lunes, 20 de diciembre de 2010

PAISANAJE


Comentaba hace unos días en privado lo increiblemente cosmópolita que puede llegar a ser mi rutina, y por extensión ya la de cualquier hijo de vecino, a poco que te pongas a pensar en ello. No en vano el portero con el que intercambio naderías mañaneras es sirio, la madre con la que he entablado amistad es una simpática y atractiva francesa casada con un asturiano igual de majo y, ya puestos, atractivo, desayuno casi todos los días al lado de dos gemelos albanokosovares, o de por ahí, cuya estética de cabeza rapada, chupa de cuero, deportivas doradas o plateadas y mucho abalorio otro tanto, no puedo evitar asociarla en mi imaginario de hombre sencillo, de la calle, esto es, con mi correspondiente zacuto de prejuicios, estereotipos y demás hostias, al Vogue del perfecto proxeneta, a veces sospecho que también con sus empleadas, la anciana gitana que me saluda a la entrada del supermercado a la vez que me pide una aportación para el palecete del patriarca a las afueras de Vanos es, claro está, rumana, y aunque la de la guardería es es una simpática y guapa mozina de Pola de Lena que me habla en bable o por el estilo, se llama Tania por lo que bien podría pasar por rusa.

Pues tengo que añadir al carnicero portugués que hoy me ha atendido y que tras preguntarme qué clase de carne prefería le he contestado, bien que por decir algo, que asturiana por supuesto, y él, con una sinceridad que en su gremio casi que es para mirárselo, me ha confesado que de esa precisamente no tenía (curioso cuando la publicidad de la cadena de supermercados exclusivamente asturiana para la que trabaja proclama a bombo y platillo su compromiso con los productos de la tierra y en ese plan tan de engañabobos) pero que lo que sí me podía asegurar, cosa que no he le pedido en ningún momento, era que toda la carne que vendía era española, según él la mejor del mundo. Claro, esto dicho por un portugués y sin que servidor le hubiera sometido a ningún tipo de cuestionario identitario acerca del origen de su producto, no deja de sorprender, puede que hasta emocione o casi, al menos si a uno le emocionasen este tipo de cosas que va a ser que no. Porque para mí que me lo decía en serio, que no era un simple camelo al que le obligaba su experiencia con la clientela hispánica. No, el hombre hablaba desde el convencimiento o es que yo tengo menos pesquis en eso que la mayoría de los que apostaron por el ladrillo en cualquiera de sus variantes y con eso ya pensaban que se iban a ganar la vida para los restos. Me voy a abstener de soltar la memez acerca del grado de integración del carnicero, que a ver de qué y cómo se va a integrar un portugués en la idiosincrasia ibérica sino como uno más; acaso solo como un español con más educación, grandes dosis de fatalismo y otras tantas de excepticismo hacia el recurso a todas horas y para todo de echarse la mano a la entrepierna.

El caso es constatar que el paisanaje que me rodea a diario en una de las calles más céntricas de Oviedo, donde se viven en una misma acera la señora del cardado perpetuo y el rictus de cabreo otro tanto, o el jovecinto repeinado en Barbour con infulas de voy para importante de cabeza, con la dominicana más zumbona o el Mohamed con perilla integrista, es de lo más variopinto en cuanto a su partida de nacimiento y cierto exotismo en el acento, siquiera solo en contraste con los "ye" y "hoo" de ese otro nativo currela y jubileta que frecuenta la cafetería donde desayuno, pero que el día á día y, sobre todo, la certeza de que lo que verdaderamente importante para cada cual es salir y sacar a los suyos adelante y poco más, convierte del todo en irrelevante.

Otra cosa es que en medio de esta bucólica estampa aquí descrita de la convicencia sin más y en un espacio concreto, surjan de ven en cuando los justicieros con pedigrí que se dedican a dar palizas por la noche en plan camisas pardas a los moritos díscolos que según ellos no han sido metidos en vereda, o al menos no tanto como a ellos les gustaría, por los municipales o el juez de turno (y eso como si en el caso de los municipales de Oviedo fueran estos unos angelitos, que solo hay que recordar la celeridad y eficacia con la que atendieron no hace mucho un sábado a la noche a la última víctima del sindicato del crimen de los porteros de discoteca, un estudiante extranjero del que no les debió gustar demasiado ni el color de su piel ni los rizos de su pelo...). Protestan porque de acuerdo a lo que dicen que ven, o más bien oyen lo suficientemente exagerado para que les resulte atractivo, ya no hay ley ni orden por ninguna parte, entre tanta chusma foránea y ley de chichinabo, tanta subvención al delincuente mientras ellos, el pueblo llano, poco más que es molido a palos por Zapatero a las órdenes de Moddy´s Finance Corporate, entramos de lleno en el acabose. Llegados a éste punto ya no les queda más remedio que tormarse la ley por su mano, y claro, esta como que no es muy diferente de cuando el Cid Campeador campaba a sus anchas, nunca mejor dicho, repartiendo estopa al sarraceno, o los descendientes de éste envangelizaban tal que así a los indios del otro lado del charco. Para sujetarse los machos, no vaya a ser que en cualquier momento, y por lo que sea, seamos nosotros los que demos en extranjeros en esta tierra antaño de indianos...

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