sábado, 18 de diciembre de 2010

CUENTO DE NAVIDAD 2010


Ayer fue un día especial, llámalo cuento de Navidad a lo Dickens, pues, además de alguna que otra agradable sorpresa bloguera, creo que por primera vez en mucho tiempo, en concreto desde que, allá por mi infancia, las Navidades dejaron de ser una época de sincera alegría, puede que solo ilusa, para serlo ya etílica en exclusiva, conseguí aprehender el verdadero meollo de eso tan traido que llaman espíritu navideño y que agilipolla tanto al paisanaje. Estaba hecho yo como cada año un Mr. Scrooge en potencia, de esos que cada vez que oyen desear Feliz Navidad al prójimo le entran ganas de darse la vuelta y proferir un sonoro, ¡FELIZ DE QUEEEEÉ???, por no decir que a veces también, de puro listillo o simplemente amargado, que no es si no la pose con la que uno hace frente a los demonios familiares particulares que prorrumpen con toda su mala baba por estas fechas, me entran ganas de plantarle al felicesfiestasyprosperoañonuevo de turno el periódico en toda la jeta y preguntarle si también habría que felicitárselas a la señora Merkel, Aznar y compañía, Zapatero y sus rebajas, el maltratador del día o a los dirigentes de Kosovo y su equipo quirúrgico. Un Mr. Scrooge que no ha dormido una hora seguida en meses, con la espalda doblada a punto de hernia y la pata coja y dolorida por un accidente doméstico del jueves. Un Mr. Scrooge que aún habiendo propuesto hacer acopio infinito de paciencia para afrontar las ya inminentes cenas y comidas horrofamiliares, a veces no lo puede evitar y baja la guardia hasta caer en el oscuro tunel del "¿por qué otra vez. Señor, qué he hecho yo para merecerme esto?". Un Mr. Scrooge que llevaba toda la semana temiendo el día que su señora le dijera, "en cuanto mis padres se lleven a los niños, salimos a comprar los regalos", Porque muy por encima del pringue de la alegría forzada a todas horas, los buenos sentimientos que si ya lo son también en boca de los de Interconomía como para salir corriendo al retrete, la ficción con fecha de caducidad inmediata del cómo nos queremos todos y qué bien nos llevamos, veinticindo de diciembre, fun, fun, fun. Más allá de todo esto que hace de la Navidad la época más pringosa y vomitima del año, se encuentra sin lugar a dudas la costumbre más chorra que uno pueda concebir: gastar a espuertas en todo tipo de pijadas absurdas e inútiles para un prójimo que por lo general te estima poco o nada, a lo sumo por obligación, regalos para salir del paso y contento con no llevarte este año la enésima mamarrachada que creen que va contigo, bonita manera de demostrarte cuán poco te conocen y además la pobre opinión que tienen de ti, blanca Navidaaaaaaad.

Ahí, ahí me sale el Mr. Scrooge más genuino, el de la Cofradía del Puño Cerrado y Premio Sajarov al disidente navideño, ya pueden venir todos los fantasmas del pasado, presente y futuro que quieran, que como se pongan muy pesados les invito a que me sustituyan a la mesa de cualquiera de mis compromisos de familia propia o ajena; total, no creo que se fuera a notar mucho el cambio...

Pero ayer descubrí que la Navidad no solo son memeces a granel, consumo descerebrado o tragicomedia a los postres, tambíén es la ocasión propicia para que,aparte de que tu pareja te demuestre cuánto te quiere al excusarte de acompañarla de compras dado que con la pata coja, la espalda quebrada, un catarro de aupa y el humor de costumbre poco más que puedes provocar estampidas infantiles al grito de ¡¡¡El Grinch, es el Grinch que viene a jodernos la Navidad y a darle por culo a Papa Noel!!! , también sucedan milagros navideños que ayuden a reconciliarte con el género humano, milagros como que, siquiera por unos escasos minutos y sobre todo antes de que llegue la policía a echarte el guante y la posterior y preceptiva somanta de hostias, toda la hortera y estúpida pirotecnia de estas fechas sirva para expresar de la forma más ostentosa posible tus más sentidos y sinceros deseos...

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