lunes, 14 de febrero de 2011

¿GASTRO-INTELECTUALIDAD?


Leía ayer uno de esos reportajes confeccionados a todo correr para cumplir con el expediente de fin de semana, en concreto uno titulado La esperanza avanza en Euskadi, en el que se pretendía recoger las impresiones de diferentes personalidades del del País Vasco acerca del rechazo de la izquierda 'abertzale' de la violencia etarra y la creación del nuevo partido SORTU que lo incluye en sus estatutos. Nada del otro mundo, todo muy canónico, opiniones de conocidas personalidades como el sociólogo Javier Elzo, el escultor Ibarrola o el director del Museo de Bellas Artes, Javier Viar. Cada cual expresando lo suyo y por lo tanto dejando constancia también de la diversidad de opiniones que hay en nuestra sociedad sobre ella misma.

Ahora bien, cuando le toca al periodista de El País, Unai Morán, presentar la opinión del cocinero Aitor Elizegi, éste no se limita a hacerlo como la de cualquier ciudadano vasco y para de contar, si no que se permite la licencia de hacerlo con la coletilla de Por su relevante papel social, los representantes de la alta cocina son una voz cualificada en Euskadi..

Acabáramos, nada que objetar a la opinión de Elizegi, tan respetable o no como la de cualquier otro ciudadano vasco independientemente de a lo que se dedique, si es que hay que dedicarse a algo. Pero eso sí, que me la hagan pasar por "cualificada" o tan sólo "relevante" por el solo hecho de que, siempre según el tal Unai Morán, los cocineros de la alta cocina, por serlo, por la fama adquirida a base de crear pijadas en sus cocinas y cobrar a precio de oro las mismas en sus comedores, sean voces a tener en cuenta, pues no, por ahí no paso, estaría bueno.

Que el periodista crea, o pretenda que los demás lo hagamos, que la fama, merecida o no, de estos alquimistas modernos de los fogones les hace acreedores de una autoridad intelectual a la altura de la de los anteriores entrevistados, de un catedrático y un veterano luchador por la democracia y la libertad en el pasado y en el presente, no es sólo mucho afirmar, es querer tomarnos por memos cuando el único que hay, en el caso de que lo escrito anteriormente vaya en serio, es el tal Unai y para de contar.

Ya basta de tanta frivolidad, de tanta confusión de conceptos, de tanta rebaja de ideas, la memez elevada a categoría periodística. Eso si no nos encontramos ante un bobo de solemnidad que confunde intencionadamente "fama" o "reconocimiento social" con "autoridad moral" o "intelectual", que todo es posible viniendo de estas nuevas generaciones de memos educados al calor de la playstation para las que todo está a la misma altura, la Historia con mayúscula y la de sus juegos de rol, los logros en cualquier campo de la ciencia o la cultura de un Einstein o un Picasso y los goles de Cristiano Ronaldo cada fin de semana, los jóvenes tunecinos o egipcios que se la jugaron en las calles para derrocar a sus tiranos o los jetas soplapollas que se equiparan a ellos para protestar contra la Ley Sinde que quiere impedir que puedan bajarse por todo el morro el trabajo de otros.

En fin, uno reconoce el trabajo de cocineros como Arzak, Aduriz, Arbelaiz, Atxa, Casales, Berasategi, Elizegi, Subijana y todos los démás. Si bien no me llega la cartera para apreciar el fruto de su trabajo in situ, les supongo los mejores en lo suyo y todo lo que se quiera. También aprecio los programas de Argiñano o David de Jorge que sigo a diario. Pero eso sí, decirme que más allá de los fogones también estoy obligado a reconocerles una autoridad intelectual superior a la del capullo de mi vecino o al tío al que le compro el periódico en la panadería del Batán en Vitoria, pues no. Y es que de hacer caso a semejante silogismo que relaciona la fama y el éxito en la profesión de cada cual con el intelecto y por lo tanto con una capacidad innata de éstos para aprehender los entresijos de nuestra sociedad superior al del resto de los mortales, también nos veríamos obligados a aceptar como grandes figuras del pensamiento a Indurain, Maradona, Carmen Sevilla, Britney Spears o el propio Cristiano Ronaldo, y mucho me da a mí que no.

Y por si todavía le cupiera alguna duda a alguien, sirva como ejemplo del hondo calado intelectual de "nuestros cocineros" las siguientes salidas de tono de mi, aún y todo, admirado Karlos Argiñano:

Hay dos tipos de almejas: las de la mar y las de lamer. Yo prefiero las segundas, pero allá cada cual.

Comer es el placer más lindo que hay mientras se tengan los pantalones puestos...

¿Troceo la cebolla porque me crece la argolla o echo pimiento porque da más alimento?

Que salgan canas es normal, lo que de verdad acojona es cuando salen en los huevos.

En Beasain hasta el mas tonto hace trenes

¡Cómo me pone la pirolisis!

2 comentarios:

  1. Quién decide si es cualificada la voz u opinión de un cocinero o de cualquier personaje desconocido, que además de ponerlo en duda se mete con el periodista que escribe su crónica, tachándole de bobo, y playestationero, primero, señor, un poco de respeto, que no supongo le haya hecho tanto daño ese escrito como para meterse con el periodista que ha transmitido el mensaje. Tremendo bobo irrespetuoso, ¿a que no le es de agrado que se dirijan a usted de las mismas formas?, segundo, Aitor Elizegi es una voz tremendamente cualificada, como la mía o la suya.

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  2. No creo haber insultado a nadie en ningún momento. He opinado del artículo en cuestión y más en concreto del comentario del señor Elizegi. Y sí, también he hecho mofa y escarnio del mensaje subyacente de que las voces de los cocineros sean, única y exclusivamente por su relevancia mediática y no otra cosa, esto es, igual de cualificadas que las de personas entendidas en los diferentes campos del saber social, histórico, económico, etc. Y lo hago porque como cualquier ciudadano tengo derecho a usar de la ironía y el sarcasmo para criticar lo que no me gusta, lo cual es a su vez a lo que nos exponemos todos cuando abrimos la boca en público como el señor Elizegi. De modo, que ya sabe, si le pica, se rasca. Y no, no es de mi agrado el insulto gratuito por ejercer mi derecho a la libre opinión, rebate mis ideas, ridiculízalas incluso, pero no insultes. Yo por mi parte me reservo el epíteto de cobarde anónimo.

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