viernes, 17 de junio de 2011

BLOOMSDAY ANTICRISIS


Hoy (por ayer a la noche, que es cuando escribo la mayoría de estas entradas para colgarlas al día siguiente) como todos lo años, se ha celebrado en Dublín el Bloomsday, es decir, el día de Leopold Bloom, el personaje central del Ulysses de Joyce. Se trata de un evento, fiesta o juerga de reminiscencias literarias o así que los declarados fanáticos del famoso libro del escritor irlandés celebran comiendo y bebiendo, sobre todo esto último, lo mismo que los protagonistas de la obra, eso o realizar distintos actos que tengan su paralelismo en la novela. Se trata, por lo tanto, al menos en apariencia, una fiesta para iniciados, para exquisitos incluso, gente de letras o que usan de ellas. No tanto, siendo como es el Ulysses de Joyce el libro más importante del siglo XX, para la mayoría de los entendidos el ante y después de la literatura contemporánea, aquella en la que su autor puso, a fuerza de ingenio y mucho delirio alcohólico, patas arriba todos los esquemas de la novela tradicional, la fama del evento trasciende el siempre reducido grupo de los letraheridos -versión extendida y casi que añeja de los actuales gafapastas- para convertirse en un referente estrictamente dublinés, esto es, y dejando a un lado el innegable reclamo turístico de la cosa, una ocasión como cualquier otra para cogerse una buena manga a la salud de uno de los ilustres del país. De ese modo, no sólo los dublineses con ínfulas intelectuales o en ese plan, sino también mucho guiri con las mismas (a destacar la expedición anual española de literatos, plumillas de suplementos literarios, chupatintas del mundo editorial y demás comediantes, entre los que destaca el joyciano confeso Enrique Vila-Matas) acuden como moscas a la Guinness en esta fecha. Vale que el evento quiera reivindicar su carácter literario, serio incluso, con cierta ceremonia entre los miembros de los diferentes clubes de lectura del Ulysses que existen (cosa muy común en el mundo anglosajón que consiste en reunirse con un grupo de amigos a leer párrafos de una obra entre copas y tapas), pero la cruda realidad es que la fiesta ha alcanzado tanta repercusión que ya apenas es otra cosa, insisto que dejando a un lado los cuatro letraheridos que se la toman en serio, oh, oh, en una excusa como otra cualquiera para ponerse tibios a imagen y semejanza de lo que hacían los personajes del Ulysses a lo largo de la jornada durante la que transcurría toda la historia del libro en sus casi setecientas hojas. Que luego la mayoría de participantes de tan peculiar craic (término gaélico para la juerga que utilizan los irlandeses una media docena de veces al día, ya sea para recordar la que se van a pegar esa misma noche o para jurar que no volverán a celebrar ninguna más después de la de la noche anterior), apenas se limiten a cumplir con el rito del papeo de los riñones al oporto, es de lo más normal, están los tiempos, qué decir de la vieja y esmeralda Eire, como para darle al frasco con ganas por cualquiera que sea el motivo.

Y mira qué no hay motivos de sobra cuando te han intervenido el páis porque, de repente, se acabó el cachondeo financiero, la sensación de haber salido del furgón de cola tradicional, donde estábamos con nuestras pintas y nuestras patatas, para ponerlos a la cabeza en plan dejen paso al tigre celta, ¡ojo!, que arraso con mis industrias informáticas y farmacéuticas, nos tocó la Loto en versión inversión norteamericana y alquimia financiera. Al menos Grecia y Portugal, por muy bien que hubieran ido hasta ahora, nunca perdieron la perspectiva de las cosas como los comepatatas y los españoles, nunca dejaron de ser conscientes de ser los últimos de la clase, nunca dejaron de tener los pies en el suelo en lugar de echarse a volar, a gastar, como nuevos ricos que de la noche a la mañana miraban al resto por encima del hombro. Como que hubo un momento que uno temió la desaparición de Irlanda y los irlandeses tal como los conocíamos, ese irónico sentido de la supervivencia, la rebeldía irónica y etílica frente a la adversidad, afrontar el día al día de la penuria entre una pinta y otra, la pérdida definitiva del ingenio creativo y sobre todo humorístico que provoca la realidad sin otro horizonte que el seguir vivo y pco más. Porque llegaron a creérselo, que ya eran ricos, de golpe en primera línea y hasta dando la espalda a sus vecinos británicos e incluso a los alemanes; que semos ricos, semos ricos, me pido una chacha polaca para no limpiar la casa y me voy de vacatas a Ibiza un par de meses...

Pues mira por dónde, no es que no fuera para tanto, es que en su conjunto fue un puto cuento chino, si casi no se lo creía nadie, que se habían hecho alemanes, y luego ibas allí y el lunes no aparecía ni Dios por el curro porque seguían siendo irlandeses y la del Domingo a la tarde es sagrada, me pido libre la mañana del día siguiente, paga cualquiera de las multinacionales que han adueñado de la isla, las que meten el dinero para que los demás se crean que nos hemos hecho ricos. Exacto, seguían siendo irlandeses en precario como los que pululan por el Ulysses de Joyce, jóvenes preparados como Stephen Dedalus tirando con trabajos de chichinabo porque no hay otra cosa, como él y sus amigos soñando con una nueva y próspera vida fuera de la isla, o ese Leopold Bloom, la vida ya no como un proyecto sino como un fracaso, ya no más sueños que aquellos que me hacen olvidar esta cotidianidad de sufriendo el rechazo medio velado de sus semejantes por ser medio judío como ahora lo sufren allí en polaco o el checo también por el sólo y siempre anecdótico hecho de ser extranjeros. Esto en cuanto a los dos protagonistas principales del Ulysses, que si miramos a los que aparecen y desaparecen durante aquella larga jornada del 16 de junio de 1904, encontraremos de todo y con todo, he ahí la grandeza de esta novela, como de lo pequeño, lo local y hasta aparentemente intrascendente, vemos desfilar toda la grandeza y miseria de nuestro mundo y, más en concreto, de la especie humana.
Anda que no hay, pues, motivos de sobra para celebrar el Bloomsday como nunca, que corran las pintas a cuenta de Angy Merkel, del FMI o de quien sea, y que suenen las gaitas y flautas por doquier; pero, sobre todo de que luzcan bien alto y claro pancartas como las que en el Bloomsday, siempre fiel a esa actitud tan irlandesa de sacar punta hasta de las situación más dramáticas de su Historia, el sarcasmo del rebelde embotijado, proclamaba a los cuatro vientos que "La señora Bloom dice sí a la justicia económica y el señor Bloom dice no al FMI y al rescate capitalista". Al fin y al cabo, ya se lo decía un camarero a un reportero español comentando la cosa de esta de la crisis financiera, facinerosa más bien: " los irlandeses no somos como otros europeos: nosotros ponemos cara de preocupación y luego pedimos otra copa".

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