domingo, 5 de junio de 2011
THE TIMES THEY ARE a-CHANGIN
Finde en el terruño, a partir de junio, a lo largo de julio sobre todo y hasta fiestas, la mejor época de año de la ciudad con multitud de actos, semanas o findes dedicados a esto o lo otro, que si swing, kaldearte, juegos, teatro, todo precediendo el Festival de Jazz y calentando motores para La Blanca. Este tocaba el Gastroswing ese, vamos, bandas y conciertos de swing por todo lo viejo y pintxopotes a mansalva (un pincho y un pote por un precio único). Como lucía el sol y era primero de mes con el mercado medieval, la muchachada del 15M en la Blanca y mucho turista pateando el casco viejo, había un ambientazo el sábado a la mañana. De modo que quién ha dicho crisis, ración de pimienticos de Gernika en la Malquerida y desde la Corre al Tximiso para el pintxo-espuela de la mañana.
Por lo demás, y tras unas vainas de mama con zanahoria, patata y tal, unas deliciosas morcillas de Miranda de Burgos, caminata desde Berroztegieta hasta Armentia por el bosque que lleva el nombre de este último. Ningún problema si no hubiera sido porque superpapa cargó a arricotes a su peponcete de año y medio a la ida y vuelta. No me sentía los hombros, pero eso sí, quemé toda la jamada de la mañana y mediodía.
Luego ya a la noche de vuelta a lo viejo para cenar en casa de L&B, no hay tregua para el aparato digestivo. Eso sí, deliciosa ocurrencia la de esos champiñones empanados rellenos con queso, jamón y cebolla que nos preparó la señora de la casa, cómo cunde el ejemplo de cierto profesional de la cocina entre las amistades del matrimonio, tanto en lo tocante a los champiñones rebozados como por el exquisito sorbete de fresas que se marcó el señor de la casa, amén de los mejillones con su salsa de tomate o el foi que estaba de rechupete; de la merluza al horno sólo decir que la culpa la tuvo el PP porque nos pusimos a hablar de las elecciones, aunque quizás fue cuando lo de las aguas fecales del Zadorra, no sé, qué más da, te despistas y, oyes, la intención es lo que vale.
De vuelta a casa la cruda realidad de la edad, más descolocados que un pulpo en un garaje en medio de la muchachada adolescente que se mamaba y drogaba plácidamente en la Zapa; ellos con sus pantalones caídos asomando el calzoncillo y ellas con sus minifaldas hasta la rabadilla enseñándolo todo; uno recuerda su adolescencia, cómo iban ellas tapadas de arriba abajo, que el escote apenas era otra cosa que poner bote para pagar las rondas, compara, y la verdad que como si se la hubiera pasado en un país islámico o por el estilo... En fin, por no hablar de la variedad de tonalidades y acentos que te encuentras ahora, qué no hubiera dado uno por un sí mi amol, ay papito, qué sabrosona, azucaaaar, en lugar de los habituales y vernáculos, quita esa mano de ahí que te suelto una hostia que te vuelvo la cara del revés, mamón...
En fin, ya de camino al parking te das cuenta que aún habiendo de todos los acentos y procedencias, la cosa tan poco está tan mezclada, más bien se imponen los guettos de cada cual, cada uno con su camada, los moros de Barrenkale a su mirar la luna sentados en los bancos, que es gratis, los pakis a su amontonarse detrás de los kebabs en plan sauna colectiva, los morenos del Africa tropical en sus locutorios 24 horas y los latinos a sus discos para ellos solos, como la que hay junto al antiguo Txukun, qué tiempos, en Cercas Bajas. Justo cuando pasábamos el portero sudamericano le echaba un rapapolvo a un adolescente también moreno que inevitablemente me recordó a Caracas: Tú lo que no tienes, es cultura, ni saber estar, ni na de na, yo así no te dejo entrar, carajo. Luego a saber si le caerían las cuatro hostias de rigor, el mocoso como que se las estaba rifando y tenía todas las papeletas. Pero bueno, mejor que no llegue la sangre al río, servidor sólo constata cómo y sobre todo qué rápido está cambiando su ciudad, por mucho que unos pocos metros más adelante te cruces con una cuadrilla de adolescentes nativos con polares, camisas de rayas horizontales, cortes de pelo a lo el trasquilón no será bello, pero es vasco de cojones, las coletillas y pantalones bombachos, siempre las botas para ir al monte o romper una papelera a patadas, aunque supones que ya no irán a quemar ningún cajero ni por estilo porque los tiempos, my friend, están cambiando, antes lo decía Bob Dylan y ahora parece ser que por esos lares lo predican el Patxi, Ares, Basagoiti y compañía, a saber, who knows, nork daki.
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