal como está ahora, me recordó las moquetas de los edificios de oficinas de los años ochenta o algo parecido, vamos, algo triste, antiguo. 

Con todo, donde realmente ya no me cupo ninguna duda sobre el ánimo gamberro que inspiraba la obra de Calatrava fue aquí en Oviedo con el edificio que motiva la noticia que ilustra la foto que acompaña esta entrada. Fui testigo de su construcción porque para entonces servidor vivía prácticamente al lado del mismo. De ese modo pude ver levantar en el solar que había estado el primer campo de fútbol del Real Oviedo, el antiguo Tartiere, un edificio mastodóntico que a mí se me antojaba una especie de nave nodriza extraterrestre o transformer gigante surgiendo de la nada en mitad de una zona abarrotada de edificios de ocho y más pisos. Una cosa horrible, aparatosa a más no poder, para epatar al visitante y abrumar al nativo de por vida, que digo yo que sobre el plano y con la maqueta a la vista debió hacer las delicias del anterior alcalde, carismático que le decían, de Oviedo, el sin par Gabino de Lorenzo. No me habría extrañado nada que hubieran firmado el contrato durante una espicha o algo por el estilo. 

El caso es que la criatura a medio camino entre una terminal de aeropuerto y una catedral de la secta de la Ciencialogía quedó más o menos terminada, vamos, lo que viene a ser la tónica general del valenciano: todo a medio terminar. Todo el mundo alucinaba, y los que no chitón para no pecar de aguafiestas, de tocapelotas, por algunos pagos un verdadero trauma. Cómo para lo hacerlo, la cosa albergaba un centro comercial de dos plantas en sus bajos, un Palacio de Congresos y oficinas para las diferentes consejerías del Gobierno Astur. Pero, además de ello, la principal atracción de la barraca no era otra que la gigantesca visera que se ve en la imagen, creo, y que según el arquitecto podía abrirse y cerrarse a voluntad. No se abrió nunca, no funcionaba, eso y que decían que hacerlo salía muy caro. Pero claro, eso por lo que habían pagado pagado tanto, lo que realmente había disparado el precio del proyecto, era lo de menos, se dejaba la cubierta fija y santas pascuas. Lo peor fue el derrumbe de la grada del palacio de congresos con sus tres heridos y otros tantos desperfectos, amen del rápido deterioro del blanco inmaculado de sus muros porque, claro, ¿por qué iba a saber Calatrava o cualquiera de sus colaboradores que los materiales empleados no eran precisamente los más adecuados para aguantar la climatología asturiana, eso y que no queda poco bonito ni nada esa mezcla de blanco y óxido resultante. 

Nimiedades en cualquier caso, porque lo que hace del palacio de marras un verdadero monumento al cachondeo en versión fallera, valenciana, esto es, petardo de cojones, eso fue la rampa de acceso al centro comercial en sus bajos. Me refiero a la pista de patinaje que el muy gamberro colocó con el material más deslizante que se le pudo ocurrir. Anda que no nos hemos echado pocas risas ni nada viendo a gente de todo tipo partirse la crisma o casi al intentar acceder al centro comercial en cuestión. Lo mejor cuando, aprovechando que solía llevar a mi hijo mayor cuando todavía era un mico al parque que está justo enfrente de la Cosa, empezaba a llover de improviso y la gente corría a guarecerse en el interior del monstruo. Qué castañazos, madre, qué castañazos, no pude ver entonces pocos refajos ni nada. Y es que no me cabe duda, aquello estaba hecho aposta, que insisto que si no es así no se entiende. Siquiera, y para no ser tan frívolos con el asunto, con un estudiado sentido lúdico del espacio, esto es, para disfrute de los espectadores de aquellos batacazos y también de los tiernos infantes como el mío, el cual no dudaba en aprovechar que el suelo estaba recién mojado por la lluvia para regalarse una sesión de patinaje. 

Lo dicho, escrito, un verdadero cachondo mental el Calatrava. En Oviedo, Bilbao y hasta en su ciudad natal; lo de las goteras del Ágora de la Ciudad de las Ciencias no tiene precio. De lo que ya no estoy seguro es de que también lo pretendiera ser con el puente de Venecia negándose a construir un acceso para minusválidos. Allí puede que no, que sólo fuera un poquito hijo de puta. Y digo un poquito por miedo a ser demasiado duro con el hombre, que a ver quién no nos dice luego que se trata sólo de un problema de alcoholismo sin reconocer. Por lo menos eso es lo que yo deduzco de algunas declaraciones suyas cuando intenta defenderse de las ya innumerables denuncias que le hacen a lo largo y ancho del globo terráqueo, de Oviedo a Nueva York pasando por Estocolmo, tipo:" las críticas son una maniobra política de los comunistas". Ellos no atacan a La Alhambra de Granada, ellos no atacan a la Catedral de Santiago de Compostela ni a El Prado en Madrid", por no hablar de su respuesta a las quejas por lo del puente de Bilbao, que no tuvo empacho en responder que el problema de que la gente se resbalara tanto al cruzar su puente era "porque no llevaban el calzado adecuado para pisar una obra de arte". Pues eso, un cachondo.

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