jueves, 23 de junio de 2011

TODOS EXÓTICOS Y RAROS


Ayer por la tarde en los columpios del Parque de la Lila donde llevo a los críos después de recoger al enano de la guarde, en el jardín de la trasera de uno de los pocos palacetes de época que quedan en el centro de Oviedo reconvertido en centro social, biblioteca y tal. Que resulta que por primera vez, y sin que sirva de precedente, no parecía que hubiera ni un solo carbayon, esto es, que no se veía nadie de mi edad o más joven con pantalón de pinzas rosa, jérsey al cuello sobre la camisa blanca, el pelo hacia atrás todo engominado, el estilo "Cuéntame" por doquier, ni niños en azul ellos y en rosa ellas. Al contrario, ayer a la tarde todos los que estábamos en el Parque de la Lila debíamos ser extranjeros o así.

Por un lado, una chica musulmana y sus dos retoños, ella con pañuelo, pantalones azul celeste tipo zoco de pata ancha y un abrigo plastificado o así con estampados de la época en la que en las cocinas de los pueblos los utilizaban para las cortinas. Al lado otra mocica morena entrada en carnes pero sin complejos que debía comprarse toda su ropa dos o tres tallas por debajo de la verdadera. La caribeña que no le quitaba ojo a la mora, como para hacerlo, la pobre embotada de arriba abajo en su indumentaria a lo integrista, que allí el único trozo de carne que se le veía era el pedazo verruga con pelaco de debajo de sus gafas de pasta. Supongo que, siquiera solo en comparación con la voluptuosa generosidad de la caribeña, las pintas de la mora debían de resultarle a ésta de una exotismo apabullante.

Claro que no menos que el suyo cuando llamó a gritos a su hijo, el cual parecía empeñado en estampar su cabeza contra el suelo desde lo alto de castillo/columpio: ¡Raaaaaaanses! Así que para exotismo el de su crío con su nombre de faraón del Alto y Bajo Egipto, todo lo común que tú quieras en las antiguas colonias al otro lado del charco, que lo sé, pero no menos curioso que un Jefferson Lópes, Walter Hermosilla o un Kenny Moscoso.

En fin, ahora toca caer en la autocomplacencia bienpensante ponderando lo precioso de esta sociedad cada vez más diversa y tal. De acuerdo, a mí personalmente me gusta que me rodee todo tipo de gente y de todas partes. Lo considero beneficioso si se sabe llevar con cabeza, siquiera solo para que la sociedad en la que crezcan nuestros críos sea más abierta a lo de fuera, menos cateta y hacia dentro que la nuestra, qué decir la de nuestros mayores. Ahora bien, tampoco ignoro los problemas de la misma, tampoco soy indiferente a lo que hay detrás de la armadura estampada de la muchacha magrebí, de lo que significa por muy simpática y educada que fuera la moza cuando le pedía perdón por los guantazos que le soltaba mi pequeño al suyo. Me fascina todo lo islámico, pero eso no significa que me guste una pizca, fascinación es interés, ganas de entenderlo para poder juzgarlo mejor, de ningún modo simpatía, a ver si me entiende de una puta vez mi querida Virginia.

Pero bueno, allá cuidados, que tampoco quiere decir que se las entiendan ellos solos a su manera. Ni mucho menos, no quiero que en sociedad se trate a las mujeres como ciudadanas de segunda, que se las esclavice bajo la media luna o la cruz, que se las encierre en vida entre prejuicios sexistas o de cualquier otro tipo. Para eso confío ingenuamente en las leyes y en la educación, que siquiera las nuevas generaciones aprendan a vivir en libertad, que se empapen de esa Constitución por imperfecta no menos acuerdo de mínimos, garante de las libertades más básicas. Porque sí, lo confieso, también tengo mis prejuicios, y entre ellos el de que detrás o bajo esa vestimenta a la defensiva de las miradas obscenas o simplemente infieles, no hay nada bueno, más bien una concepción enfermiza de las relaciones entre los sexos, o puede que en general con el resto del género humano, y claro que en algunos casos será una reivindicación identitaria frente a la mayoría europea, cristiana o no. Si fuera así con su pañuelo se lo coman, el problema es si lo es de verdad por voluntad propia, que yo no deseo para los demás lo que no deseo para los míos: libertad e igualdad.

Claro que si volvemos al exotismo, qué pensarían las dos muchachas de un bebe al que cuando le regaña su padre se pone en plan Movimiento 15M, que me reta, no con una sentada, sino con una tumbada boca arriba, que no hay manera de moverle de ahí, ya puedo llamar a los geos. Y eso cuando no le da por la parrafada reivindicativa de lo suyo, con ese puto vozarrón que hace que los pájaros del parque levanten el vuelo para emigrar de vuelta a latitudes más apacibles. En fin, si es que todos llevamos un plus de exotismo en el zurrón o vete a daber metido dónde.

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